Queremos tanto a Mario Conde

Con la novela ‘La transparencia del tiempo’, Leonardo Padura vuelve a mostrar su maestría para reflexionar sobre el tiempo, la historia y el poder en una historia entre La Habana y los Pirineos.

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En algún momento fue teniente de la Policía de La Habana, ahora vende libros extraños; su novia y él viven felices en casas separadas; es muy amigo de sus amigos, nostálgico, inteligentísimo y honesto, tiene premoniciones que se sienten debajo de su tetilla izquierda, ama su ciudad, extraña a los que se han ido de la isla, escribe y, a los 60 años, además de lidiar con los rigores de la edad, se siente decepcionado del proyecto político, del socialismo cubano en el que en algún momento creyó y por el cual, al igual que su generación, tantas cosas perdió.

Sí, Leonardo Padura no construyó a un personaje extraordinario; él creó a una persona, una de carne y hueso con la que nos encontramos cada cierto tiempo en maravillosas novelas.

Mario Conde aparece en el mundo en una saga de libros que usan lo policíaco para mostrarnos la vida cubana contemporánea, sus callejones, sus pequeñas alegrías, sus dificultades y tristezas. Hace unos años volvió en Herejes, novela de Padura en la que convergen la investigación detectivesca y la reconstrucción histórica, Cuba, un cuadro de Rembrandt y la judería habanera.

Ahora, nos visita de nuevo, más fuerte que nunca, en La transparencia del tiempo (Tusquets, 2018), publicada a principios de este año.

El poco tiempo transcurrido desde entonces no ha impedido que ya lleve agotadas al menos dos ediciones y no es para menos, porque me atrevo a decir que esta novela es la mejor o, al menos, una de las mejores de Padura, quien ya es uno de los hitos de la literatura de su país.

Con La transparencia del tiempo deja expuesto su talento, su dominio del oficio, ese estilo envolvente que nos lleva de un lugar a otro, de un tiempo a otro, que nos mete de cabeza en aquello que está contando con esa manera que tiene de cuidar todos los hilos de la narración, de presentar personajes, de hacernos olvidar que estamos ante una obra de ficción hasta el punto de ilusionarnos con la sensación de que la historia que estamos leyendo es la propia vida que se desenvuelve ante nuestros ojos.

De La Habana a los Pirineos

Una ciudad que se derrumba frente al mar Caribe, a veces bajo el sol inclemente del trópico, a veces azotada por aguaceros que inundan sus calles, es uno de los escenarios de esta novela; La Habana contemporánea se alterna con los pirineos catalanes en la Edad Media. Esas son las dos grandes geografías literarias de esta ficción con la que Padura mezcla, de nuevo, la novela policíaca y la novela histórica para reflexionar sobre el tiempo personal, el tiempo de las sociedades humanas, el poder y sus constantes en la historia. Por ejemplo mostrará lo que sufren las personas comunes y corrientes con las disposiciones y mandatos de aquellos que definen los destinos de un país, ya sea en la Guerra Civil española, en las batallas de los Caballeros Templarios en el Medio Oriente o en la Cuba revolucionaria, que todavía sigue ahí, como el dinosaurio de Augusto Monterroso.

El punto de conexión entre estos escenarios tan distantes en el tiempo y en el espacio es una virgen negra que algunos creían que era la de Regla; sin embargo, venía de lejos, era románica, cincelada en el norte de África y sobreviviente de mil batallas entre cruzados y musulmanes, entre moros y cristianos, que también es como le dicen los cubanos al plato de arroz y frijoles. Esa virgen y Mario Conde unen todas las historias de la novela.

Entre Carpentier y Padura

Padura es discípulo de Alejo Carpentier. A estos dos escritores les gustan los grandes temas, las distintas reacciones humanas que se repiten a pesar del paso del tiempo, las diversas actitudes que se despiertan ante una revolución, la vida de los anónimos en un mundo cuyas decisiones principales les son ajenas, aunque sufren sus consecuencias y ante las cuales se las arreglan como pueden para conseguir siempre sus victorias, pequeñas victorias personales que llenan de sentido aquellas vidas rescatadas por la literatura.

En 1949, en el prólogo a El reino de este mundo, Carpentier escribió que lo real maravilloso presupone una fe, que es necesario creer que Mackandal se convierte en una mariposa para verlo volar por los aires liberándose así de sus verdugos. Esa fe también forma parte de lo real y converge en el mundo con otras maneras de pensar y de sentir.

“–Yo soy marxista, yo no creo en premoniciones”, le dice el joven policía Duque a un viejo Mario Conde que se ríe para dentro de las pretensiones científicas de un oficial que termina pidiéndole ayuda para resolver el caso en el que todos están envueltos, incluidos nosotros, los lectores.

Defender, o al menos considerar, las creencias populares cubanas, africanas, cristianas, mestizas y también representadas en las premoniciones de Mario Conde, puede leerse como la transgresión a una línea de pensamiento dominante y oficial que se quiso imponer de manera vertical a la población que tan bien entienden Carpentier y Padura en sus extraordinarias novelas.

Esa mezcla de perspectivas que se entrelazan y se manifiestan en las creaciones culturales, en catedrales, columnas, escalinatas y libros, constituye el barroco americano y carpenteriano.

Aquella fe del prólogo de El reino de este mundo también es necesaria para creer en los poderes de la virgen románica de La transparencia del tiempo y para comprender por qué ella es tan relevante para el amigo de Conde. A ese muchacho aparentemente se la roba su novio, un joven guapo y mentiroso que se hace pasar por un tal Raydel, que transita los bajos mundos.

Intimidad y perspectiva

Conde se siente un poco viejo, adora tomar ron con sus amigos de siempre y contarles a ellos por la noche sus aventuras detectivescas del día, a pesar de haberse jubilado. En su casa lo espera su perro Basura II y en la de ella, Tamara, su novia desde hace veinticinco años, quien lo consuela cuando todo le sale mal o está triste, se alegra cuando le va bien y lo regaña cuando se pone necio. “–Tamara, tú eres mi viagra”.

Desde esa condición y esa edad, Conde reflexiona sobre su tiempo personal en los momentos transicionales de la novela, aquellos que se alejan de la acción principal para mostrarnos el lado íntimo de este personaje descomunal, momentos construidos de manera genial por un escritor que sabe lo que está haciendo, que sabe lo que está contando y que usa esto, el tema y la estructura de tiempos intercalados, para dejarnos en la mente profundas reflexiones sobre los grandes temas de la historia. Demuestra que, como siempre, la buena literatura es la que piensa, la que se arriesga y la que apuesta por comprender el mundo por medio de la ficción.

El amigo de Conde sufre no solo porque ha perdido a su novio, sino también porque supone que ese desalmado se llevó a la virgen negra, a la virgen poderosa. Sin duda es su excompañero de estudios quien puede ayudarlo: es Mario Conde, el detective conocido por media Habana, el hombre de las intuiciones y de las premoniciones esclarecedoras, la única persona en el reino de este mundo que puede resolver el caso. Y así fue.

Gracias a esa decisión desesperada de un hombre en pena, todos nosotros entramos en una aventura complejísima por las calles de La Habana, por sus barrios miserables y por las casas de los privilegiados; gracias a esa decisión nos convertimos en espectadores de intensas batallas entre templarios y musulmanes, sentimos en los pies el frío de los riachuelos de los pirineos catalanes y nos encontramos de frente con las reflexiones y conversaciones que sobre el tiempo, sobre la historia y sobre el poder elabora un gran escritor en su más reciente novela.