Nuevo libro de fotos se adentra en la Isla del Coco, un laboratorio en medio del mar

Un nuevo libro recorre, en más de 130 fotografías, el tesoro natural más valioso de Costa Rica.

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Si en otra época, siglos atrás, alguien nos hubiera descrito la flora y la fauna de la Isla del Coco, ¿le hubiéramos creído? Rocas vivas de colores irisados, cintas transparentes que brillan en el fondo del mar, camarones que disparan balas de aire contra sus presas... Todo esto parece arrancado de las páginas de un bestiario medieval.

El más alejado de los parques nacionales costarricenses es una fantasía que se deja fotografiar. Mucho. Lo que el conocimiento científico ha detallado con tanta minuciosidad y cariño, la fotografía lo ha hecho verosímil para nosotros desde apenas ayer. A veces lo olvidamos: la gran mayoría del mundo que habitamos la hemos conocido –en detalle, de cerca– en apenas unas cuantas décadas.

Isla del Coco, el nuevo libro fotográfico de Ojalá Ediciones, es un acto de amor que confirma, apasionadamente, la realidad de formas y colores que, de otro modo, parecerían imposibles.

Sin la fotografía (divulgadora de la ciencia), ¿es creíble el camarón arlequín, ese crustáceo aspirante a orquídea? ¿Le creería alguien al pez murciélago del Coco que brinca por las aguas de la isla?

Sin embargo, bien los vemos en un nuevo compendio de imágenes del tesoro natural: 138 fotos, donadas por 19 fotógrafos, consignan sus irreverentes colores y formas en un libro-excursión que educa mientras nos pasea por las aguas, los árboles y los cielos de la isla.

Isla del Coco. La isla que hizo grande a Costa Rica narra la biodiversidad y la historia de la isla con textos de Karina Salguero, María Montero y una de las gestoras del proyecto, Yazmín Ross (1959-2017), aventurera literaria, “tejedora y cronista de nuestra región”, como la llamó la ministra de Cultura, Sylvie Durán, en este diario.

El libro es preámbulo a la celebración del 40.° aniversario de la declaración de la isla como parque nacional, primera barrera de defensa de su tesoro. El libro recorre los bosques, las costas y la historia de la isla. Acompaña su lanzamiento una exposición en el Museo Nacional (hasta el 19 de agosto).

Caleidoscopio viviente

Hay tanta vida en la isla que, inevitablemente, esta profusión de fotografías no es más que un pequeño pie mojado en la superficie. Habría que consumirse por completo.

La historia humana es la historia de cómo nos sorprendemos de lo que nos rodea. Tomó muchos siglos que bestias y flores fueran visibles para la inmensa mayoría de nosotros, sobre todo en un rincón apartado como la Isla del Coco –sobre todo para quienes somos ineptos para el buceo o estamos demasiado lejos (¡por ahora!)–.

Ha sido la fotografía –y luego la imagen en movimiento– las que nos han permitido a casi todos contemplar las intrincadas formas de una naturaleza que desafía las probabilidades y que pareciera diversificarse más justo donde es más frágil.

El explorador marino francés Jacques Cousteau emparentó así, sin querer, a fotógrafos y científicos: “¿Qué es un científico, después de todo? Es un hombre curioso viendo por el ojo de una cerradura, el ojo de la cerradura de la naturaleza, intentando saber qué está ocurriendo”.

El fotógrafo se asoma por el minúsculo orificio de su cámara, en la puerta del mundo, con la esperanza de capturar algo de la luz que sabe que no puede comunicar entera a sus espectadores. Es un expedicionario de esa luz.

De este modo, la fotografía ha estirado los límites del mundo y nos ha permitido comprenderlo de otra manera, consignando en imágenes muy tangibles lo que la fantasía dibujaba o lo poco rescatado por la memoria de cronistas pioneros. A la vez, nos obliga a pensar en nuestra posición en el mundo, como seres humanos inmersos en un ecosistema, capaces de modificarlo hasta hacerlo irreconocible.

Contemplando las docenas de fotos de Isla del Coco, pensé en dos formas en las que estas imágenes nos ubican en este mundo: como el héroe que posee la tierra (por verlo de algún modo, como la pintura El caminante sobre el mar de nubes, de Caspar David Friedrich: el hombre maravillado por la creación, encima de ella, que es inabarcable pero suya por mandato divino) o como la criatura empequeñecida, imperceptible en la inmensidad de la vida que continúa sin él (como Paisaje con la caída de Ícaro, atribuida a Brueghel el Viejo, con la figurita minúscula del soberbio héroe cayendo, apenas una figurita, en el mar, sin que nadie lo note).

Nos impresionan las fotos de paisajes y las imágenes de criaturas esquivas capturadas tan hábilmente, aunque décadas de su divulgación pueda insensibilizarnos ante su dificultad.

Frente a ellas, es imposible no pensar en cuánto nos habla la propia existencia de estas imágenes del daño del que somos capaces, el daño que aún podríamos hacerle a la isla.

Las fotos de Isla del Coco bien podrían ser un catálogo de joyas de cristal: dan ganas de no agitar muy violentamente las páginas para no quebrar los vitrales de los bancos de peces ni agitar una sola columna de burbuja entre los colores.

Porque el ser humano, ese con “dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos y sobre todas las bestias que se mueven sobre la tierra”, ha fracturado y castigado sitios como la Isla del Coco con todo tipo de pruebas y errores.

“La experimentación llegó a grandes extremos”, nos recuerda Isla del Coco, “pero es de entender, porque esas tierras remotas fueron albergue de piraras, festín de balleneros, meca de expediciones, cárcel, albergue de peregrinos y no fue sino hasta 1978, cuando el Gobierno de Costa Rica estableció la ley que declaró a la isla Parque Nacional Isla del Coco, que se destuvo todo experimento”.

Historia transformada

La isla está cubierta de cicatrices –y de venados, chanchos, ratas y otros invasores importados por la imprudencia–. Muchas veces, a lo largo de los siglos, se resistió a ser lo que querían de ella. Se mantuvo, sin embargo, frágil y fértil, una vasija perdida en el mar, rebosante de posibilidades.

Acercarse a ella es difícil y aún allí, poco vería uno de su riqueza si no sabe bucear, entre otros obstáculos. Pero, a través de las fotografías, podemos apreciar el complejo entramado de minúsculas vidas que sostiene un patrimonio mundial. Sería interminable la lista de proyectos desarrollados

Pasamos así de un pequeño halcón de coral, un pececillo de 10 cm, pasamos al rabijunco piquirrojo, de quien aprendemos que acostumbra “seguir los botes de pesca para alimentarse” (muy elegante el pájaro, pero no cortés). O de un imponente tiburón tigre, fiero dueño de las aguas isleñas, a los peines de mar, ctenóforos para más señas, lamparillas transparentes que llenan de color el mar.

Ninguna imagen vive por sí sola. Como los corales y los peces, coexiste en tensa y compleja interacción con miles de otras imágenes, que nos hacen posible darle forma a lo que nos rodea, a la distancia, a lo lejos, desde perspectivas imposibles cotidianamente.

Eso es algo que la fotografía de la naturaleza ha explotado a lo largo de su historia, aunque mucho puede decirse de cómo ha facilitado se proceso de dominación, archivo y conquista de la naturaleza en nuestro sistema económico. Catalogar puede ser una forma de violencia.

Pero queremos saber, ver más, sentir más, explorar lo desconocido, bucear en lo imposible. Al visitar la Isla del Coco en este libro, es posible pensar en la fotografía también como acto de amor, un estrechar de brazos con una naturaleza dañada por nosotros –piratas, científicos, turistas–.

Ni la estela de nuestra violencia reduce la magnificencia de un tesoro natural que, en su apartada y pequeña residencia en medio del océano, ha sido un laboratorio evolutivo y un albergue de especies raras y bellas. Como los bestiarios antiguos, Isla del Coco nos presenta medusas de formas increíbles, dragones miniatura, peces descomunales. Pero en vívidos colores, estas fotografías nos confirman que viven, que existen. Por ahora.

Dónde conseguir el libro

El libro Isla del Coco. La isla que hizo grande a Costa Rica es editado por Ojalá Ediciones. Su precio sugerido es de ¢28.000. Se vende en Librería Internacional, Librería Lehmann, las tiendas en aeropuerto de Britt, El Kiosco (Kalú, Escalante) y elcajoncito.com.

El libro incluye fotografías de Luciano Capelli, Cristiano Paoli, Shmulik Blum, Edwar Herreño, Pepe Manzanilla, Carlos Manuel Uribe, Diego Mejías, Avi Klapfer, Juan Diego Vargas, Felipe López Pozuelo, Kip Evans, Alberto Muñoz, Frank Baensch, Octavio Aburto, Enric Sala, David García, Christina Hepburn, Genna mArie Robustelli y Roy Kimhi.