La orfandad como arte y condición: reseña del último libro del escritor costarricense Carlos Cortés

‘Los huérfanos del absoluto’ es un libro que nos muestra, una vez más, el dominio del arte de narrar que ha hecho de Carlos Cortés uno de nuestros escritores más importantes. Es también una reflexión sobre la pérdida y la sensación de orfandad

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Para quienes el cuento es un placer y una disciplina, un nuevo volumen que leemos y disfrutamos nos presenta preguntas y desafíos. Para nosotros, la lectura de cada cuento y del conjunto en general es un recorrido por nuestras obsesiones y las de los autores. Es así como encontramos un territorio común donde podemos identificarnos unos con otros. Una de esas obsesiones es hallar los hilos conductores que le dan coherencia a los cuentos. De esta forma, los lectores le damos unidad al libro y, como cualquier artificio crítico, nos provee una excusa para empezar a reflexionar y a conversar con otros lectores.

Hecha esta declaración de principios, podría decir que una primera lectura del más reciente libro de cuentos de Carlos Cortés, Los huérfanos del absoluto (Uruk Editores, 2017), me dejó desorientado. ¿Qué tendría que ver el largo relato de apertura, casi una novela corta, sobre unos jóvenes que van de un sentimiento a otro, de una pareja a la siguiente, en un espacio emocional y físico muy cerrado, con un cuento como Cosas que hacer si estás muerto, el cual se desarrolla en espacios abiertos y en una tóxica dinámica de violencia? ¿Cómo relacionar esas historias con el claustrofóbico ambiente de Semana Santa o la crónica de la decadencia en No hay país para viejos?

Para contestar estas preguntas pienso primero en la habilidad de Carlos Cortés para crear ambientes. Aunque haya muchas acciones, lo importante en la narración no se percibe a simple vista, lo que esencial es aquello que rodea esas acciones y les da sentido. Es una forma de presentar los hechos, de darle un énfasis a ratos disimulado a lo que se encuentra en el fondo, como lo hace Alfonso Cuarón en películas como Y tu mamá también o Children of Men.

De ese modo, tanto las acciones como el contexto en el que se desarrollan son igualmente significativos, y por eso los detalles también adquieren relevancia. Pensemos, por ejemplo, en un personaje aparentemente marginal en Los huérfanos del absoluto. Se llama el Flaco Aguirre, es chileno, y se le menciona de modo tangencial, más que todo como un corrector de la historia. El Flaco le hace comentarios al narrador principal, complementa o contradice los puntos de vista de ese narrador, lo obliga a guardar una distancia, y esa separación entre los hechos y su narración libera a Huérfanos de ser un recorrido nostálgico por “los mejores años de nuestra vida” y lo coloca como una observación descarnada de la pérdida, de eso que creímos bueno pero que tal vez no lo fue tanto. Es el Flaco quien comenta que la orfandad metafísica unió al grupo de jóvenes que protagonizan la historia “por encima de cualquier relación emocional o sentimental”. Señala, por lo tanto, algo que ya no está, sean estas las referencias para entender y encauzar la vida o una conexión con el propio ser, un conocimiento que va más allá, que es más profundo.

Eso que ya no tenemos, pero no se puede comprender, recorre los otros cuentos. Los personajes tratan de salir adelante en entornos que los han dejado atrás, en realidades que no logran aprehender y los llevan al límite. Carlos nos presenta un estupendo thriller en Cosas que hacer si estás muerto, en el que un investigador deja la ciudad agobiado por la culpa. Como los personajes de Joseph Conrad, la culpa hace que el narrador abandone el mundo civilizado (a cada momento marcado por más y más violencia) para adentrarse en busca de redención en lo primitivo, lo aparentemente no colonizado, en este caso el Caribe costarricense cercano a la frontera norte. Sin embargo, el mal no se ha quedado atrás y ni siquiera persigue al narrador: simplemente se encuentra dondequiera que intente ir el personaje. El cuento no solamente sugiere la imposibilidad huir, sino también que la Costa Rica donde la naturaleza se presenta como un contrapeso a las demandas de la vida en ciudad no deja de ser otra fachada.

Los huérfanos del absoluto podría emparejarse con No hay país para viejos, como un antes y un después, como dos formas de hallarse, al final, con los vestigios de lo que fue, con una búsqueda del ser que terminó casi en nada. Cosas que hacer cuando estás muerto muestra paralelismos con ¿Qué fue lo que pasó?, cuento sobre ese instante en que llegamos a un punto en el que algo se desborda con toda violencia dentro de cada uno de nosotros. Aunque su propuesta estética es muy diferente, el cuento me trajo ecos de Falling Down, película de Joel Schumacher de 1993 protagonizada por Michael Douglas.

En ambas historias, el personaje principal se encuentra al límite, tanto de sus fuerzas físicas como de su integridad psicológica y moral. En ambos hay una caída, una pérdida que va más allá de lo que el personaje (o el lector o el espectador) pudo alguna vez pensar. En ese estado pasan cosas que van contra las normas sociales y personales, pero que no logran liberar al personaje de sus ataduras mentales y sociales.

Los últimos dos cuentos, Miami Check Point y Semana Santa conforman a su vez un grupo particular. En ambos hay un ambiente opresivo (los salones de migración en Estados Unidos donde se interrogan a pasajeros sospechosos; una casa de clase media en los días abandonados de la Semana Santa), del cual no se puede escapar. En los dos cuentos hay un adentro y un afuera. Curiosamente, el espacio interior no brinda protección, sino todo lo contrario: el mal no respeta esa división, se encuentra, como en otros cuentos, por todas partes.

En Miami Check Point, la violencia de los oficiales de migración está representada por esas salas de espera donde lo que menos sabe un pasajero son las razones para estar ahí o el tiempo que tardará un oficial en determinar su destino, sea este seguir adelante con su viaje o volver humillado al país de origen. En Semana Santa, la inminencia de una agresión física en la propia casa hace que ese espacio personal ya no represente seguridad, y que no haya salida para la violencia.

Los huérfanos del absoluto es un libro que nos muestra, una vez más, el dominio del arte de narrar que ha hecho de Carlos Cortés uno de nuestros escritores más importantes. Es también una reflexión sobre la pérdida y una de sus consecuencias: la sensación de orfandad, es decir de una presencia humana que se ha marchado parcialmente, que la encontramos al doblar la esquina o en momentos de soledad.

En Cortés, sin embargo, la orfandad no se hermana con la nostalgia. Por el contrario, es una lucha constante contra los poderes autoritarios, contra el destino, contra todo aquello que nos impide ser, finalmente, libres.