La literatura puede dar claves para entender la historia. Incontables lectores estarán convencidos de que las guerras napoleónicas en Rusia sucedieron tal como las narra León Tolstói en Guerra y paz o que la conspiración para asesinar al dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, en 1961, sucedió tal cual la cuenta La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, entre muchos ejemplos.
Muchas claves históricas podemos también rastrear ahora en Patria, novela de Fernando Aramburu (Tusquets, 2016), premio Nacional de Narrativa en España (2017), que permite adentrarnos, en buena medida, en el conflicto de ETA en el país ibérico.
Aramburu, de origen vasco y radicado en Alemania desde joven, recrea en 646 páginas el desgarramiento humano que supuso la guerra entre del grupo terrorista y el Estado español durante varios lustros. Las secuelas fueron fanatismo, atentados, secuestros y asesinatos.
La novela se desarrolla en el país vasco español, con escasas y esporádicas incursiones en territorio francés. Narra la historia de dos familias tradicionales, como pudieron ser muchas en esos años convulsos, entrañables amigas en su juventud y luego separadas por el odio, el resentimiento y fanatismo político en el territorio vasco, donde incluso era censurado hablar castellano, lengua casualmente utilizada por la mayoría de la población.
Dos huellas de un conflicto armado
Los protagonista son Joxian y Miren, padres de Joxe Mari, Gorka y Arantxa. Él, apocado y sentimentalmente reprimido obrero; ella, autoritaria mujer dedicada a los trabajos de la casa. La otra familia: Txato y Bittori, padres de Nerea y Xabier. Él es un empresario del transporte y ella está a cargo de la atención del hogar.
Su amistad empieza a resquebrajarse conforme pasan los años y se recrudece el conflicto con ETA, cobrando la vida de numerosas personas inocentes y sembrando el terror entre quienes están al margen de aquella locura, que no pueden ignorar.
Al conflicto responden sectores españoles con métodos similares a los etarras, como es el patrocinio encubierto de los parapoliciales Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), activos entre 1983 y 1987, durante el gobierno de Felipe González. Al igual que la ETA, estos son responsables de secuestros, torturas y crímenes, sobre todo en el territorio vasco francés. Sus víctimas, militantes y simpatizantes de ETA, pero también inocentes.
La boda de ambas parejas coincide en 1963, pero después cada familia empieza a tomar rumbos distintos, en un pueblo cercano a San Sebastián, capital de la provincia vasca de Guipúzcoa.
La familia venturosa, con su hijo mayor convertido en un eminente médico, eternamente soltero, y una hija abogada, casada con un próspero empresario, enganchada al Estado y con un matrimonio que se prolonga en el tiempo aunque, como suele suceder en muchas parejas, no sin particularidades y diferencias.
De la otra familia, su hijo Joxe Mari, avalado por su madre, termina involucrado con el terrorismo de ETA (Euskadi Ta Askatasuna – País Vasco y Libertad), dispuesto a matar para librar al país vasco de la “opresión” de España.
Después de varios atentados, finalmente es capturado, brutalmente torturado y acusado de crímenes como jefe de un comando de ETA. Arruinado y envejecido, termina confinado en la cárcel. Su madre, identificada con el rumbo que había tomado su vida desde joven y su padre, con menos entusiasmo y de manera ocasional, lo visitan superando las incomodidades que supone el largo viaje.
La otra hija, casada, con dos hijos y luego divorciada, fue víctima de un terrible ictus que la confinada a una silla de ruedas al cuidado de sus progenitores y asistida por una cariñosa ecuatoriana. El otro hijo, homosexual, aceptado finalmente por sus padres, es un precoz lector y escritor, que termina casado con su pareja, boda a la que terminan por asistir Miren y Joxian. De los tres, es quien más claro tiene el rumbo de su vida, pese a las descalificaciones de Joxe Mari a causa de su comportamiento solitario y un tanto enigmático desde la adolescencia.
Oscuridad y perdón
La novela de Fernando Aramburu –autor de una abundante y celebrada obra literaria– es un relato desgarrador de una época oscura para España. La fatalidad de un país víctima del terrorismo, situación que se singulariza en el drama que viven estas dos familias, pero también de todo un pueblo que padece bajo el temor de traspasar las estrictas normas de comportamiento y convivencia que le impone el grupo armado.
Una familia ve a su hijo pagando su largo castigo en la cárcel. La otra ver a su padre morir tiroteado por un encapuchado, cuando él regresaba una tarde lluviosa de su empresa de transportes, luego de dudar si seguir pagando las extorsiones, cada vez más altas, que exigía ETA.
Las reflexiones de Joxe Mari no dejan de ser punzantes, como despiadada fue su actitud ante la vida de otras personas. Apostó por una causa sangrienta. Con su mano derecha, la única que puede mover, su hermana paralítica logra escribir cortas frases en el iPad implorándole que pida perdón a sus víctimas.
Doblegado por el amor a su hermana, finalmente acepta, aunque “pedir perdón exige más valentía que disparar un arma o accionar una bomba”. Es el perdón que espera la viuda del esposo asesinado para cerrar aquel trágico capítulo, descansar en paz y ser enterrada junto a él.
En el relato, el papel protagónico, sin duda, recae en las mujeres, personajes femeninos con atributos y vidas tan desiguales como son Bittori y Miren e, incluso, en Arantxa, quien lucha por acercar a aquellas amigas de juventud distanciadas por la guerra.
La pelea en retrospectiva
La novela transcurre durante el conflicto de ETA con el Estado español hasta el cese de hostilidades en el 2011. En sus cuarenta, de los que 17 que ha pasado en la cárcel, envejecido, solitario y caviloso, Joxe Mari se informa por la televisión del anuncio de la ETA de abandonar la lucha armada.
En su mente, las imágenes corren veloces, pero se detienen de golpe e imagina un destino diferente que culmina con el gran sueño de juventud: fichar por el equipo de balonmano del FC Barcelona.
Parece resignado o tranquilo, con la “tranquilidad del árbol caído” por su vida en prisión y lo que se ha perdido. “Después de tanta sangre, ni socialismo, ni independencia, ni pollas en vinagre. Abrigaba la convicción de haber sido víctima de una estafa (…). Un hombre sin más paisaje que las cuatro paredes de su celda, abrumado bajo el peso de lo que hizo en nombre de unos principios que otros idearon y él, obediente, ingenuo, asumió”.