En enero de 1894, en una carta dirigida al compositor Ernest Chausson, Claude Debussy afirmaba encontrarse inmerso en un proceso para captar «esa nada de la que está hecha Mélisande; esa nada que forma parte de la estructura íntima de la obra».
Como expresamos en un artículo anterior, tan solo un año antes, Debussy había tomado contacto con la obra simbolista de Maurice Maeterlinck y proyectaba la que habría de ser su única incursión en un drama de naturaleza lírica. Llamémosle ópera, mis amigos, puesto que hablamos de Pelléas et Mélisande.
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Mélisande –la dulce niña de largos y rubios cabellos, cuyo origen y destino permanecen ocultos al espectador– es una representación simbolista de esa nada que no tiene rostro ni forma. A su alrededor, se aglutinan elementos que el drama lírico habrá de considerar: agua, viento y femineidad, potencializados por una extraña luminosidad sin fin.
Debussy, juzgado por su biógrafo
Louis Laloy, primer biógrafo de Debussy, solía describir las reacciones del afamado compositor ante hechos o creaciones suscitadas por Wagner, u otros contemporáneos.
"Fui a Bayreuth como hicieron todos, y lloré profundamente escuchando el Parsifal. Pero a mi regreso, conocí el Boris Godunov, que tuvo el poder de curarme", relataba el compositor, en coloquio con quien devendría su primer biógrafo.
El autor estaba, sin duda, al acecho de un tema que pudiera desarrollar con elementos inversos, y por medio de una inteligente urdimbre de sensaciones varias, todas reflejadas a través de la música y de la orquestación.
El mensajero de una melodía y una cita con el destino
Acaso como preámbulo de lo que se convertiría en la gran obra de su vida, Debussy completó placenteramente 85 melodías para canto y piano, a las que otorgó patente para recorrer mundo a partir de 1882. Tal fue el año de composición de la excepcional Nuit d’Etoiles: su opus 1.
Pese a tal dato estadístico, la más determinante entre las canciones aludidas fue la primera de las llamadas Ariettes oubliées. Llevaba por título la expresión que prologa el poema de Paul Verlaine –C’est l’extase langoureuse– y fue compuesta en 1887.
Contaba André Messager –reputado director orquestal y talentoso compositor– que en una ocasión se halló a solas con Mary Garden, soprano escocesa que residía en París y que había alcanzado un éxito rotundo al asumir el rol principal de la Louise de Gustave Charpentier. Hurgando en publicaciones de L’Illustration, Messager tropezó con una ariette recién publicada, pese a que su creación databa de 1887. El músico, dominado por lo que pudo ser una epifanía, gritó: "¡Por Dios, Mary, esta es una canción de Claude Debussy que no conocía! ¡Y es bellísima!".
Mary Garden se acercó, tomó la revista en sus manos y la analizó. Su transformación fue total: el entusiasmo fue ganando a la joven diva, que ingresó en un estado cercano al éxtasis que la canción describía. Mary gritó: ¡Esta canción tiene que ser mía! La respuesta de Messager fue impensada: Quizá la canción llegue a serlo algún día… y su autor también. ¡Por Dios, André! –repitió con sorna la joven diva– ¡Estás celoso de unos pocos compases!
La nueva Mélisande
El poder ensoñador y premonitorio de la canción se concretó pocos meses más tarde. Debussy había ensayado el rol de Mélisande con Georgette Leblanc, amante del propio Maeterlinck, a quien había asegurado verbalmente el rol para el anunciado estreno en la Opéra Comique.
Empero, tanto Leblanc como Maeterlinck comprobaron el escaso valor de la promesa: pocos meses después, pudo leerse en Le Figaro que la joven soprano escocesa Mary Garden sería la encargada del apetecido rol.
Maeterlinck, fiel al interés de su favorita, intentó una demanda contra Debussy ante la Societé des Auteurs por incumplimiento contractual. No obstante, dicha acción legal fue rechazada ad portas, y Maurice decidió utilizar las vías de hecho. Leblanc describe una tragicómica escena en la que Maeterlinck intentó infructuosamente dar de bastonazos a Debussy.
Los ensayos de Pelléas et Mélisande
A partir del momento en que se decidió por Mary Garden como primera Mélisande, Debussy se encargó del proceso de interiorización del papel. La verdad es que, aunque la portentosa música era capaz de decirlo todo por sí misma, el creador necesitaba al menos una equivalencia con la desenvoltura del personaje.
Según el relato de André Messager, quien dirigió musicalmente la obra, el proceso de generar la conjunción de los partícipes fue intenso: "A partir del primer ensayo, los cantantes llevaban leídos sus respectivos papeles. Debussy tocaba la reducción a piano, con esa solvencia técnica que lo caracterizaba. ¡Era un pianista excelso!".
"Todos en la sala, incluidos Carré y Messager, teníamos la cabeza inclinada sobre la partitura, como si estuviésemos orando –relató Mary Garden–. Mientras Debussy tocaba el piano, experimenté las más extraordinarias emociones que tuve en mi vida. Al escuchar esa música, me parecía que me iba transformando en otra persona… en alguien dentro de mí, con lenguaje y alma que me resultaban familiares. Cuando empezó el cuarto acto, las lágrimas me impidieron continuar (……) y cuando Claude comenzó a interpretar la muerte de Mélisande empecé a llorar sin disimulo…". Así habló la soprano que, durante el resto de la vida del maestro, fue llamada por él como ma petite Mélisande (mi pequeña Mélisande).
"Los sonidos del silencio"
Acaso la más célebre frase de Claude Debussy sea aquella que ratifica su respeto hacia los silencios desperdigados en una partitura: "La música es el silencio entre las notas".
La notable expresión es la llave mágica de esa extraña sensación que nos produce la muerte de Mélisande. ¿Miedo? ¿Dolor? ¿Sorpresa? ¡Qué nos importa! Limitémonos a recordar que Debussy –analizando el Boris Godunov, la gran ópera de Mussorgski– habló siempre de generar una música "compuesta de pequeños y rigurosos toques sucesivos, unidos por un lazo misterioso…".
No obstante, hurgando en la forma utilizada por Debussy hacia las voces humanas –cual si fuesen otros tantos instrumentos orquestales– se ha generado la necesidad de buscar en la tradición francesa los orígenes de ese "lazo misterioso e ignoto", que aglutina las cadencias de los compositores galos del siglo XVIII. De hecho, la admiración de Debussy hacia Jean Phillipe Rameau –sus acentos justos y su forma de declamar el recitativo secco– hacen evidente lo que el compositor proclamara: "Me sirvo de un medio que puede parecer extraño… EL SILENCIO, acaso la única manera de prolongar la emoción de una frase".
Final bélico y silencio elocuente
Relata Louis Laloy que el 21 de marzo de 1918 –preso inexorablemente de un cáncer colorrectal–, Debussy quiso presenciar el ensayo general de Castor et Pollux, ópera de Rameau que se reestrenaba con gran expectación en la capital francesa. Empero, el temor a los incesantes bombardeos sobre París, unido a la disminución progresiva de sus fuerzas, le impidieron asistir a la obra principal del teatro lírico a la francesa.
Con el último hálito de vida, sonrió y dijo a Laloy: "¡Dígale bonjour de mi parte a Monsieur Castor!". El estruendo de los bombardeos, atemperados por la sordina, apagó su pacífica voz cuatro días más tarde.
Mélisande está hecha de silencios, y con tal identidad desentrañamos el último de los enigmas simbolistas: El personaje ha cumplido un singular recorrido desde el planeta del mutismo hasta el laberinto de la elipsis.
A diferencia del elenco wagneriano, se ha nutrido con el ritmo de la vida misma, y su viento bíblico extingue las voces del pasado, a medio camino entre los sonidos del agua y el palpitar de la pasión.