Un sueño hecho realidad
¡Por fin: uno de los sueños de mi vida: La condenación de Fausto de Hector Berlioz será estrenada en Costa Rica, donde el Fausto de Gounod ha sido representado mil veces (con él se inauguró el Teatro Nacional, en octubre de 1897) y ni siquiera una vez la obra de su inmenso predecesor! La pieza fue estrenada en 1846: Costa Rica la descubre 173 años después. Por supuesto que hemos oído el Ballet de los Silfos, el Minueto de los Fuegos Fatuos y la Marcha Rakoczy –música tradicional húngara que también utiliza Liszt en una rapsodia de virtuosismo–. Sin embargo, estos fragmentos no nos permiten formarnos la menor idea de lo que este portentoso fresco orquestal y coral representa.
Yo me enamoré de la pieza durante mi desmelenada y fervorosa adolescencia. La he amado toda mi vida, y he invocado a los dioses de la música para que sea tocada en Costa Rica. Ahora, en la conmemoración del 150 aniversario de la muerte de Berlioz, vamos por fin a escucharla.
Para mí, es la mejor pieza que jamás compusiera Berlioz. La pongo por encima de su Sinfonía Fantástica, el Réquiem, Romeo y Julieta, y cualquiera de sus óperas. De hecho, creo que es la más original, audaz, insólita obra lírica francesa del siglo XIX. A años luz de Carmen, Fausto, Sansón y Dalila y cualquier título operático galo.
Mi enamoramiento con esta obra fue tal, que durante algunos años me dio por vestirme como Berlioz (igual me creí el Doctor Fausto, el joven Werther y Alfred de Musset). Cosas de la juventud. El ser humano comienza a envejecer cuando ya no es capaz de grandes entusiasmos, de grandes militancias, de grandes indignaciones.
¡Abajo las etiquetas!
Yo no sé qué es La condenación de Fausto. Nadie en el mundo lo sabe. Tengo la certeza de que tampoco Berlioz lo supo nunca.
Él la subtitula “Leyenda dramática”. Esta denominación es ambigua. ¿Es una ópera? No en el sentido estricto, pero su lenguaje es en gran medida operático. ¿Es una ópera “de concierto”? Tal cosa no existe. Una ópera sin escenografía, actuación, luces y movimiento es un despropósito. El tipo de aberración en que incurren las compañías cuando no tienen dinero para montar una ópera como Dios manda. Vi en París La condenación de Fausto en versión concierto, ejecutada por sir Colin Davis, el más grande director berlioziano, autor de la grabación de referencia de sus obras completas: ¡no funcionó! La pieza tiene tanta acción, tanta agitación que, al ser cantada por cuatro solistas tiesos y un coro hierático, el resultado es ridículo. ¿Es un oratorio? Pues no, porque, de nuevo, hay en ella tantas arias, dúos, números corales y escenas hiperquinéticas que, por mucho, desborda lo que de un oratorio podríamos esperar.
Hemos de renunciar a ponerle una etiqueta, y decir, con Berlioz, que es una “leyenda dramática”. La verdad es que la obra es tan abigarrada, tan vertiginosa, conlleva tantos cambios de escenografía y demanda tantos “efectos especiales”, que el único medio que podría hacerle justicia es el cine.
Cuando Mefistófeles convoca a los caballos infernales –Vortex y Yaour–, y cabalga arrastrando a Fausto hacia el averno –la Carrera al abismo–, cuando las cuerdas nos hipnotizan con su obsesionante ritmo de galope y el oboe deja oír su voz como un alma en pena, cuando el coro canta fantasmagóricamente Sancta Maria, ora pro nobis, cuando las legiones de esqueletos saludan el paso de los endemoniados jinetes, cuando la horda de murciélagos se cierne sobre sus cabezas, y cuando Fausto, crispado en el colmo del terror, advierte que está lloviendo sangre –una visión de pesadilla, onirismo puro, y del más abismal–, la música pide a gritos el cine: los “camarazos”, las secuencias paralelas (por un lado, Mefisto espoleando a sus caballos: “¡Hop, hop!”, por el otro Fausto que tiembla de horror, y ve como los animales rompen las bridas y devienen incontrolables)… No, amigos: esto escapa –y por muchísimo– a lo que la mejor maquinaria operática podría ofrecernos, ¡ya no hablemos de una versión “de concierto”! El cine honrará algún día esta concepción inmensa, potentemente visual, gráfica y cinética. Cualquier otro medio se quedará corto.
El viejo baúl de los tesoros
Siendo un muchacho de 23 años, Berlioz compuso Ocho escenas para Fausto, su Opus 1. Son lindas, pero no vale la pena escucharlas. Berlioz las retomó, mejoró, e integró todas a La condenación de Fausto, 17 años más tarde.
Esta es la versión que realmente cuenta. Fausto había obsesionado a Berlioz desde que leyó una traducción al francés del drama de Goethe realizada por Gérard de Nerval. Y es el texto del gran poeta galo el que Berlioz musicalizó. No se abstuvo –típico de él– de insertar algunos fragmentos de su propio numen, y el coro satánico de la orgía final, cuando Fausto cae en el infierno, es enteramente producto de su febril imaginación.
Transcribo unas líneas, para que se formen una idea de la clase de averno que Berlioz imagina. Todas las palabras de la lengua “satánica” son inventadas por el compositor: “¡Tradioum marexit fir tru dinxé burrudixé, fory my dinkorlitz, O mérikariu, O mévixé, Mérikariba, Merondor, dinkorlitz Merondor!” ¡Cielo santo! ¿Será preciso llevar un exorcista al teatro? Sí: el viejo doctor Fausto firma su pacto con Mefistófeles, recobra la juventud, visita una abyecta taberna llena de borrachos, se enamora de Margarita, sucede todo lo que entre ellos tiene que suceder, Mefisto lo arrastra al infierno mientras grita, exultante: “¡He vencido!”, se desata una bacanal satánica, pero el amor de Margarita redime al pobre Fausto, que recobra la beatitud hacia el final de la pieza.
Lo único que Berlioz cambia en el argumento de Goethe es que le impone a Fausto una temporada en el infierno, pero, gracias a Margarita, sabemos que volverá a la luz.
En este espectacular mural lleno de visiones de pesadilla o de imágenes arcangélicas, hay una página que debemos oír para comprender el ácido humor de que Berlioz era capaz. Después de que el ebrio Brander interpreta la Canción de la rata para un grupo de borrachos, el compositor nos inflige un pedante, tieso, escolástico ejercicio de contrapunto: una paródica, torpe, martillada fuga a lo Bach, sobre la palabra “Amén”. Hay que oírlo para creerlo. La fuga debe ser interpretada de manera deliberadamente pesada, rígida, irritantemente académica. Sucede que Berlioz odiaba las academias y, además, siempre sostuvo –y razón no le falta– que usar la palabra “Amén” –tan simple, tan dulce– para una enorme fuga coral a cinco voces –como lo hacen Bach, Mozart y Beethoven– era absurdo.
En fin, amigos, prepárense para escuchar una música inaudita, insólita, asombrosamente moderna, portentosamente orquestada, llena de memorables melodías, infernal y luciferina, también poética y casta, y siempre original y desbordante de verbo, imaginación, genio. Es música para ser “vista”, no solo oída. Acójanla en sus corazones, vuelvan con ella a la adolescencia, enamórense nuevamente de sus Margaritas o sus Faustos (todos los tenemos), abandónense al ensueño, y permítanse ser profunda, incendiaria, perdidamente románticos.
Enorme concierto de la temporada
Bajo la dirección de John Nelson, la Orquesta Sinfónica Nacional interpretará La condenación de Fausto en el Teatro Nacional el viernes 31 de mayo, a las 8 p. m. y domingo 2 de junio, a las 10:30 a. m.
Participarán además el tenor coreano Woo Young Yoon, la mezzosoprano estadounidense Raehann Bryce, el barítono canadiense Daniel Okulitch y el bajo costarricense Luis Gabriel Quirós, así como el Coro Sinfónico Nacional, el Coro Surá y el Coro de Niños del Instituto Nacional de la Música.
Las entradas para este concierto están a la venta en la boletería y la página web del Teatro Nacional. Los precios de los boletos oscilan entre ¢6.000 y ¢25.000; habrá un 40% de descuento para Ciudadanos de Oro y estudiantes que presenten su carné en la boletería del Teatro.