Al iniciar la semana, el lunes 15 por la mañana, nos sorprendió la noticia de la muerte del artista grabador Rudy Espinoza Morales. El día avanzó y profunda tristeza, gran frustración y hasta cólera nos embargaron: ¿cómo era posible que, de manera tan abrupta, se hubiera segado la vida de nuestro querido Rudy? Tantos sueños y tantos grabados que veíamos venir de su prolífica creatividad, los cuales, de pronto, se esfumaron. Perdimos al amigo de todos quienes integramos el medio plástico nacional.
Sin embargo, al final del día, ese dolor se fue aliviando al recordar a la persona, al amigo y dimensionar las buenas cosas que dejó el maestro en nuestra cultura con su labor artística y su papel de educador.
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Rudy Espinoza nos lega un cuerpo de obra gráfica tallada en metal por más de cuatro décadas.
A pesar de su formación inicial como pintor, al descubrir el grabado en metal en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica, bajo la tutela inicial del maestro Juan Luis Rodríguez Sibaja, encuentra su vocación de artista de la estampa original. Se consolida en su desarrollo como académico, primero en la Universidad Nacional y al cursar estudios de posgrado para obtener su Maestría en Bellas Artes en Grabado, en la Universidad de Minnesota (Estados Unidos) en 1985.
Esta sólida formación le permitió tomar la estafeta que dejaba el maestro Rodríguez Sibaja al jubilarse y quedar a cargo de las clases de grabado en metal de las escuelas de arte de la Universidad Nacional y de la Universidad de Costa Rica.
Como consecuencia de su labor en la formación de jóvenes artistas, algunos nos atrevemos a decir –sin menospreciar a sus predecesores y formadores– que Rudy Espinoza es la pieza precursora en la consolidación del grabado en metal para las generaciones que hoy son responsables de la docencia y la sólida práctica de la disciplina.
Entre ellos se destacan mujeres y hombres que hoy rondan los 40 y los 50 años; podemos citar artistas y docentes reconocidos como Priscila Romero, Sila Chanto, Marcia Salas, Mercedes Fontana, Carolina Córdoba, Ileana Alvarado, Yula Cambronero, Verónica Navarro, Rebeca Alpízar, Adrián Arguedas, Ólger Arias, Carlos Castro, Alejandro Villalobos, Salomón Chaves, Ary Bulgarelli, Jorge Crespo, Sebastián Mello, Edgar León y Eduardo Brenes. Quedan muchos nombres sin mencionar porque la lista es enorme.
Además, hay que resaltar su labor administrativa como director de la Escuela de Arte y Comunicación Visual de la Universidad Nacional del 2002 al 2006, así como su trabajo durante más de una década, luego de jubilarse de la docencia universitaria, para apoyar el desarrollo del grabado en metal, en la Escuela Casa del Artista Olga Espinach Fernández, del Museo de Arte Costarricense.
El maestro Espinoza ha dejado una huella cargada de buen humor y disciplina en sus discípulos dolidos por su partida.
Reconocida impronta
En la práctica artística, la huella impresa del maestro es enorme.
Siempre se caracterizó por la disciplina de trabajo, la perfección técnica y el dominio de la forma como medio de expresión, en que se planteaba sus preocupaciones existenciales, casi siempre alrededor de problemáticas humanas de su entorno y de la cultura.
Con su trabajo artístico marcó un derrotero que debemos emular todos los grabadores. Rudy Espinoza nos hereda confianza, honestidad creativa y empuje, tan necesarios para avanzar en un medio que no reconoce aún la paridad de la estampa artística con las disciplinas más aceptadas (la pintura y la escultura).
El maestro Espinoza fue bastante reconocido en el ámbito costarricense, incluso desde muy temprano en su trayectoria. En su carrera como grabador, participó en los certámenes organizados por el Ministerio de Cultura a partir de 1972 y hasta 1993, y fue en 1976 que obtuvo el premio en grabado del 5.° Salón Anual de Artes Plásticas, con una de sus primeros aguafuertes monocromos: La cuesta (1976).
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No se detuvo ahí y fue galardonado en 1980, en el 1.° Salón de Artes Gráficas Max Jiménez, por su conjunto de obras: Piros, Rutina y Acontecimientos (1979) y, en 1987, ganó no solo el Salón Nacional de Grabado Francisco Amighetti por su estampa La última escena (1986), sino también el Salón Nacional de Dibujo Dinorah Bolandi, por el conjunto de obras En cautiverio, Imagen vulnerable, Desdoblamiento y La muerte del protector (1986).
La última escena (1986) también obtuvo reconocimiento internacional al llevarse la Medalla de Oro en la Sección de Grabado Latinoamericano en la VIII Trienal de Grabado 1986, en Frechen, Alemania.
Un poco antes, en 1981, conquistó el Premio Nacional de Cultura Aquileo J. Echeverría en dibujo. Aunque no llegó a obtener la categoría en grabado de este prestigioso premio nacional, sus dos grandes exhibiciones retrospectivas recientes, Rudy Espinoza: 35 años de grabado (tóxico) del 2011 –Escuela Municipal de Artes Integradas de Santa Ana– y Rudy Espinoza: 40 años de grabado en metal 1976-2016. Exposición antológica del 2016 –Museo Rafael Ángel Calderón Guardia– lo colocaron como un fuerte contendor en las ediciones del Aquileo de esos años.
El maestro Rudy Espinoza llevó el grabado en metal costarricense a nuevos niveles técnicos y expresivos, siempre riguroso en la técnica y crítico con sus metáforas visuales.
Su gusto por las líneas profundas y texturas del aguafuerte, las sutilezas de los grises de la aquatinta o de la manera negra y el trazo de pincel del barniz al azúcar imprimía en su trabajo un tinte expresionista y un dibujo agresivo y conmovedor.
No solo gustaba de las manchas de tinta transferidas al papel de algodón de trapo tan apreciado en la estampa artística, si no que se deleitaba también con el relieve en blanco que deja la plancha erosionada en el papel al ser estampado sin tinta.
Como buen grabador en metal disfrutaba de conservar la tradición de la estampa artística tal y como se consolidó en la primera mitad del siglo XX y, aún así, buscaba la innovación.
Rudy Espinoza nos dejó en su plano físico, pero los más de 350 grabados que creó a lo largo de sus 40 años de producción artística lo mantendrán presente e inmortal. Maestro Espinoza, ha sido un honor.
*El autor es grabador y catedrático de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica