Floria Jiménez, poesía para la eterna infancia

En la Feria Internacional de la Lectura Infantil y Juvenil de Centroamérica (FILIJC 2019), que se realizará en Guatemala entre el 13 y 16 de marzo, se rendirá un homenaje a la escritora costarricense

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La palabra juguetona, rítmica y sonora que se evoca en la infancia, permanece durante toda la vida. Es el primer verso que nos conmueve. Por eso, en esta relevante feria –dedicada a Carmen Lyra– se hará un reconocimiento al trabajo de la escritora Floria Jiménez (San José, 1947).

Amplia trayectoria

Floria Jiménez publicó su primer libro, Mirrusquita, en 1976. Desde entonces han aparecido títulos inscritos en diversos géneros, el poético, el cuento o la novela como Me lo contó un pajarito, El color de los sueños, Detrás de donde nace el sol, Las canciones del viento, Tortuguita Paz, Galipán y yo, Las piedritas mágicas, El día en que el sol enfermó de tos, Paulina y el caracol, Érase este monstruo, Tres cocodrilas del cocodrilar, No te rasques, Pequitas, La tía Poli y su gato fantasma, Gusano Picoreto-Ratón con dientes de niño o El árbol solito.

Debe anotarse que 40 años después de su primera edición, su ópera prima aún se reedita y lee. Recitamos así: “Mirrusca, Mirrusca, / linda Mirrusquita, / ¿conoces la historia / de Luz, la pulguita?”.

El reconocimiento nacional e internacional no se ha hecho esperar. Ha sido galardonada con el Premio Aquileo J. Echeverría en 1978, el Premio Carmen Lyra de Literatura Infantil y Juvenil en 1976, 2004 y 2007; el Premio Tribuna Interbalnearia de Literatura Infantil de Uruguay en 1978 y el Premio Alfonsina Storni de la Fundación Givré de Argentina.

Su tesonera obra literaria y educativa fue distinguida en 2009 con el doctorado honoris causa litterarum cultrix de la Universidad Católica de Costa Rica y el Premio Omar Dengo, en 2018, por la Universidad Nacional (UNA).

Y es que la autora fue una dedicada profesora que propició el amor por la literatura. Se graduó en la Universidad de Costa Rica y trabajó en varios colegios. Durante décadas formó docentes en las áreas del lenguaje, la literatura infantil y la expresión creadora en el Centro de Investigación y Docencia en Educación (CIDE) de la UNA. También se le recuerda por producir y escribir los guiones del programa de televisión Ciudad palabrita, transmitido en la década de los años 80 por Canal 13.

Niñez entre libros

Transcurrió su infancia y juventud en el Paso de la Vaca, cercano al Mercado Borbón de San José. “Muy interesante era ese barrio porque a esa zona habían emigrado cantidad de familias europeas que venían huyendo de la Segunda Guerra Mundial –explica la autora en una entrevista que le hice en 2017–. De manera que había italianos, judíos y por sobre todo, españoles. Por supuesto, habíamos ticos, allí creció mi familia. También era un barrio que, a las seis de la tarde o siete de la noche salía uno a conversar con los vecinos sin ningún tipo de peligro, era muy bonito, muy agradable”.

Frente a su casa estaba la Librería Baldizón. La poetisa rememora que los gatos se paseaban entre cajas abiertas de las que se asomaban torres de obras de editoriales extranjeras. Allí encontraba cuentos troquelados, y textos en las que se describían países lejanos como España o Arabia. Aún hoy conserva tesoros bibliográficos que le obsequiaron en la infancia, entre los que se encuentran una versión de las rimas tradicionales inglesas de Mother Goose o la enciclopedia La Colección de Oro de los Niños con valiosos prólogos de Gabriela Mistral y Juana de Ibarbouru.

Por eso, a los 10 años, Floria ya había creado e ilustrado, con lápices de colores, sus primeras composiciones poéticas. Guarda en su casa, con devoción, un álbum escrito de puño y letra, en el que se leen versos como “Una niña pequeña / hija de una señora anciana / se llamaba “Almendrita” / y con las mariposas / jugaba por la mañana”.

De musicalidad, juego y poesía

Su padre era dueño de una farmacia situada en Barrio México. Era un hombre que escuchaba discos de ópera, operetas y zarzuelas, y la llevaba a ver obras como La viuda alegre al Teatro Nacional y a apreciar las retretas en el parque Central. Entre la clientela de la botica estaba el poeta Carlos Luis Sáenz. Recuerda así: “Y a veces yo estaba asomada a la puerta de mi casa y ahí pasaba don Carlos Luis y nos dábamos grandes conversaciones sobre literatura”.

No es de extrañar entonces que en su obra la música y el sentido lúdico ostenten vital importancia. Expresa: “Cuando escribo un poema, a veces, se me viene la melodía. Después se me olvida la melodía. Me sirve en el momento de estructurarlo, de darle forma”.

La escritora Elsa Bornemann advierte que, para la persona menor, es más importante el ritmo y la musicalidad del poema que su significado. Y Floria Jiménez es una maestra de la eufonía y de un atrevido y gozoso uso de palabras. Ese juego lo encontramos, por ejemplo, en el título de uno de sus libros, Tres cocodrilas del cocodrilar. En el Diccionario de la Lengua Española solo se acepta el masculino “cocodrilo” y no reconoce la palabra “cocodrilar”, pero eso no impide a la autora crear un atractivo efecto sonoro que disfruta el público infantil y el adulto.

Debe reconocerse también, en su obra, el sentido del juego por el que abogaba el poeta Sáenz en un libro clásico como Mulita mayor. En la poesía que solaza, durante la primera infancia y la edad escolar, no impera ningún sentido didáctico.

En el 2016, las investigadoras Beatriz Ortiz y Alicia Zaina, afirmaban: “La poesía, lenguaje divergente, de aperturas, de sugerencias, de exploración de sonidos y ritmos, permite a los chicos un encuentro diferente con la palabra, un encuentro estético, enriquecedor de sensaciones y emociones, disparador de sus fantasías y creatividad”.

Encontramos así textos que nos recuerdan jitanjáforas y trabalenguas como “Dunga, dunga” / (decirlo tres veces, sin respirar, / saltando en un solo pie) / Dunga, dunga, / caradunga / diez hilos de estrella / tres granos de azúcar / colibrí de nácar / nidito de pluma / gusano de fuego / caracol de espuma / para que me quieras / hechizo de luna / y una caradunga / ventana encantada / con luz de ternura. // Dunga, / dunga, / dunga”.

Hoy habita la escritora en un hogar cuyas paredes están tapizadas con medallones de colores confeccionados con materiales reciclados. Al igual que con su poesía, ella crea belleza con objetos cotidianos.

Aplaudiremos a Floria Jiménez en Guatemala y seremos conscientes de la trascendencia de su obra. Afirmaremos junto a la poetisa María Elena Walsh: “La poesía es en definitiva reconstrucción y reconciliación, es el elemento más importante que tenemos para no hacer de nuestros niños ni robots ni muñecos conformistas, sino para ayudarlos a ser lo que deben ser: auténticos seres humanos”.

*El autor es escritor, profesor de literatura infantil en la UNA y la UCR, y miembro de número de la Academia Costarricense de la Lengua.