Aquel mes de agosto de 1979 fue una gran temporada para el hedonismo en Costa Rica. Hojeando las páginas de La República del martes 14, me topo con un anuncio de la discoteca Leonardo’s (”GRAN INAUGURACIÓN”): en la noche tocan Clouds de Miami y Paco Navarrete. Latino y Santamaría amenizan El Gran Parqueo, en Desamparados. En el Club Internacional Pantera Rosa, espectáculos de “ver para creer”. Y en la página de cine, no una Emmanuelle, sino tres. La cerveza como a ¢12 en bares, temperatura a 22°C, 75% de humedad relativa: así las cosas ese martes de agosto.
En 1979, un personaje que había sacudido al mundo provocaba un nuevo alboroto en Costa Rica: Emmanuelle, mito erótico, escándalo seguro, pecado imborrable. La anécdota se repasa en Censura, cine y modernización del consumo cultural audiovisual en Costa Rica a finales del siglo XX (1978-1995) (EUNA), de Sergio Hernández Parra. Según el recuento del historiador, el intelectual Alberto Cañas escribió: “En mis ocho años como censor de espectáculos públicos, la película Emmanuelle fue una de las más negativas y dañinas que examiné”. El periodista y censor Mauro Fernández comentó que era nada más “un cúmulo de escenas pornográficas”.
Vuelvo a la cartelera. Emmanuelle, la original de 1974, se exhibe a las 7 y a las 9 de la noche en el Cine Variedades. Si va a la primera tanda y corre al Metropolitan, puede ver Emmanuelle II (1975). Al día siguiente podrá ver, a las mismas horas, una película italiana del 75 inspirada en el personaje, Emmanuelle negra, en el Cine Capri.
No había forma de esquivar el fenómeno: la canción de la película había conquistado la radio, más allá del origen turbio. En recuentos recientes del escándalo, se ha asumido que era una película la del problema, pero no: San José vivía una fiebre de Emmanuelle en muchas versiones, como vemos consultado publicaciones de la época. En la propaganda de Pro-Familia lamentaban que por “el negocio millonario de unos pocos se están viniendo al suelo los mejores valores del costarricense” y calculan la ganancia para las distribuidoras en ¢130.000 al día, más de un millón por semana.
En el semanario Nuevo Pueblo del 4 de junio de 1979 ya se consignaba la aparente popularidad de las cintas; además, destaca que Adiós Emmanuelle (1977) se exhibió en el Cinema Colón por mes y medio. Según la revista, las otras se mostraban desde el 24 de mayo y llevaban años en disputa. Ya esas maratones no se pueden repetir en nuestra San José ayuna de salas de cine.
Distintos recuentos nublan la memoria acerca de Emmanuelle. En La Nación, en el 2012, el exgerente de la antigua distribuidora Ecapsa decía que solo Emmanuelle II: La antivirgen se había estrenado entonces, solo para mayores de 18, solo de noche y solo dentro del Área Metropolitana. Tal vez no recordaba que una fiebre erótica acaparaba diferentes salas en esa época, pero sí rememora correctamente que se hacían largas filas fuera de los cines para conocer a la exótica seductora. Y, ¿por qué tanto revuelo?
‘Emmanuelle’: Sylvia Kristel conquista el cine erótico
La leyenda comienza en 1957, época fértil para memorias eróticas y ficciones pornográficas. Escrita por Marayat Rollet-Andriane con el seudónimo de Emmanuelle Arsan, la novela que lleva su nombre narra las aventuras de la esposa aburrida de un diplomático francés. Terminaron por prohibirla. Tres años antes, La historia de O (Anne Desclos / Pauline Réage) había provocado un alboroto parecido. La versión completa de El amante de Lady Chatterley (1928), clásico de D.H. Lawrence, apenas había llegado a Estados Unidos en 1959 y a Reino Unido en 1960. Eran otros tiempos.
Para 1974, la pornografía y el erotismo ya habían conquistado el cine. Era la época de oro de este género maltrecho. Hay gran arte erótico (El último tango en París, 1972; El imperio de los sentidos, 1976) y mero entretenimiento, como la pionera del auge del porno, Deep Throat (1972). Emmanuelle, dirigida por Just Jaeckin (1940-2022) y protagonizada por Sylvia Kristel, quien sufriría por este personaje, era la segunda adaptación de la novela, después de un fracaso sesentero.
La película, ópera prima del fotógrafo Jaeckin, se filmó en Bangkok entre el 10 de diciembre de 1973 y el 6 de febrero de 1974. No fue un rodaje sencillo. Kristel sufrió por múltiples escenas, donde la violencia se impone sobre el placer hasta límites incómodos, entonces y ahora. En la película, Mario (Alain Cuny) lleva a Emmanuelle a explorar lo oscuro y lo prohibido en Tailandia: para abrir las puertas del placer, hay que dejarse llevar por la lujuria, no por la razón. Poco a poco, ella “aprende” a dejarse ir.
La película y sus secuelas “oficiales” rara vez pasaron del softcore (aunque algunos lanzamientos caseros sí incluyeron sexo explícito). Hay encuentros lésbicos, violencia sexual, masturbación, sexo en un avión y dos hombres que boxean por acostarse con Emmanuelle. Pasa de todo y no pasa mucho. La película es más una búsqueda del placer que una narrativa particularmente interesante, donde el magnetismo proviene casi todo de su estrella y de la pretendida elegancia de la puesta en escena.
Aparte de la canción principal que algún lector ya está tarareando, la banda sonora de Pierre Bachelet, con guitarras y sintetizadores que murmuran, calza bien con una película húmeda, lánguida, suspendida entre el calor corporal y el vapor tropical.
Se ha dicho que la incalculable audiencia de Emmanuelle llegó a 300 millones de espectadores, imposible de comprobar, pero sí sabemos que casi 9 millones la vieron en Francia y que permaneció 13 años en una cartelera parisina. Además de la taquilla en su estreno y en su periplo por las salas del mundo, recaudó millones en ventas de video casero. No hay que recurrir a la ficción para saber que aquí y en todas partes múltiples, adolescentes descubrieron el sexo audiovisual de esa manera.
Para su protagonista holandesa, la fama mundial cobró su precio. Kristel había hecho audición para El último tango en París, así que la polémica venía en camino de cualquier modo. Tuvo algunos éxitos y trabajó con grandes directores como Claude Chabrol y Walerian Borowczyk, siempre jugando con el asunto erótico. Perdió papeles que luego fueron icónicos (Pretty Baby, Damage) y dicen que rechazó algunos que quizá la hubieran catapultado (King Kong, Blade Runner). Adicciones y relaciones abusivas sabotearon lo que pudo haber sido una carrera aún más interesante.
Kristel hizo cinco versiones de Emmanuelle, la sétima y última de ellas en 1993. La saga continuó por su lado: ella aparece en todas salvo dos secuelas de la serie original. Hay otras siete versiones hechas para televisión y una lista de al menos 39 títulos inspirados en la saga, incluyendo la serie italoespañola de Black Emmanuelle (1975-1983).
Hoy, la película se puede leer en otras claves, habida cuenta de las reflexiones feministas y cinematográficas que han germinado desde entonces. Tras ganar el León de Oro en Venecia, Audrey Diwan pondrá a prueba su nueva versión de Emmanuelle en setiembre, cuando Noémie Merlant encarne al personaje en una nueva película. Se estrenará en San Sebastián y tendrá lanzamiento comercial, como buscando aquel prestigio que pretendió desde el inicio la aventura sexual.
‘Emmanuelle’ en Costa Rica: censura, controversia y placer
Pese al escándalo y gracias a él, como siempre ocurre con estas cosas, el público costarricense estaba ávido de compartir las aventuras de Emmanuelle. Como examina Sergio Hernández en su libro sobre la censura, que aborda casos de 1978 a 1995, la aventurada francesa provocó uno de los grandes debates sobre la libertad artística y de expresión, así como los límites de la censura en nuestro país.
Según un campo pagado publicado en La Nación el 28 de junio de 1979, Emmanuelle (1974) fue rechazada por la entonces llamada Junta de Censura en 1976, cuando primero la quisieron exhibir los empresarios cinematográficos. La decisión de censura se llevó ante el Tribunal Superior de Censura, que finalmente, en 1978, permitió la exhibición en ciertas condiciones, incluyendo la realización de cineforos para acompañar la película.
“Fue prohibida porque presenta una sucesión de escenas pornográficas, totalmente gratuitas e inmotivadas, con un uso audaz del color, cambio de velocidades, trucos placenteros a la vista, pero que no tienen el menor contenido estético ni ético”.
— Comité Pro-Familia, 'La Nación', 28 de junio de 1979
En el fondo de la discusión, como hacen explícitas intervenciones de varios personajes públicos e instituciones como la iglesia Católica, yacía en realidad un problema filosófico: la definición de “pornografía”, “violencia” y “corrupción”. ¿Quién dice qué es cada cosa? ¿Qué ocurre en las fronteras más difusas entre arte y porno, entre la indagación estética sincera y lo más comercial de lo chocante? ¿Es la pornografía por sí sola una forma de delincuencia?
En su libro, Hernández Parra detalla todo el debate que se prolongó por meses. Campos pagados, cartas abiertas, firmas van y vienen... De un lado, se pedía una censura acorde con los valores familiares, católicos y de cohesión social; del otro, se esbozan argumentos a favor de una definición presuntamente científica de la censura, que procurara una exhibición libre, pero con las herramientas adecuadas para el espectador.
“Los sectores conservadores buscan una censura moral, mientras que aquellos que buscan liberalizar el consumo audiovisual se dirigen hacia un modelo informado en donde prima la protección al menor”, resume Hernández. Fue un debate donde mediaba también la reflexión sobre este tipo de películas como un producto burgués, representativo de la sociedad materialista, como comentaron en su momento Julieta Pinto, Rafael Ángel Herra o el semanario Nuevo Pueblo.
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Junto con Emmanuelle, otras películas perfilaron la discusión a fines de los años 70. Costa Rica cambiaba rápidamente en todos los aspectos, incluido el consumo cultural. Emmanuelle tuvo la suerte de llegar en un momento en que esas fricciones provocaban chispas y ahora, a la vuelta de 50 años, nos dibujan una sociedad en plena transformación.
La misma San José que sugerían los anuncios de aquel agosto del 79 ya no existe más, aunque el sexo y el placer siguen marcando muchas de sus calles. Tal vez hayamos cambiado mucho, tal vez todo sigue igual. Medio siglo después, Emmanuelle sigue allí en su silla de mimbre, uno de los muebles más famosos del cine, aunque muchos hubieran querido que nunca la viéramos.
Mélodie d’amour chante le cœur d’Emmanuelle / Qui bat cœur à corps perdu...