El Réquiem Alemán: una ventana hacia el alma de Johannes Brahms

Esta es la obra de un hombre que sufre y duda, sí, pero también se abandona a los brazos de su dios y reitera un mensaje de esperanza. Será interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional en un concierto gratuito el viernes 23, en Alajuela

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Johannes Brahms era un hombre profundamente religioso, formado en el severo protestantismo de Alemania del norte (nació en Hamburgo). No era ostentosamente religioso: era muy celoso de su privacidad, y no le gustaba hablar de sí mismo o trenzarse en vanas polémicas teológicas.

Su corpus de música sacra es inmenso: cantatas, canciones, motetes, musicalizaciones de salmos, música coral a cappella, un Ave María para coro femenino con acompañamiento de órgano y orquesta, música de órgano de inspiración religiosa, un oratorio, adaptaciones de textos bíblicos para voz y piano…; sus últimas testamentarias obras son, precisamente, una serie de preludios corales para órgano, grávidos de resonancias religiosas. Nadie conoce esta música maravillosa. ¿Brahms? Sus Danzas Húngaras, sus sinfonías, conciertos y oberturas: eso es todo lo que –con alguna suerte– la gente aprecia de él.

La cima de su producción religiosa la constituye su monumental y profundamente trágico Réquiem Alemán, obra sin precedentes en la historia de la música. El réquiem era una misa de difuntos, y estaba antonomásticamente ligado a la liturgia católica.

Brahms nos propone un Réquiem alemán y protestante, basado en las Santas Escrituras, para orquesta, solistas, coro y órgano ad libitum. Lo primero que nos llama la atención es el título: Ein deutsches Requiem, esto es: Un Réquiem Alemán, donde el artículo cumple con la función de singularizar la pieza. Brahms nos dice: no es cualquier réquiem, es mi personal versión de este género musical canónico.

Todo el dolor del mundo

Durante su juventud en Hamburgo, Brahms se ganó la vida tocando piano en un cabaret frecuentado por la peor ralea de la ciudad y en medio de prostitutas que bailaban para embeleso de la clientela. Esta experiencia fracturó su vida para siempre. Para Brahms, solo había dos mundos posibles, y eran opuestos: la espiritualidad pura, la contemplación mística, la belleza en grado supremo, por un lado, y la vulgaridad y la vileza humana por el otro.

Nunca logró crear una síntesis: eran estrictamente antinómicos. Y lo que más admiro es el hecho de que no renunció a ninguno de los dos: no se parapetó en una vida pacata y gazmoña, pero tampoco sucumbió a la antipoesía y la disolución moral.

Su Réquiem Alemán es la obra de un hombre imbuido de profundo sentido trágico de la vida, un alma consciente de lo efímero de la existencia y del vértigo de la muerte, que clama a su dios implorando fuerza. Como en el caso de la Primera Sinfonía, la génesis de la obra fue larga: la comenzó en 1854, bajo la impresión del intento de suicidio de su amigo y protector, el noble, generoso Schumann, y la terminó en 1866, en pleno duelo por la muerte de su madre. En diciembre de 1866, Brahms le envía a su amada Clara Schumann una versión del Réquiem con acompañamiento pianístico.

La obra, con sus siete secciones completas, fue estrenada el 18 de febrero de 1869 por la Orquesta y Coro de la Gewandhaus de Leipzig. Brahms había pensado titular su obra Un Réquiem Humano, para darle mayor universalidad. Y es que, en efecto, el héroe de esta obra es el ser humano sufriente ante la terrible evidencia de su finitud, el hombre angustiado, impotente, pero capaz al mismo tiempo de encontrar la paz en las plegarias luteranas, en ese motor de toda actividad humana que es la fe.

Brahms se aleja completamente de los réquiems de Mozart, Verdi, Berlioz o Fauré, con sus aterradores Dies Irae (Días de ira) y sus imágenes de un dios iracundo e inclemente. Su fuente de inspiración es la cantata fúnebre barroca de Schütz y el Actus tragicus de Bach, pero con la movilización de las enormes fuerzas orquestales y corales del romanticismo.

Él sustituye el Dies Irae por una música llena de confianza en la bondad divina, en modo mayor (¡un gesto que dice tanto!). Aun los movimientos en modo menor terminan modulando al mayor: la luz vence siempre a las tinieblas. Sin embargo, el segundo movimiento es una especie de sarabanda que termina en marcha fúnebre (¡cosa rarísima: en compás ternario!). Su título es Denn alles Fleisch, y el texto reza: “Toda la carne es como la hierba, y toda la gloria del hombre cual la flor de la hierba, que se seca y perece”. Es música que quita el aliento, que sobrecoge y eriza la piel: una especie de lento y majestuoso cortejo, una deploración universal por la condición humana.

Más que nunca Brahms busca inspiración en el maestro que, junto a Beethoven, más admiró en su vida: Bach. Varios corales del Kantor de Leipzig son evocados y su compás de 4/4 cambiado a 3/4. La música “ilustra” de manera muy escrupulosa el espíritu de los textos bíblicos citados: así, por ejemplo, cuando el coro enuncia: “Pero la palabra del Señor permanecerá para siempre”, Brahms modula del sombrío modo menor a un luminoso Si bemol mayor.

Nada en la música es arbitrario o adventicio: cada palabra es recreada sonoramente de manera tal que su espíritu sea visible, por poco palpable. Las fugas son empleadas para expresar la exultación, la euforia, la multitudinaria alegría. El tercer movimiento, Herr, lehre doch mich, está basado en el salmo 39, versículos 5-8: la música nos exhorta a la resignación: la vida terrena no es más que una transición. La presencia del barítono solista, intercesor de los humanos ante Dios, hace referencia explícita a la Novena Sinfonía de Beethoven.

Los demás movimientos toman sus textos de San Juan, Eclesiastés, Isaías, Hebreos, Corintios y el Apocalipsis. Pero no hay en esta música nada del espectacular y cuasi operático drama de los réquiems de Berlioz y Verdi. La música de Brahms es mucho más íntima e introspectiva: es el diálogo apenas musitado de un hombre con su dios, no un inmenso mural lleno de seres que se mesan los cabellos y se rasgan las vestiduras ante el prospecto de la eterna condenación.

Toda la felicidad del mundo

Un solo momento evoca la imagen del Dios iracundo del Antiguo Testamento y se aproxima a las concepciones de Berlioz y Verdi: es el Tuba mirum (“Y la trompeta resonará, y sacará a los muertos de sus sepulcros”).

Es la sección que evoca ni más ni menos que el Juicio Final, pero Brahms no se regodea en las imágenes del horror y la eterna pira de los condenados: pronto compensa este breve momento de pavor con los famosos versículos: “Muerte, ¿dónde está tu aguijón? Infierno, ¿dónde está tu victoria?”. Y nos regala la más majestuosa, la más magistral fuga que jamás escribiera, sobre el texto “Señor: tú eres digno de recibir la gloria”. El último movimiento no deja duda sobre la fe de Brahms, sobre su convicción en la redención del ser humano en virtud del amor divino: “Felices son los muertos”. Es el In Paradisum (Fauré) de Brahms, con dos arpas que nos hacen sentir en plena beatitud, y confieren a la coda un aura transmundana, suprahumana: al lamento, al sufrimiento, a la muerte, al Juicio (que Brahms plasma con todo el dramatismo del mundo) responden la promesa de las beatitudes, la consolación, la vida y la redención.

El Réquiem Alemán es la obra de un hombre que sufre y duda, sí, pero –ya sabemos que la duda está dialécticamente vinculada a la fe– también se abandona a los brazos de su dios, y reitera un mensaje de esperanza, de convicción en el poder soteriológico y salvífico de la palabra divina. Este es el Brahms más íntimo, auténtico, genuino y sincero que podemos encontrar. Quien no conoce esta música, no conoce el sanctasanctórum del alma inmensa de Brahms.

Concierto gratuito en Alajuela

La Orquesta Sinfónica Nacional interpretará el Réquiem Alemán, de Johannes Brahms, en una presentación gratuita el viernes 23 de noviembre, a las 7 p. m., en la Catedral de Alajuela.

Este concierto será dirigido por el titular Carl St. Clair y contará con la participación de José Arturo Chacón (barítono), Pamela Armstrong (soprano) y el Coro Sinfónico Nacional.