Dos voces del Israel de hoy conversaron sobre su poesía en Costa Rica

Shimon Adaf y Anat Zecharia visitaron Costa Rica para compartir su literatura, rompedora en la tradición de su patria.

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Sumergirse en una lengua ajena puede revelar matices de la propia si uno tiene el oído entrenado. Si hay alguien preparado para ello, claro, es un poeta, y a sumergirse en el español de Nicaragua y de Costa Rica vinieron dos de Israel: Shimon Adaf y Anat Zecharia. Escucharon. Sintieron.

Hace unas semanas, invitados por la Embajada de Israel –con motivo de los 70 años de la fundación de su Estado–, participaron del Festival Internacional de Poesía de Granada y, luego, en Costa Rica, en una gira por la Universidad Nacional, la Biblioteca Nacional, el Museo Regional de San Ramón y otros espacios.

Fue en Alajuela, en la tierra de poetas, que una mujer se acercó a Zecharia y le dijo “que la percepción de la sexualidad en su poema era muy pura y diferente de la manera que este tema se percibe aquí en Costa Rica”. Quienes no entendieron todas las metáforas, reportó Zecharia, dijeron que resolvieron acercarse a sus versos mediante la emoción. Cada lengua tiene su música, y nadie es sordo a sus inflexiones y pequeños dramas.

Poco antes de regresar a Israel, Adaf y Zecharia conversaron con Áncora sobre los orígenes de sus carreras poéticas, la música que encontraron en su hebreo y las trampas de la traducción. La conversación, a su vez, fue traducida, pero en inglés. Tres músicas al unísono.

Emoción e historia

“Siempre es una sorpresa darse cuenta de que alguien realmente te puede entender aunque no compartan el idioma”, comenta Anat Zecharia (Tel Aviv, 1974), poeta, fotógrafa y crítica de danza.

Granada, para ambos poetas, fue impresionante por la cantidad de gente, pero también por la centralidad de su oficio. “Cuando vives en Israel y hay tantos asuntos a tu alrededor –el problema de la seguridad, de la economía, de lo social– te empiezas a preguntar por el lugar de la poesía en el mundo, cuál es es su poder (si tiene), si puede cambiar algo”, dice Shimon Adaf (Sderot, 1972).

“Ves a muchos poetas, claro, pero tienden a reunirse juntos y darse importancia entre sí. Para mí, la experiencia en Nicaragua fue casi opuesta porque en ese ambiente la poesía se sentía como algo realmente esencial para la vida. En el festival, había más de 100 poetas y, para cada uno, la poesía era lo más importante en sus vidas”, explica.

Para él, a su modo, el lenguaje ha tenido un papel transformador. Hijo de padres llegados a Israel desde Marruecos, de niño era muy enfermizo y creció en un ambiente muy religioso, así que iba a la biblioteca pública para leer textos seculares.

“Siempre estuve viviendo en el texto, pensando sobre mí mismo a través del texto. La poesía, aunque escribo mucha ficción, es mi interés principal porque para mí es la más pura expresión de experiencia en el lenguaje. Me gustaría vivir en una cultura en la cual la poesía fuera la forma de arte más celebrada, pero no es así. Me gustaría creer que la poesía puede cambiar algo, que puedes escribir algo que mueva a la gente, que salga a las calles, pero eso no ha pasado mucho”, lamenta.

“Me gustaría que la poesía tuviera un rol más grande en el mundo, pero al menos mi meta con ella es investigarme a mí mismo y la forma en la que el mundo se trata de imponer sobre sí”, explica Adaf.

“Concuerdo con interrogarme”, replica Zecharia. “Al descubrir la poesía fue al única manera de tocar mi existencia. Creo que lo que me motiva escribir sobre esta época, este lugar, Israel, yo como mujer, como israelí, como humana (...). Afortunadamente puedo decir lo que quiera cuando quiera y no muchas mujeres pueden hacer eso”, agrega.

Cada cual en su registro, Adaf y Zecharia han brindado espacio en la poesía para vidas poco representadas en la literatura hebrea contemporánea: él, a la comunidad de origen marroquí en su pueblo natal, al sur; ella, a la experiencia de la mujer, del cuerpo de la mujer, en una sociedad hipermoderna como la israelí.

“No me interesa el sexo, me interesa el cuerpo. Tengo un cuerpo de mujer que sale al mundo y ese cuerpo tiene ciertas experiencias de las cuales deseo hablar. No es que traiga a mi poesía todo lo que entiendo de él, sino que traigo lo que no entiendo”, explica Zecharia.

Ella empezó siendo fotógrafa, pero su estudio de la cultura hebrea la enamoró del lenguaje. “Creo que la forma en la que miro el mundo externo viene de mi experiencia en la fotografía. No creo que me hubiera convertido en poeta si no hubiera sido fotógrafa antes”, dice.

Por su parte, Adaf quería recuperar las voces y rostros de una región de Israel rara vez incluida en la literatura. “Lo primero es darle rostro y voz a la gente que conocía, al sitio en el que crecí, mi familia, experiencias que no se consideraban adecuadas para aparecer en poemas”, dice. “Odiaba el sitio donde crecí. Empecé a escribir poesía cuando pude escribir amorosamente de ese sitio”.

¿Da eso algún sentido de responsabilidad con respecto a esa comunidad? “Al principio sentía que los estaba usando, no me sentía responsable. Lo hice de joven y cuando eres joven tienes el privilegio de cometer errores. Ahora no lo haría, ahora sentiría que tengo que conocerlos más para hacer algo así”, confiesa Adaf. En muchos otros registros busca la comprensión de quienes lo rodean: es reconocido por su trabajo en ficción especulativa y fantasía también.

Zecharia empezó cuando solo podía referirse a sí misma. “No podía ni siquiera ver hacia afuera. Todo era muy nuevo para mí. Cuando me enamoré del hebreo y la poesía, solo podía escribir sobre mí misma”, dice.

“En mi segundo libro, eso cambió, porque estaba tratando de descifrar cómo era ser ‘nosotros’, cuál era la nueva generación de Israel, el nuevo ‘nosotros’. Así que empecé a buscar por ejemplo cuántas veces aparece la palabra ‘nosotros’ en la Biblia, y solo eran 88 veces. Tan pocas…, pensé que serían más. Mi segundo y tercer libros ya miran más hacia afuera, tratando de entender el nosotros (en una sociedad en la que prima el ‘yo’)”, detalla la autora.

De alguna manera, confrontar su propio trabajo les permitió reevaluar su lenguaje, entenderlo de otro modo. A nosotros, que esperamos más muestras de su trabajo, nos dejan el eco del hebreo moderno, una lengua que, con su música, ha podido crear un país.