Migraciones de judíos al Mandato Británico de Palestina, la guerra, el kibutz de Hulda, la tradición de la literatura hebrea, los profetas, los eruditos, los investigadores, los pensadores modernos abiertos a los novelistas rusos y franceses del siglo XIX, y también a los escritores norteamericanos del siglo XX... Otra vez, como tantas veces en la historia, en Oz aparece la literatura como elemento vital, como una forma de estar en el mundo; entonces, escribir se vuelve tan necesario como el pan, como el agua, como caminar cada madrugada por el desierto del Negev. Amos Oz nació en Jerusalén en 1939 y murió en Tel Aviv el 28 de diciembre, terminó siendo lo que su padre advirtió desde que él era un niño: uno de los nombres más importantes de la literatura hebrea contemporánea.
Su madre detestaba la tierra de Israel y añoraba aquel lugar que su familia dejó en el este de Europa; su padre siempre quiso ser admitido como investigador y profesor de literatura hebrea en las universidades de Israel; él no lo consiguió, ella se suicidó cuando Oz contaba 12 años.
“Había mil años de oscuridad entre unos y otros. Incluso entre los tres condenados en una misma celda. E incluso entonces, en Tel Arza, aquella mañana de sábado, cuando mi madre se sentó apoyada en un árbol y mi padre y yo pusimos la cabeza sobre sus piernas, una cabeza en cada pierna, y mi madre nos acarició a los dos, incluso en aquel momento, el más querido de toda mi infancia, mil años de oscuridad nos separaban.”
En el 2002, Amos Oz publicó Una historia de amor y oscuridad, su autobiografía, que es una obra maestra en la que habló por primera vez en su vida de aquello que llevó encerrado y revuelto entre pecho y espalda durante muchísimos años: su infancia, la tensión en su casa, esos afectos, la locura, la enfermedad de su madre, la obsesividad de su padre, su hostilidad, los silencios infinitos, la fundación del Estado de Israel y, antes de eso, las olas migratorias; la historia de sus familias, los libros de cuentos, su tío erudito y reconocido, su decisión de irse a vivir a un kibutz a los 14 años, sus innumerables lecturas, su formación como escritor, las novelas, ensayos y reportajes que fue escribiendo con el paso del tiempo.
Esta autobiografía debe ser uno de los mejores libros escritos en su género; sin duda es una narración intensa, honestísima, en la que Amos Oz nos lleva de la mano a recorrer la historia de Israel mientras abre de par en par los laberintos, los lugares más profundos de su sensibilidad, de su inteligencia. Las discusiones políticas, el sionismo, las tendencias intelectuales de la tradición hebrea, las discusiones literarias, su participación en la guerra de los Seis Días y en la guerra de Yom Kipur. Todo ello acompaña el relato personal de un hombre que se descubre a sí mismo en cada página, un hombre que se hizo luchando a brazo partido contra la adversidad. De niño, él llevó el apellido Klausner, de adolescente se lo cambió por Oz, que significa coraje y, también, simboliza una forma de matar al padre.
“Cuando me fui de casa para vivir en el kibutz, a los quince años más o menos, escribí en un papel algunas decisiones irrevocables que me impuse como un examen en el que no podía fallar: si de verdad estaba dispuesto a iniciar una vida completamente nueva, debía empezar por conseguir broncearme en dos semanas para ser como ellos, dejar de una vez por todas de soñar despierto, cambiarme el apellido, ducharme con agua fría dos o tres veces al día, controlarme y acabar definitivamente y sin concesiones con esas indecencias nocturnas, no escribir más poemas, dejar de parlotear todo el día y de contarle historias a todo el mundo, y mostrarme en el nuevo lugar como una persona muy callada.”
Sus libros
En el kibutz le concedieron algunas horas para escribir. En esa comunidad de idealistas y trabajadores no pudo dejar de contarle sus historias a todo el mundo. Ahí conoció a su esposa y se hizo escritor; entonces, surgieron los primeros cuentos, su primera novela, Quizás en otro lugar, y vinieron muchas más: Mi querido Mijail, La bicicleta de Sumji, Un descanso verdadero, Conocer a una mujer; también llegaron sus maravillosos relatos: La colina del mal consejo, Tierra de chacales. Por suerte, su padre tuvo tiempo de leer algunos de estos libros y enviarle a Oz cartas con observaciones y correcciones; a sus amigos les mostraba sin miramientos el orgullo que sentía por ver a su hijo convertido en un gran narrador.
Las obras de Amos Oz, escritas en hebreo, tienen esa mezcla maravillosa, esa marca de los buenos escritores; en sus textos convergen la sensibilidad y la crudeza, la maldad y la compasión, “el amor y la oscuridad”. Como todo joven con aspiraciones literarias, en algún momento imaginó el autor que quería ser, en algún momento consideró que eso solo lo podría conseguir en otro lugar, lejos del kibutz; se equivocó:
“Prácticamente desistí de escribir: para escribir como Remarque o como Hemingway tenía que irme al mundo verdadero, a lugares donde los hombres eran viriles como puños y las mujeres femeninas como la noche y como puentes tendidos sobre grandes ríos, y donde por la tarde centellaban las luces de las tabernas, en donde de verdad estaba la vida verdadera.”
Si eso era lo que estaba buscando, en sus libros lo consiguió. Sus novelas y relatos están vivos; la complejidad de la vida social, la profundidad de la vida íntima, se entrecruzan y retroalimentan en ellos con maestría y sencillez; y los escribió en Israel, no en París ni en Londres ni en San Petersburgo, tal y como alguna vez lo pensó.
Contra el fanatismo
También en Israel escribió contra el fanatismo y en favor de la paz. Conocedor de lo destructivos que son los conflictos familiares, Oz pensaba que un divorcio puede salvar la vida de dos personas que no se entienden, una casa para cada uno sería entonces una buena solución; también esa es su forma de explicar su propuesta para enfrentar el conflicto entre Israel y Palestina, su propuesta de los dos Estados.
Mario Vargas Llosa sintetizó así la posición política de Amos Oz: “Era un sionista convicto y confeso, porque creía que los israelíes tenían derecho a ocupar una tierra a la que estaban ligados históricamente y un país que habían construido, pero su sionismo no le impedía ver las injusticias que cometían los colonos en los territorios ocupados. Por eso defendió hasta el fin de sus días la idea de los dos Estados —uno israelí y otro palestino—, pese a que muchos de sus antiguos amigos, luego de la derechización tan atroz experimentada por el Gobierno israelí y el canceroso crecimiento de los asentamientos ilegales en los territorios ocupados, la encontraban ya imposible y tendían a sostener la idea de un solo Estado laico y compartido por las dos comunidades.” (Piedra de toque, El País, 6 de enero del 2019)
Con su muerte el mundo perdió a un gran novelista e Israel a una de sus mentes más lúcidas. Por suerte nos quedan sus libros, su inteligencia volcada en ellos para descifrar la cabeza de un fanático, para imaginar traiciones personales ligadas a violencias políticas, como en La colina del mal consejo, cuando una mujer abandona a su marido judío para irse por el mundo con un militar británico; por fortuna queda esa manera suya de contar los momentos más desgarradores de su vida sin que le tiemble la mano.
El 28 de diciembre del 2018, un cáncer mató a un sabio del desierto, no queda más que darle las gracias a él, a Amos Oz, por muchas cosas, pero fundamentalmente por el coraje de escribir.