Por estos días, el taller de máscaras de Hilda González, en Barva de Heredia, es como un salón de belleza donde el Diablo, la Bruja, la Calavera, la Giganta, y otros personajes, reciben los mejores cuidados para verse impecables en su gran noche.
Mientras, el 31 de octubre, otros países celebran su “noche de brujas”, Tiquicia dedica esta fecha a la mascarada tradicional costarricense. Cartago, Escazú, Barva de Heredia, San Ramón de Alajuela, Palmares, Ciudad Colón, Grecia, Aserrí, Alajuelita, Desamparados y Santa Cruz de Guanacaste son algunos de los lugares que se suman a esta fiesta popular. “Los ticos estamos retomando nuestras tradiciones, pues, por años, la gente celebró Halloween , pero ahora vienen muchas personas a mi taller, en busca de máscaras para festejar el Día de la Mascarada”, contó González.
El primer paso, explicó González, es crear el molde de la máscara con arcilla. Luego, se coloca fibra de vidrio con resina o papel reciclado con goma. Después de varios procesos, se retira la arcilla y el “hueco” que queda es la máscara. Para darles color a esos pálidos rostros, la mascarera usa pinturas de agua, de aceite automotor, tintes y hasta tiza.
De acuerdo con González, se presta especial atención a la expresividad de las máscaras. “Aquí en Barva, lo más importante es lograr que las máscaras den miedo, pero tampoco tan exagerado como esos monstruos de las películas”, agregó.
La tradición de la mascarada, principalmente en el Valle Central, tiene su origen en la época de la Colonia, cuando se realizaban festejos patronales o turnos en honor al Santo Patrón. El uso de máscaras es un elemento común en la tradición cultural europea, indígena y africana.