Ya pasaron 45 años, pero en la voz de don Álvaro Rojas retumba hoy, como nunca, la entereza de un dirigente innato.
Siempre ha sido amante de las causas justas, dice. Por ello fue uno de los cabecillas en las pugnas libradas por el agro costarricense entre las décadas de los 60's y los 80's.
Gracias a eso, campesinos se apropiaron de tierras en Golfito y Corredores para trabajarlas y vivir de ellas, pues estas habían sido concedidas a transnacionales en gobiernos pasados.
Su historia y la de muchos agricultores que pelearon por sus derechos en territorios como la zona sur, el Pacífico central, el Caribe y Guanacaste, resurgen en la exposición fotográfica Luchas campesinas (1970-1980) y el papel de la universidades públicas.
La muestra, exhibida actualmente en la Biblioteca Nacional, está abierta desde el 14 de junio y cerrará sus puertas este jueves 29. Puede observarla en el primer piso de este recinto cultural, en un horario de lunes a viernes, de 8 a. m. a 6 p. m., con entrada gratuita.
Se trata de una colección de 32 fotografías en formato medio, las cuales son de la autoría del sociólogo Miguel Sobrado, quien se desempeñó como profesor por más de 40 años en la Universidad Nacional (UNA).
Además de revivir testimonios como los de don Álvaro, la exposición pretende visibilizar el papel que tuvieron en aquel entonces los centros de enseñanza superior públicos, a través de la extensión universitaria, en esas zonas de conflicto agrario.
"Las universidades se orientaron al acompañamiento de los campesinos, a potenciar el desarrollo local. Fue así como surgió el concepto de cooperativas y autogestión sustentable, con dotación de tierras por parte del Estado", explicó José Luis Díaz, decano de la Sede Regional Brunca de la UNA.
La exposición es un esfuerzo de la Biblioteca Nacional, la Vicerrectoría de Extensión de la UNA, la Sede Regional Brunca de este mismo centro de estudios y el proyecto interinstitucional Germinadora de Desarrollo Organizacional.
Tres décadas de disputas
A partir de los años 60´s, empezó a agotarse en Costa Rica la frontera agrícola, término empleado para describir la falta de tierras para la explotación de subsistencia por parte de los campesinos.
En la zona sur, por ejemplo, los terrenos estaban en manos de la Compañía Bananera (United Fruit Company); otros eran propiedad de la firma Osa Forestal –que explotaba madera–, mientras que el resto eran latifundios –fincas rústicas de gran extensión– pertenecientes a nacionales.
Jornaleros quienes no conocían otra forma de enfrentarse a la vida que no fuera cultivando, no tenían terrenos para sembrar.
Por eso, en 1972, invadieron unas 45.000 hectáreas en los cantones de Corredores y Golfito, recordó Álvaro Rojas, quien fungió como dirigente de aquella revuelta.
"No era que la gente quería la tierra para comercializar nada. Lo que querían era cultivar para subsistir... Todavía hay una enorme cantidad de campesinos que forjaron un patrimonio gracias a esas luchas y no se convirtieron en peones agrícolas, como querían los empresarios", aseguró Rojas.
A los 32 años, proveniente de Jicaral de Puntarenas, este militante del partido Vanguardia Popular –fundado por Manuel Mora– partió hacia el sur para incitar al agro a pelear por sus derechos.
"Cuando se anunció la toma de tierras, las empresas dueñas de las hectáreas dijeron que iban a abrir un gran desarrollo agrario, pero tuvieron que parar porque la invasión de los campesinos era abrumadora. Ya muchos habían empezado a cultivar ahí frijoles y maíz, principalmente", narró este dirigente de 67 años, quien en la actualidad es vecino de Patarrá de Desamparados, San José.
Finalmente, el Gobierno cedió y les dio a los trabajadores del campo la titularidad de las hectáreas.
Según contó Rojas, fue, en su criterio y en el de sus contendientes, la batalla más grande de ese tipo que se había visto en Latinoamérica para entonces.
Las autoridades bautizaron la lucha como Coto Sur, pero los campesinos la conocen como La Vaca y La Vaquita, por el paso de dos ríos de ese mismo nombre cerca del territorio en disputa, aseguró el dirigente.
"Teníamos un idealismo muy grande. La orden era que ni una las hectáreas podía ser tomada por los dirigentes. No éramos 'vendetierras' ni nos metíamos en un terreno para luego negociarlo. Éramos personas que creíamos en lo que hacíamos", concluyó.