La adicción a las tarjetas de crédito no es necesaria para comprometer la salud emocional, mental e incluso física de las personas.
Tan solo el mal uso de una tarjeta en una emergencia o un descontrol por llenar algunos gastos, lleva a muchos a perder su salud.
“Soy corredora de bolsa y esta profesión te exige mucho económicamente hablando. Me pidieron cambiar mi carro 1992 por uno nuevo de agencia. Hay que llevar a los clientes a comer a ciertos lugares y eso muchísimas veces sale del bolsillo de uno”, comentó una mujer de 34 años.
“El problema comenzó cuando estuve muy enferma y tuve que incapacitarme. Mi situación económica empeoró muchísimo, porque casi todos los ingresos de uno son por comisiones y yo no estaba logrando inversiones. Ahí fue donde comencé a depender más de la tarjeta”, cuenta ella, quien tenía dos tarjetas adicionales a las de su esposo y tres propias.
Optó por hacer solo los pagos mínimos de las tarjetas o por sacar efectivo de una para pagar el mínimo de otra; eso no solo le daba inseguridad financiera, también empezó a enfermarla.
“Lo grave no fue tanto la deuda, fue todo lo que tuve que hacer para que mi esposo o mi mamá no se dieran cuenta. Tenía muchísima angustia y dolores constantes.
“Yo ocultaba recibos, si me daban ¢300.000 para pagar una tarjeta yo tomaba ¢100.000 para el pago mínimo y con el resto sufragaba otros gastos”, añadió.
Aliado engañoso. El caso de esta mujer no es único. Muchos ven en la tarjeta una “salvadora” para pasar un apuro momentáneo, pero la situación puede salirse de control.
“La tarjeta para mí era como el amigo que le presta plata a uno. Era más cómodo y fácil que sacar un préstamo. Yo pensé que la iba a usar poco tiempo, para salir de una situación económica difícil por problemas laborales, pero las cosas se extendieron y se salieron de control. Llegué a deber ¢2 millones y ahí fue donde busqué ayuda”, dijo un hombre de 40 años vecino de Heredia.
Para él, una sola tarjeta bastó para su problema.
“Fui de esas personas que aceptó una tarjeta en una llamada en que me la ofrecieron. Pensé que podría necesitarla si salía del país. La tuve años en la billetera sin usarla. Luego se vino el problema económico y todo cambió”, agregó.
Para un hombre de 46 años vecino de San Ramón, sus ganas de aparentar tener más de lo que realmente tenía ante su familia, fueron su mayor problema.
“Uno empieza a usar las tarjetas sin saber qué es lo que se le viene encima. El problema de la tarjeta es que uno se siente como millonario; por momentos uno tiene la ilusión de que puede comprarlo todo porque ‘la tarjeta paga’, cuando en realidad el que paga es uno... y lo paga bien caro”, expresó.
Estas personas destacan la importancia de buscar ayuda con un analista financiero que ayude a estructurar deudas y a vivir con el presupuesto, dejando siempre un espacio para el ahorro.
“Yo tuve la suerte de que poco tiempo después hice un negocio que me permitió pagar la deuda y salir del apuro, pero aprendí que nunca más vuelvo a meterme con eso”, dijo el vecino de Heredia.
Todos coinciden en que a nadie le cae mal recibir cursos de cómo manejar los presupuestos.
“La gente cree que el corredor de bolsa tiene una varita mágica en cuestiones financieras, nadie se imagina que uno pueda estar endeudadísimo; por eso, una ayuda nunca está de más”, dijo la mujer.