París. AFP El matemático brasileño Artur Ávila, de solo 35 años, fue laureado ayer con la Medalla Fields, llamada popularmente el “premio Nobel de Matemática”.
Ávila vive entre Río de Janeiro y París, donde –desde el 2003– trabaja en el Centro Nacional de la Investigación Científica (CNRS). El movimiento de los planetas, y la dinámica de las poblaciones y de los océanos, son algunos ejemplos concretos de las ecuaciones abstractas que él estudia.
Este “príncipe de las ecuaciones” –como lo calificó la revista especializada del CNRS–, practica un estilo de vida distendido: su estado físico delata que frecuenta el gimnasio y su apariencia está muy lejos de la caricatura del nerd o el ratón de biblioteca.
“Me gusta hacer matemáticas en la playa, uno camina e intercambia (...). Creo que mucha gente ni se imagina que existe la investigación en matemática. Piensan que es una disciplina en la que ya está todo terminado, definido y conocido”, manifestó. Él dice comprender los problemas antes de sumergirse en sus ecuaciones escritas. Al parecer, el sistema le ha dado resultado, a juzgar por sus exitosos trabajos con unos 30 colegas del todo el mundo.
“Ávila aportó una capacidad técnica formidable, la ingenuidad y la tenacidad de un maestro en la solución de problemas”, describió el Congreso Internacional de Matemáticas (ICM). Este grupo se reúne cada cuatro años y ayer en Seúl premió por primera vez a un latinoamericano. Pronto le llegaron a Ávila las felicitaciones de los presidentes de Brasil y Francia.
Trayectoria . Su interés por esta disciplina comenzó a los 13 años, cuando participó en las Olimpiadas Internacionales de Matemática. Sus primeras incursiones fueron fracasos pues el adolescente desconocía partes enteras del programa. Pero eso picó su amor propio y lo llevó hasta el Instituto de Matemática Pura y Aplicada (IMPA).
Tras varios intentos, terminó ganando la medalla de oro y, con ella, la atención de Wellington de Melo, profesor en el Instituto. Luego, sus logros empezaron a crecer: ingresó al IMPA y, a los 19 años, hizo una tesis de “dinámica unidimensional”, que validó en el 2001.
Fue mientras hacía la tesis que descubrió París como turista. Aprendió francés y se presentó al concurso del CNRS, que lo rechazó dos veces –2001 y 2002–.
En el 2003, entró por fin al CNRS y, cinco años más tarde, ascendió a director de Investigación, un récord para alguien de 29 años. Allí desarrolló la especialidad de “sistemas dinámicos”, aquellos que evolucionan con el tiempo.