El acto de donar un riñón para salvar la vida de alguien más implica una cirugía mayor que carga consigo algunos riesgos.
Las complicaciones menores más comunes son hematomas, infecciones, dolores y, en algunos casos, hernias.
Según Álvaro Herrera, jefe de Nefrología del Hospital San Juan de Dios, lo ideal es que el donante sea alguien sano, para que después de la operación no presente “absolutamente ningún problema”.
“La vida del donante seguirá siendo totalmente normal, se va a poder desenvolver en su trabajo, en el ejercicio y no existen problemas secundarios. En las mujeres, el embarazo después es seguro también”, declaró Herrera.
Cuando aparece un candidato, lo primero que se toma en cuenta es su grupo sanguíneo. Si resulta compatible, debe ser sometido a exámenes de sangre, orina, rayos X, ultrasonido, entre otros, y cumplir con una serie de requisitos.
La operación de trasplante como tal tarda entre tres y cuatro horas y el proceso de recuperación puede durar hasta cuatro meses, dependiendo de cada paciente.
Herrera aseguró que, “al menos en el San Juan de Dios”, nunca ha fallecido quien haya donado un riñón ni tampoco ha habido casos de complicaciones mayores.
Menores de edad no pueden donar órganos, aunque cuenten con la autorización de sus padres.
Lo ideal es que todos los trasplantes se realicen a partir de donantes cadavéricos; más de dos tercios de los riñones trasplantados provienen de personas fallecidas. Empero, según Herrera, “ahorita existe una importante ausencia de órganos de ese tipo”.
Realizar un trasplante resulta más complejo si el riñón proviene de un cadáver, que si proviene de un donador vivo. Según el nefrólogo, este tipo de procedimientos en adultos mayores suele ser más complicado que en jóvenes.