No es propósito de año nuevo, sino una conclusión simple a la vista de los acontecimientos de los últimos meses: es probable que durante el 2017 deje de pagar mi suscripción al servicio de televisión por cable.
Admito que esto me duele, pues durante mi adolescencia la búsqueda de otras fuentes de televisión más allá de la oferta local fue casi obsesiva. Mientras Cablecolor y Cabletica penetraban tímidamente por los barrios de Curridabat, muchos aprendimos a hacer antenas de UHF en las clases de Artes Industriales. Y fue el agringado Canal 19 el primero en abrirnos los ojos (sí, el chiste es a propósito).
Mis papás se resistieron para poner cable, mucho más que en las casas de mis amigos. Cuando finalmente accedieron a abrirle la puerta a Amnet, los tres hijos fuimos felices. Era la época en que MTV Latino valía la pena, y en que por medio del canal Sony nos enganchamos de por vida con Friends , Seinfeld y Will & Grace .
Ya casado, el cable era un servicio básico, poco cuestionado en el presupuesto familiar. Empecé con Cabletica, brinqué a Tigo y en tiempo recientes si no hice el cambio al económico Telecable fue solo porque no incluía HBO en su oferta (algo que recientemente esa empresa solucionó y que se agradece).
En el último par de años contraté con una cablera el paquete digital, con HD, y la verdad es que no lo sentí: seguí viendo los mismos canales de antes, y no me aportó mayor valor. Se puede vivir sin él.
El punto de giro en el consumo televisivo de nuestra casa llegó el año pasado, en forma de un pequeño dispositivo parecido a una llave maya. Se llama Roku y cumple la misma función de otros aparatos similares, como el Apple TV o el Google Chromecast: convertir al televisor en un aparato “inteligente”.
La posibilidad de conectar el tele a Internet y disfrutar en pantalla grande de servicios como Netflix y YouTube le dio el tiro de gracia a nuestro consumo de canales tradicionales (a excepción de los nacionales, claro está). Mis hijas llevan meses de no fijarse en la programación de los canales que solían ver, pues la mayoría de sus series favoritas ya están en Netflix (y las mías también, pues ahí ya está lo mejor de Fox, AMC, Warner Channel y NatGeo).
Con la reciente llegada de Amazon Video creí que me alejaría aún más del servicio tradicional de cable, pero dicha plataforma aún no está muy pulida para Costa Rica y dista mucho de competir, en calidad de experiencia, con lo que hoy nos brinda Netflix.
Si todavía sigo pagando la suscripción al cable, tiene mucho que ver con la exclusividad que ese servicio tiene sobre los contenidos de HBO. A su favor tiene que el servicio de streaming HBO GO solo está disponible para quienes paguen a una cablera el paquete de canales premium de dicha cadena. Sin embargo, podemos apostar que este año HBO terminará por desenganchar al GO del cable y lo abrirá a quien esté dispuesto a pagar por él.
De ahí en adelante, una buena conexión a Internet y una antena de orejas de conejo serán más que suficiente.
*Esta es una columna de opinión de la revista Teleguía, de La Nación, y como tal sus contenidos no representan necesariamente la línea editorial del periódico.