No creo que exista ya una clara demarcación de lo ‘real’ y lo ‘virtual’. Solíamos pensar que para conectarnos a una realidad sintética debíamos estar inmersos en un ambiente simulado.
Piensen en las fantasías que crearon Tron o la serie de animación ReBoot . Lo que sucedía dentro de una computadora estaba suspendido en otro tiempo y en otro espacio.
Esta semana, una muchacha australiana tuvo una epifanía en YouTube: tras trabajar en redes sociales como una celebridad pagada para promover productos (que incluye algo tan simple como posar con una taza de té hasta modelar ropa en locaciones exclusivas), quería cerrar sus redes sociales para dedicarse a lo “real”.
Essena O’Neill, con 19 años, asegura que la vida mediada por los likes , comentarios y los seguidores, no es una vida real. Afirma que la ha hecho miserable estar pendiente de ser perfecta para Instagram todos los días y que codearse con otras celebridades la ha dejado completamente vacía.
En una época en la que las crisis personales son públicas, ver a O’Neill desesperada porque alguien la escuche (cuando ya tantos la han observado y leído), es tan real que es escalofriante.
Esta no es una preocupación global, pero muchas de las cosas que dice O’Neill son ciertas.
Muchísimo del contenido que comparten personalidades en sus redes es pagado, incluyendo los posts aspiracionales: mensajes de superación física, oraciones de paz, consejos de belleza y bienestar personal... sin aclarar en ninguno que medio un pago.
Hay celebridades que son marcas, viven como marcas y, definitivamente, ganan plata como marcas. Por ejemplo, O’Neill dice que obtuvo al comienzo $200 por fotografía ; en abril, la revista Elle determinó que la Youtuber mexicana Yuya gana, gracias a sus fans, $41.000 al mes.
¿No es eso suficientemente real?
En redes sociales hay un negocio fundamentado exclusivamente en la admiración que sentimos por otros.
No es muy diferente a ser vocero en un anuncio publicitario, salvo que la responsabilidad con el público no termina cuando las cámaras se enfrían.
Consumimos las vidas virtuales de otras personas como si fueran auténticas porque no hay etiqueta de precaución, y ahí hay un problema de ética.
Las redes sociales son artificiales, tal y como repite O’Neill en su crisis existencial; pero no son imaginarias . Vemos vidas maquilladas y filtradas que son tan reales como las de los que siguen, favoritean y comentan.
Cuando establecemos contacto con una celebridad de redes no estamos hablando con un personaje sintético. Por más huecas que sean sus pretensiones no estamos imaginando su presencia diaria en nuestras vidas.
Aunque sea su ‘trabajo’, las marcas y celebridades de redes sociales están generando interacción real que afecta a otros en el mismo tiempo y el espacio en el que vivimos todos.