Fuimos a misa de 10 de la mañana; escuchamos un evangelio innecesariamente extenso; vimos entrar la imagen de Jesús a la iglesia; volvimos a la casa con una hoja de palma que se haría una cruz.
El 6 de abril de 1986 coincidió con el Domingo de Ramos, así que muchos podemos reconstruir nuestra rutina de ese día sin necesidad de acordarnos. Yo no recuerdo lo que hice en específico ese día pero sí de la generalidad: tenía nueve años, estaba en cuarto grado y los fines de semana solían desarrollarse en repetición. Por eso presumo que es muy probable que ese día almorzáramos donde mis abuelos paternos, en Escazú. Es más, casi me atrevo a decir que el menú incluyó arroz con pollo, frijoles negros, y fresco de crema, especialidades de la abuela Tina.
Ese día fue el último para doña Marta Eugenia, para sus hijas María Gabriela; María Auxiliadora, y Carla Virginia; para sus sobrinas Alejandra; Carla María y María Eugenia.
El 6 de abril de 1986, mientras sus vidas se extinguían, algo nació. Ese día, empezó la era del Psicópata, el asesino serial que traumatizó al país y cuyo rastro de sangre y violencia se extendió por más de una década.
Ese día Keylor Navas no existía, aunque casi, casi. Nueve meses faltarían para que el arquero pegara el primer grito, el 15 de diciembre de ese mismo 1986.
30 años después, el 6 de abril del 2016, mucho (demasiado) hablamos de Keylor. Tres días atrás había explotado el escándalo mundial y local de los papeles panameños, pero ya para el miércoles había partido del Real, de Keylor, de la Champions. Y, diay.
Keylor me cae bien, y me alegra lo que hace como deportista. Sin embargo, ojalá este 6 de abril hubiésemos destinado un poquitico de la atención desbordada que le damos para recordar, por un momento, a las niñas de la Cruz de Alajuelita. A sus familias. A los seres queridos que quedaron atrás, que hicieron de tripas corazón para seguir adelante, para intentar procesar una pérdida tan brutal.
La periodista Yuri Lorena Jiménez publicó hace una semana, en la Revista Dominical , una entrevista con doña Rosario Zamora, sobreviviente por azares del destino de la masacre y que perdió en un mismo día a sus hijas, a sus sobrinas, a su hermana. Intentar ponerse en sus zapatos es imposible, ¿cómo hacerlo? Ella es ejemplo de una tragedia excepcional en todas sus circunstancias. Y excepcional es esta mujer, en todas sus circunstancias.
La masacre de la Cruz de Alajuelita nos marcó como país, como sociedad; nos abrió los ojos del modo más brutal posible. Si hubo un día en que Costa Rica vio morir su inocencia, ese fue el 6 de abril de 1986.
Recordemos bien sus nombres, que se los debemos: Marta Eugenia Zamora Martínez (41 años); María Gabriela (16); María Auxiliadora (11) y Carla Virginia (9) Salas Zamora; Alejandra (13); Carla María (11) y María Eugenia (4) Sandí Zamora.