El que tuvo... retuvo. Su insaciable apetito por la vida solo es comparable con la voracidad hacia las mujeres.
Si creemos a las estadísticas de uno de sus biógrafos este Príapo moderno sedujo y se apareó con 12.775 hembras, en un sexotón que duró 35 años, hasta que pegó de frente con una treintañera que lo puso en su lugar.
Los envidiosos, que nunca faltan, ya habrán sacado cuentas, usado calculadoras y hecho fórmulas y algoritmos, para demostrar que tal proeza es imposible.
Pero eso no es lo increíble, lo extraordinario es que esas conquistas las realizó en su tiempo libre, en aquellos dorados minutos que le robó a sus verdaderas pasiones: actor, director, productor, guionista y activista político.
Con su mirada de miope, cristalina y afilada, logró que todas las diosas del olimpo cinematográfico aflojaran las caderas.
Por su entrepierna pasaron las mejores mujeres del planeta: Julie Christie, Madonna, Joan Collins, Vanessa Redgrave, Diane Keaton, Liv Ullman, Leslie Caron, Britt Ekland, Diana Ross, Bianca Jagger, Candice Bergen, Natalie Wood, Isabelle Adjani, Goldie Hawn y solo Dios sabe cuántas más, que por limitaciones de espacio se adjuntan en una Teleguía aparte.
Tal vez es el único artista que tiene más premios que películas, 38 trofeos en 29 años de carrera. Ganó el Oscar como mejor director por Reds y presume de 15 nominaciones a la estatuilla dorada. Se vanagloria de haber filmado con los mejores directores: Elia Kazan, Arthur Penn o Alan Pakula, por citar unos.
Aparte de galán, alcanzó fama como actor difícil y exigente, al punto que decidió ser su propio ángel custodio y escribió, dirigió y protagonizó sus propios filmes. Uno de ellos, El cielo puede esperar , obtuvo nueve nominaciones al Oscar y fue un cañonazo de taquilla.
Por si fuera poco, ni James Dean, menos Robert Redford y ni siquiera Jack Nicholson lograron, como él, triunfar con su primera película Esplendor en la Hierba , de 1961, en la que debutó a la par de la adolescente Natalie Wood y por supuesto una de las primeras víctimas de su furor erótico.
Su bien lograda reputación de complaciente seductor de estrellas tocó a retirada cuando cumplió 54 años –en 1991–; a esa edad pasó por el altar sometido a los encantos de Annette Bening, de 33 años, a quien conoció en el set de Bugsy y la dejó embarazada.
En principio pensó en el aborto pero su hermana Shirley McClaine lo convenció que dejara de andar por la vida saltando de mujer en mujer, sentara cabeza y fuera un buen padre.
Warren Beatty le hizo caso, redujo su libidinosidad y hoy es el chineador papá de cuatro hijos: Benjamin, Ella, Stephen e Isabel.
El vividor
Al promiscuo más notable de Hollywood la cosa se le puso dura desde niño, pese a que a los cuatro años aprendió a leer solito y a los siete devoró la biblioteca de sus padres, Kathlyn Corinne, profesora de teatro e Ira Beaty, doctor en psicología y vendedor de bienes raíces.
Cuando nació, el 30 de marzo de 1937, ya su hermana Shirley le llevaba tres años y entre los dos surgiría una fraternal complicidad, de amores y de ideales.
Su familia, de creencias baptistas, le procuró una sólida educación pero Warren estaba más interesado en el fútbol americano y en ser capitán del equipo y, por supuesto, enamorar a todas las porristas.
Tal vez esa actitud displicente lo aficionó a las candilejas y se matriculó en un cursillo de actuación, pero a los 16 años lo dejó tirado y se fue a Nueva York a probar suerte en la escuela actoral de la celebérrima Stella Adler.
Para mantener su vida bohemia aceptó todo tipo de trabajo; fue peón en la excavación del Túnel Lincoln, tocó el piano en un bar, fue locutor en varias emisoras de radio y se aventuró en la televisión.
El psicótico de Anthony Perkins le ganó el papel en la comedia Me casaré contigo , con Jane Fonda; la Metro lo contrató por cinco años, le agregaron la doble te a su apellido y surgió el Beatty.
La selva de celuloide le pareció demasiado salvaje; pidió dinero prestado para comprar su libertad y retornó a la ciudad que nunca duerme. Ahí actuó en una obra de William Inge y aunque fue para el olvido llamó la atención de Elia Kazan, quien lo fichó para Esplendor en la hierba .
Warren cobró $200 mil, se levantó a su coestrella, Natalie Wood, la cual se divorció años después de Robert Wagner y comprobó –para su desgracia– que las promesas de amor de Beatty fueron escritas en una marqueta de hielo.
Confiado en su buen ver filmó La primavera de la Sra. Stone , con Vivien Leigh, que fue un sonado fracaso y dejó en la cuerda floja su carrera de actor. Empezó una racha de películas que lo encasillaron en el estereotipo de guapo y cínico seductor.
Se volvió un infumable y rechazó papeles que catapultaron a otros a la gloria. Aunque suene increíble le torció la boca a El Padrino ; El último tango en París ; Tal como éramos ; El Golpe ; El Gran Gatsby ; Dos hombres y un destino ; Bob, Carol, Ted y Alice . Gracias a su miopía Al Pacino, Robert Redford, Marlon Brando y Paul Newman relanzaron su carrera al aceptar esas cintas.
Pero Warren no había nacido para maceta y con Bonnie & Clyde encontró el hilo del laberinto en que estaba. Renunció a un buen salario a cambio del 40 por ciento de los beneficios, y como la Warner Bros. no promocionó la película él mismo recorrió las cadenas de cine y la publicitó.
El éxito fue de tal magnitud que impuso la moda de los años 20 y 30 del siglo XX: traje a rayas, solapas anchas, gorras, pantalón con tirantes, corbatas gruesas y mocasines de dos colores. No se veía algo así desde que Marlon Brando filmó Salvaje y todos los hombres se vistieron con chaquetas de cuero negro, camisetas blancas y los jeans de los gamberros motoristas.
Con los años se tranquilizó y sus otoñales encantos los utiliza en la política, su segunda pasión después de las mujeres.
Uno de sus últimos filmes, Bulworth de 1998, es una despiadada sátira al corrupto sistema político norteamericano, encarnado en la figura del senador demócrata Jay Bulworth, capaz de fraguar las mayores vilezas con tal de ganar la reelección.
Puede ser que a sus 78 años Warren Beatty se sonría socarrón, tras contemplar la mentira que vendió, “urbi et orbe”, acerca de su pantagruélico apetito sexual, que a juzgar por lo que dicen algunas estrellas era para el gasto.
La misma Jane Fonda, que no se muerde la lengua para nada, aseguró a la revista W que la primera vez que vio a Beatty “pensó que era maricón”, pues tocaba el piano y todos sus amigos eran homosexuales.
Tal vez nunca conozcamos la verdad sobre sus correrías eróticas, pero sí es probable que no hayan pasado de las boconadas machistas de un mitómano ligador, que nunca fue dueño de su silencio, sino un esclavo de sus palabras. 1