Para ver The Knick hay que tener estómago y, durante la primera temporada, también fe y paciencia.
En 1900, al hospital neoyorquino The Knickerbocker todavía no han llegado la penicilina, la anestesia ni los guantes de látex.
Las cirugías se realizan frente a un auditorio de estudiantes, las amputaciones se hacen con serruchos y la sangre mana a borbotones de todas las partes del cuerpo que se puedan imaginar.
Durante seis episodios de la primera temporada arrugué la cara frente a todos los procedimientos médicos que el director Steven Soderbergh expone con una paciencia de documental.
Hay que admitir que los primeros tres episodios de la segunda temporada –transmitida los viernes, a las 8 p. m., por el canal Max– son igual de repugnantes.
Los productores han utilizado el nombre de Soderbergh para enganchar al público.
Si les cuesta recordarlo, Soderbergh es el hombre detrás de películas como Erin Brockovich (2000), La gran estafa (2001) y Magic Mike (2012).
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El otro nombre conocido en The Knick es el de Clive Owen, actor que interpreta al personaje principal: el doctor John Thackery, un médico inmerso en sacar la cirugía del salvajismo y convertirla en un arte de la medicina.
El resto de matasanos (no hay otra forma de describir la carnicería) que trabajan en el hospital son Algernon Edwards (Andre Holland), un brillante cirujano que es discriminado por ser negro; Everett Gallinger (Eric Johnson), discípulo de Thackery que resiente la contratación de Edwards y Bertram Chickering Jr (Michael Angarano), un joven cirujano que admira a Thackery.
El hospital es administrado por Herman Barrow (Jeremy Bobb) quien, de paso, aprovecha para robarle dinero a la institución y Cornelia Robertson (Juliet Rylance), quien representa a los inversores del hospital y lucha contra la minusvalía de su género en un negocio de hombres.
También necesarios en la ajetreada dinámica de la serie son la enfermera Lucy Elkins (Eve Hewson), una joven tímida que debe buscar su lugar dentro del hospital; la hermana Harriet (Cara Seymour), una monja católica encargada de partos y que realiza abortos en su tiempo libre; y Tom Cleary (Chris Sullivan), el conductor de ambulancia que cobra su jornal transportando enfermos y muertos al hospital.
Pese a que Thackery es el personaje que rota la historia –por ejemplo, su adicción a la cocaína termina por fragmentar el funcionamiento del hospital al final de la primera temporada–, todos los demás están involucrados en alguna trama, por la que vale la pena continuar viendo la serie.
Soderbergh utiliza el recurso de una serie de época no para encantar con moda anacrónica y nostalgia histórica, sino para decir algo valiente del presente: han pasado 115 años de innovación científica y tecnológica pero, socialmente, no hemos cambiado tanto.
Modernidad. El primer símbolo de modernidad que dispara la evolución del hospital es la llegada de la electricidad.
El eco a tiempos más actuales comienza con el choque musical de la banda sonora de Cliff Martinez (conocido colaborador de Soderbergh que logró fama con la música de la película Drive ). Un sintetizador impulsa con pulsaciones electrónicas la ajetreada rutina del equipo del hospital.
En The Knick hay racismo, machismo y drogadicción. Un negro con educación universitaria es una afrenta al orden social; la salud reproductiva de las mujeres es un tabú de ignorancia y las mafias que controlan las drogas son un orden más confiable que la policía local.
El sétimo episodio de la primera temporada ( Cut the Rope ) sigue al caos social del enfrentamiento entre un hombre negro y un policía blanco.
La guerra racial que se desata da para uno de los episodios más sólidos de la serie y, además, un abominable espejo de conductas sociales similares en tiempos modernos (recuerden los disturbios en las ciudades estadounidenses de Ferguson y Boston).
Hay más que un poco del presente en el pasado que recuenta Soderbergh. Para finales de su primera temporada, The Knick aspiraba a ser una joya de culto en la competitiva tele actual.
La segunda temporada entrega la misma cantidad de sangre. Soderbergh tampoco ha bajado la dosis de hiperrealidad.