Haré un mea culpa : no siempre toca escribir de series sobre las que uno tenga interés o siquiera intención de ver. Con The Expanse, el caso fue opuesto: tan pronto me asignaron escribir un texto sobre la serie, sentí el impulso de consumirla de golpe.
Sucede que la ciencia ficción y yo nunca nos hemos llevado del todo bien, sobre todo cuando se trata de televisión. Pero, como se darán rápida cuenta quienes decidan darle la oportunidad, esta no es una serie de ciencia ficción común.
De hecho, casi podríamos pasar de encasillarla en el género, porque The Expanse es un drama espacial cuya fortaleza se enfoca no en las luces, en las naves, en las explosiones o en los seres extraterrestres, sino en los personajes.
Es decir que, para una serie que se ambienta en el espacio –y que está basada en las novelas homónimas de James S. A. Corey–, The Expanse es excesivamente humana: la vida en el espacio es dura.
En The Expanse , los ricos viven mejor que los pobres, a los teléfonos móviles se les rompe la pantalla –y eso sigue siendo doloroso para sus torpes dueños–; todavía hay fanáticos religiosos que auguran el final y que se preparan para la vida después de la vida.
En la gran escala de las cosas, la Tierra está preocupada por la tensa situación política en sus colonias en Marte, sobre las cuales está a punto de perder el control.
En una visión menor y más detallada, sus personajes intentan sobrevivir, entablar relaciones significativas y pagar las deudas: lo mismo que hacemos ahora, pero en el siglo veintitrés y con vida en otros planetas.
En The Expanse , no existe un gran imperio al cual hay que derrotar. No hay una causa noble que rige absolutamente las decisiones.
En cambio, hay seres humanos, con problemas válidos hoy y en el futuro.
Véalo. Viernes 11 de noviembre. Netflix