Todo inició con un clavo. Ella era artista conceptual y él –según decía– más famoso que Jesucristo. La exposición consistía en que cada visitante martillara un clavo –previo pago– en un pedazo de madera.
Los dioses no aceptan bromas. Él propuso pagar con cinco monedas imaginarias, a cambio de clavar un clavo imaginario. El flechazo fue inmediato.
Venían de dos dimensiones distintas. Su padre –Alfred Lennon– era un marino errante que dejó botada a su mujer –Julia– porque un día regresó y se dio cuenta que estaba embarazada.
Tras gritos, golpes, insultos y lloriqueos el pequeño John –hijo de ambos– acabó en casa de una tía; Julia lo visitaba casi a diario y para olvidarla comenzó a tocar la guitarra.
La cabeza no le dio para estudiar; sus amigos le aconsejaron que buscara un trabajo en el puerto de Liverpool –donde nació el 9 de octubre de 1940– o en una tienda de tornillos, pero él era un rebelde emperrado con la música.
Con unos camaradas formó The Quarrymen que al final quedó en The Beatles. El grupo pegó; a los 20 años John Lennon pasó de tener dos libras esterlinas a millones en el banco.
El dinero potenció lo que ya era: egocéntrico, soberbio, agresor. Todo eso lo mezcló con alcohol y drogas.
Estaba en la cresta de la ola cuando se le cruzó Yoko Ono, una japonesa fea, menudita y forrada en billetes, nacida en Tokio el 18 de febrero de 1933. Su padre –Eisuke Ono– era un rico y poderoso banquero nipón, descendiente de un clan fundado en el siglo IX. La madre, Isoko Yasuda, también provenía de una familia aristocrática, tanto que Yoko fue compañerita de pupitre de los dos hijos del Emperador Hirohito.
Con esos aires Yoko vagó por el mundo y le dio por justificar su vida con el arte; unida al grupo Fluxus exploró temas triviales en la pintura, la literatura o la música, sin talento ni técnica, solo por perder el tiempo.
La niña bien vivió en Nueva York; tuvo dos maridos e igual cantidad de divorcios, arrastraba una hija –Kyoko– que tuvo con Anthony Cox. Padeció severas depresiones y la internaron en un hospital para enfermos mentales.
El incidente del clavo ocurrió el 6 de noviembre de 1966, fecha cabalística que los fanáticos de la pareja honran como el día que Yoko conoció a John. Vivieron juntos 10 años, llenos de pasión y trifulcas.
Los detractores de la Ono la culpan de separar a su amado grupo, porque Lennon solo tenía ojos para ella, era: “mi diosa del amor, ella llena mi vida”.
La sombra del guerrero
Antes de Yoko estuvo Cynthia Powell, la primera esposa de John. Ella fue su compañera desde el colegio y se tiñó el pelo de rubio para conquistarlo, pues él estaba obsesionado con Brigitte Bardot.
Se casaron en 1962 porque estaba embarazada de Julián y John no quería hacer las mismas de su padre: salir en carrera. El matrimonio estalló por el carácter posesivo, machista, celoso y violento del cantante. “Yo solía ser cruel con mi mujer y con cualquier mujer. Yo era un golpeador y agredí mujeres”, confesó el ícono del pacifismo mundial.
Deshacerse de Cynthia y casarse con Yoko fue una. En 1969 contrajeron nupcias y se fueron de luna de miel a Amsterdam; ahí se tomaron fotos en la cama y comenzaron su faceta de activistas políticos, además de utilizar la prensa de la época para contarle al mundo cuanta minucia hacían.
Un año antes grabaron un disco juntos Unsfinished Music No 1: Two Virgins ; los agoreros vieron ahí la premonición del fin de The Beatles, porque Yoko era una asiática manipuladora, capaz de tratar al Lennon agresor como un monigote y traerlo cual perrito faldero amarrado de un mecate.
Zanjar esa cuestión parece difícil. Más allá de la adicción de Lennon a la heroína y al LSD; sus líos policíacos por supuestamente abastecer de plata a los terroristas irlandeses; las peleas por el dinero y la fama con Paul McCartney, en el fondo latía el racismo británico contra Yoko, que no era rubia ni pecosa, sino de ojos casi cerrados y pelo negro.
Lo cierto es que en 1970 la pareja decidió separarse del resto de Beatles y comenzar sus propios proyectos artísticos. John se consideraba el dueño del grupo, el fundador y quien decidía cuando se acababa.
Yoko y John se fueron a Nueva York y el divo tuvo problemas con la justicia por adicto, pero la mujer echó mano de la influencia paterna y arregló el tema de la residencia.
Parece que las buenas artes de la esposa mejoraron el temperamento de Lennon; nunca le dio ni una trompada, le hacía masajes tántricos, lo llevó a terapia psicológica para bajarle la ansiedad, la angustia y las depresiones.
Los dos estaban convencidos de que construían la historia mundial y opinaban de lo humano y lo divino; entre ello, de la Guerra de Vietnam; eso no le pareció al gobierno gringo, que amenazó con deportarlos por metiches.
Por esos días él escribió Imagine , en 1971, que estuvo ubicada en el quinto lugar de ventas, pero después llegaría a ser un himno mundial por la paz. Para peores a McCartney le iba muy bien como solista.
El 8 de diciembre de 1980, a las 10:50 de la noche, John tomó conciencia de que no era Dios. Mark David Chapman lo esperó a la salida de su departamento en Nueva York y le pegó cuatro tiros en la espalda.
Con 84 años Yoko todavía recuerda a John como su marido, su amante, su amigo, su hijo y el soldado que luchó junto a ella.