¡Cuidado con las imitaciones! En Hollywood las apariencias engañan. El galán que fue el desvelo de las vírgenes perpetuas; alto, gallardo, facciones cinceladas por querubines y que olía a leche y miel, acabó sus días hecho un costal de huesos y pellejo.
El SIDA desmoronó aquel semidiós y lo redujo a una masa quebradiza de 50 kilos; un carcamal que llevó una vida prestada y cuando salió del armario parecía una percha vieja.
Todo en él era imponente, desde el tamaño –1,90 cm–, hasta el nombre: Rock Hudson. El cazatalentos que lo descubrió lo bautizó Rock, por el Peñón de Gibraltar, y Hudson por el río neoyorquino.
La fábrica de estrellas encontró en él la piedra filosofal, para transmutar el plomo en oro, y alimentar las fantasías eróticas de miles de mujeres insatisfechas, allá por los años 50 y 60 del siglo XX.
Con 18 años se enlistó en la marina como mecánico de aviación; peleó en las Filipinas y tras volver de la Segunda Guerra Mundial probó como figurante en algunas peliculillas, abusando de su musculatura, virilidad y plante de macho cabrío.
Trabajó como cargador de pianos y camionero hasta que un amigo lo conectó con un agente de actores; este vio el potencial del macizo jovencito y le hizo unos necesarios ajustes para afinar el producto.
Como gran cosa sus padres, Roy –relojero– y Kay –telefonista–, lo bautizaron Roy Harold Scherer Jr.; con ese nombre no habría pasado de vender perros calientes en Illinois, estado donde nació el 17 de noviembre de 1925.
Lo mandaron al dentista para enderezarle los dientes y arreglarle la quijada de boxeador; recibió instrucciones para caminar derecho, porque era como jorobado; aprendió a bailar, a cantar y también a recitar; pulieron sus dotes con clases de interpretación y a los meses probó con su primer filme.
La cinta Escuadrón de combate , de 1948, fue un fracaso; desde el arranque Rock demostró que carecía del mínimo talento y era puro empaque; una simple frase requirió 38 tomas.
Pero Rock era un hombre curtido en la guerra y las dificultades más bien lo atizaban. Se sobrepuso al resbalón y a mediados de los años 50 era la estrellas de los Estudios Universal, con papeles al pelo en cintas de acción.
A las órdenes de Anthony Mann filmó Winchester 73 , una epopeya del western , donde compartió camarote –figurativamente– con James Stewart, Tony Curtis y Shelley Winters.
Vinieron los melodramas: Obsesión ; Sólo el cielo lo sabe ; Himno de Batalla y en 1956 su ópera prima – Gigante – junto a dos mitos vivientes: James Dean y Elizabeth Taylor. Por ese filme fue nominado al Óscar.
En los años 60 encontró el nicho ideal para desplegar su encanto con las comedias ñoñas de líos de alcoba y señoritas de buena fama, donde hizo yunta con la rubia descafeínada de Doris Day.
Todo iba viento en popa hasta que unos extraños dolores de cabeza y una fatiga recurrente reveló al mundo lo impensable: Rock tenía SIDA. Peor aún le gustaban los hombres y había tenido un serrallo de mancebos.
El espejo roto
La vida de Rock fue de piedra. Roy y Kay perdieron el trabajo en la Depresión y tuvieron que vivir con los abuelos maternos. El padre no aguantó y dejó tirada a su familia, sin darles un quinto.
Para mantener al niño la madre trabajó en una sodita; conoció a un marinero y se casó. El padrastro se divertía aporreándolo, a los nueve años se fue a casa de Roy, pero la madrastra lo trató peor que el marinero, así que volvió donde Kay, que vivía sola.
Rock se crió con su mami; fue al colegio e intentó cantar en el coro de la Primera Iglesia Congregacionista y en el Club de Solistas de Illinois. Trabajó como cartero y taxista para ayudar en el hogar.
Sus inicios en el celuloide fueron atropellados, pero mejoró y en los años 70 protagonizó las series televisiva McMillan & Esposa , y en Dinastía cortejó, sin éxito, a Linda Evans.
La fachada de apuesto galán se derrumbó el 30 de julio de 1985, cuando destapó la olla de los grillos y reveló que era homosexual y tenía SIDA, la plaga gay como le llamaban en esos días.
Rock salía de conquista a los bares de San Francisco, sin importarle que lo sorprendieran. Una vez que circularon los rumores de sus panteradas, la maquinaria de Hollywood le inventó un amorío con su secretaria Phyllis Gates y lo casaron el 9 de setiembre de 1955.
Al cabo de dos años ella se hartó de la farsa; de las infidelidades de Hudson con otros hombres y pidió el divorcio. En su autobiografía Mi esposo: Rock Hudson , escribió que se casó enamorada y no por encubrirlo.
La vida sexual de Rock fue la comidilla diaria de la prensa sensacionalista, aderezada por la demanda de Marc Christian –uno de sus amantes– que intentó aprovecharse de la fortuna del actor. Otro, Tom Clarc, vivió en la casa de huéspedes de la estrella, durante once años, y lo cuidó hasta que la muerte de Hudson, el 2 de octubre de 1985.
En unas memorias póstumas Hudson reveló que Lee Garlington fue “mi verdadero amor”; este contó las artimañas que usaban para ocultar su romance: acudir a fiestas acompañados de mujeres, fingir ser un fan o salir a escondidas de la casa donde dormían juntos.
Rock Hudson fue el mueble perfecto para adornar el escenario, pero su vida secreta y el SIDA lo desnudaron con pornográfica crueldad: “Algunas veces no se nos permite ser nosotros mismos. Mi imagen fue hecha por otras personas, no por mí”.