Cada mañana se despertaba con un hombre diferente. Dicen que el marido se pegó un tiro, incapaz de cumplir el maratón sexual que le exigía. Hasta Clark Gable, conocido decatlonista de alcoba, tocó cuerda y pidió ayuda a un camarada.
Hollywood, y su jauría periodística, atribuyó su muerte –a los 26 años– a una deficiencia renal ocasionada por una escarlatina, mal curada en su infancia.
Un periodista francés intentó localizar el expediente forense y no había ninguno a nombre de Jean Harlow , solo el de otra paciente que murió a la misma hora, en la misma habitación, por las desgarradoras heridas internas ocasionadas en sus genitales por prácticas sexuales muy violentas.
La rubia platinada, la de los vestidos de satén blanco pegados al cuerpo, la que imitarían todas las actrices desde su muerte hasta el día de hoy, nació, vivió y murió como se le pegó su real gana.
A los 17 años posó desnuda para el fotógrafo Edward Bower. En estos días demoníacos eso sería una gracejada, pero en 1928 pudo caerle fuego del cielo por exhibirse chinga chiringa, toda vaporosa, sobre unas rocas junto a un lago. Toda ella, con su 1,55 metros de altura, con su figura hecha con tiralíneas, era el pecado hecho carne.
Solo pasó tres veces por el altar, pero su lista de amantes fue tan extensa y variada como el directorio telefónico de Los Ángeles; entre los más sonados estuvieron Howard Hughes, Charles Chaplin, William Powell y el capo mafioso Abner “Longy” Zwillman.
Este bombón rubio, de curvas sinuosas y vida disipada, escaló al estrellato gracias a unas peliculillas livianas dirigidas por Hal Roach. Él la enyuntó con Stan Laurel y Oliver Hardy –en 1929– en la cinta Double Whoopee , que dejaría sin aliento a los cinéfilos solo por una escena: al bajarse de un taxi el botones, por error, le prensó el vestido con la puerta y Jean quedó encuerada.
La oportunidad dorada le llegó gracias a Hughes, amigo y amante; este le consiguió el papel de Helen en Ángeles del Infierno que sirvió para dos cosas: dar rienda suelta a la pasión por los aviones del millonario y exhibir los escotes de la Harlow, que por sí solos habrían derribado toda una flotilla aérea.
Los críticos discrepan acerca de si consiguió más papeles por sus habilidades eróticas o por su talento como comediante; lo cierto es que el público la adoraba por sus personajes de chica mala, malísima, recontramala, una auténtica cabrona.
Un experto apostilló que su “única virtud como actriz es que es una rubia de vértigo”.
Jean entró a la galaxia del cine tras filmar la comedia La Jaula de Oro , a los 20 años, que los magnates de la Metro titularon Rubia Platino para promocionar a la futura megaestrella, mencionó Tim Hill en Inolvidables .
Se trataba de una cinta ambientada en el vacuo mundillo del periodismo y giraba en torno a un triángulo amoroso entre la aristócrata y cadera floja Ann Schuyler –Jean –; la reportera Gallagher –Loretta Young– y el guapo redactor Stew Smith –Robert Williams–. Lamentablemente fue la primera y la última película de Williams, quien murió de peritonitis cuatro días después del estreno.
Pero, el muerto al hoyo y el vivo al pollo. La desparpajada actuación de Jean disparó las ventas de tintes rubios para el cabello y nació el mito de la rubia platinada… tonta pero ¡divina!
Dama en enredos
El bombón platino encontró la horma de su zapato en un hombrecillo bajito, tímido, medio servil, hábil para los negocios y con la suerte más envidiable de toda la galaxia.
Sin saber cómo, ni con qué propósito, Paul Bern asió el cielo con las manos y se casó –para su desgracia– con el bombón más apetecido de Hollywood.
A todo el mundo se le cayó la quijada cuando Paul y Jean se unieron; él de 42 años y ella de 21. Se conocieron en la filmación de Luces de la Ciudad –de Charles Chaplin– y Bern quedó magnetizado por la escandalosa rubia; tomó bajó su control la carrera de la Harlow y le consiguió un jugoso contrato con la Metro Goldwyn Mayer (MGM).
Con su estilo agazapado Bern ya se había echado al costal a más de una celebridad, como Joan Crawford o Mabel Normand, pero Jean era la pesadilla erótica de todo el país y él calzaba a la perfección en el padre ausente emocional de la actriz. Fuera por una razón o por otra el matrimonio funcionó a la perfección… por dos meses.
Al amanecer del 4 de setiembre de 1932 el mayordomo de la pareja encontró a Paul en el piso del dormitorio, desnudo, frente a un espejo de cuerpo entero, hediondo a Mitsouko –el perfume preferido de Jean– y con un boquete en la cabeza.
Con el cadáver tibio el sirviente llamó al mandamás de la MGM Louis B. Mayer y a su pierna derecha Irving Thalberg. Entre los dos montaron un cuento para los chupasangre periodísticos y la policía, que llegó dos horas y media tarde, según contó Kenneth Anger en Hollywood Babilonia .
Mayer armó un alboroto y divulgó una carta póstuma del suicida, en la cual pedía perdón a su consorte por el irreparable daño causado la noche anterior. Ya se sabía que Bern era un mariquita reprimido, carente de la maquinaria para complacer a su mujercita y esta buscó consuelo en otros brazos y en un falo artificial tamaño “¡Ooooh my goood!”.
Para empantanar aún más el asunto, se reveló que Bern estaba casado –a escondidas– con una machilla aspirante a “starlet” –Dorothy Millet– a la cual le pasaba $350 mensuales. Dorothy estuvo encerrada en un manicomio y escapó a Los Ángeles, justo para la boda de Jean con el productor. Días después la deschavetada abordó un barco y nadie sabe por qué se lanzó de cabeza al Río Sacramento.
En medio enredo la Harlow cayó en los robustos brazos del peso completo Max Baer, solo que la esposa amenazó al pugilista con noquearlo si seguía con la peliteñida. Los relacionistas públicos de la Metro casaron a Jean con el fotógrafo Harold Rosson y vivieron seis meses juntos, al cabo de los cuales se divorciaron por el mal carácter del marido.
La lista de amantes siguió engordando y el último fue William Powell; con él anduvo dos años pero este era un cínico casado con Carole Lombard.
Flor de arrabal
Primero interpretó a mujeres de reputación dudosa, siguió con las vampiresas y acabó siendo la ingenua. De carambola llegó a la cima; un día acompañó a una amiga a los estudios Fox y mientras la esperaba en el auto su turgente cuerpo atrajo la atención de un ejecutivo, pero ella rechazó realizar una prueba de cámaras.
Le duró poco el orgullo porque su madre, Jean Poe Harlow, la convenció de asistir a un “casting” y en menos de lo que se persigna un ñato ya tenía un contrato bajo la axila.
Jean Poe tenía bajo el zapato a su hija, la controlaba, la dominaba y solo le decía “Baby”, tanto que la niña se enteró en la escuela que su nombre no era ese sino Harlean Carpenter.
Su padre, Mont Clair, era dentista y no volvió a verlo desde el día en que se divorció de Jean Poe. A los doce años, en 1923, su madre la llevó a Hollywood, emperrada en labrarle una carrera artística, solo porque ella quiso ser actriz.
Aunque Jean estudió en una academia actoral, la aventura fracasó y las dos regresaron a Kansas, donde había nacido el 3 de marzo de 1911. A los 14 años el abuelo la envió a un campamento en Michigan, pero la contagiaron de escarlatina.
La mala suerte acabó a los 16 años; apenas terminó el colegio conoció al rico heredero Charles McGrew. Huyó del hogar y se casó con él; todo parecía apuntar a que Jean solo sería una insípida ama de casa, dedicada a parir güilas y consentir al marido.
El matrimonio aguantó dos años y antes de separarse logró enrolarse en algunos filmes sin mayor trascendencia, hasta que la contrató Hughes para la versión sonora de Los ángeles del infierno .
Así rompió una racha de figurante en papeluchos, a los que estuvo confinada a cambio de siete dólares diarios.
Sus acólitos enloquecían con sus poses eróticas; su liviandad y su manía de usar trajes pegados al cuerpo sin ropa interior. Hughes llegó a ofrecer $10 mil al peluquero que lograra acercarse al tono platino que lucía Jean.
En el set todos la adoraban porque era muy divertida, sencilla y considerada. Solo tenía un problema: un apetito desmedido por los hombres.
Durante cinco años el millonario la expolió y al final la vendió en $30 mil a la Metro Goldwyn Mayer. Fue a partir de ese momento cuando la Harlow alcanzaría la gloria con cintas como La pelirroja o Tierra de Pasión , que 20 años después filmaría de nuevo John Ford con el nombre de Mogambo , protagonizada también por Clark Gable.
Con Gable actuó en seis películas, entre ellas Saratoga . Esta fue su última obra porque comenzó a llegar tarde al plató hasta que un día colapsó; en el hospital le diagnosticaron uremia, una deficiencia del riñón derivada de la mala atención recibida cuando padeció escarlatina. Vivió seis días más y murió, el 7 de junio de 1937, a los 26 años.
Sus restos yacen en California, en un mausoleo revestido de mármol que pagó, en $25 mil, William Powell, considerado su amor postrero.
Solo quería ser feliz, no famosa; aseguró Clark Gable. La rubia platinada fue sepultada con una gardenia blanca entre sus manos; una nota escrita por Powell y el epitafio reza: “Nuestra bebé”.