Los hombres machos no hablan, pelean. Lo odiaba con furia y con rabia. Lo amasó a puñetazos. Uno, otro, otro, más; rugía su pecho, chispeaban sus ojos y entre golpe y golpe ponía su alma.
¡Maricón! ¿Yo? ¿Maricón? ¡Así se faja un marica! Fue lucha de toros. En el último asalto lo cazó contra una esquina. Sus brazos giraban como aspas y sus puños se hundían como un hacha contra un tronco mojado. En siete segundos le asestó 17 de 25 golpes en la cabeza.
Así acabó con dos vidas: la de él y la propia. Diez días después Bennie Kid Paret murió por el trauma cerebral producido por la paliza que le dio Emile Griffith en aquella salvaje pelea por el título mundial wélter.
Nadie llamaba maricón a Griffith, seis veces campeón mundial de boxeo, y vivía para repetirlo. Hay victorias amargas.
Su infancia, allá en las Islas Vírgenes, fue para el olvido. El padre abandonó a los siete hermanos de Emile y este tuvo que vivir de la caridad pública hasta que la madre emigró a Nueva York y lo mandó a traer en 1950, cuando tenía 12 años.
Antes de ganar los Guantes de Oro, a los 20 años, soñaba con ser diseñador de sombreros, y para nada aporrear a un cristiano sobre un ring . Así encontró empleo en una fábrica de chisteras y bombines.
Para refrescarse por el calor en el taller, Howie Albert –el dueño–, le permitía trabajar sin camisa. La estrecha cintura, los hombros anchos, el pecho enorme y los bíceps abultados no eran precisamente para estar haciendo dobladillos y Howie lo mandó directo al gimnasio de Gil Clancy para que hiciera carrera en los cuadriláteros.
La nuez le cae en suerte al que no tiene dientes. Emile ingresó a un mundo de violencia, desgracias, lesiones neurológicas y vidas al borde del abismo que acaban en guiñapos y piltrafas humanas.
Griffith ganó su primer título contra Paret, en abril de 1961. Seis meses después lo perdió en una decisión apretada, y el 24 de marzo de 1962 se volvieron a ver las caras y Emile lo aplastó. Esa noche, solo uno sobrevivió en el ring del Madison Square Garden de Nueva York.
Emile fue uno de los boxeadores más grandes de la historia. En los años 60 y 70, del siglo pasado, coexistió y se enfrentó a dos auténticos titanes del ring : el turbulento Carlos Monzón y el bondadoso Nino Benvenuti. Este trabó una gran amistad con Emile, incluso mandó a su hijo a recibir clases de boxeo con él.
También se las hizo de cuadritos a otros rivales como Joey Archer, José Mantequilla Nápoles y otros rivales que no eran ningún manco.
Con 19 años sobre la lona, en 1977 decidió retirarse; ostentó la marca de 85 victorias, 24 derrotas y dos empates. Logró tres campeonatos wélter, dos mediano y uno wélter junior, más que suficiente para ingresar al Salón de la Fama del Boxeo.
Fino pero feroz, Griffith era un peleador capaz de desplegar una ira homicida en cuestión de segundos y dejar molido a su oponente.
La doble vida
¡En eeeessssta esquina, Eeeeemiiile Griffith! Este era un negrote imponente. Parecía una estatua de ébano, tallada a mano; siempre elegante, con sus camisas y pantalones apretaditos, rodeado de jóvenes latinos bien puestos.
En la otra, el Kid Paret. Parecía un yunque, fornido, trabajador en la zafra cubana. Gran bailarín de chachachá, saleroso y guapachoso. Tenía un hijo de dos años al que adoraba, y siempre salía con él en las fotos, montado sobre sus hombros. Paret, de 25 años, le había prometido que ese sería su último combate…y le cumplió.
Los dos se llevaban tirria de la buena. Con esta sería la tercera vez que saldaban cuentas sobre una lona. La primera vez que midieron fuerzas –en abril de 1961– Griffith despojó al Kid Paret del fajín welter; pactaron otro pleito el 30 de setiembre y el caribeño recuperó el título.
La noche del 24 de marzo de 1962 sería la tercera ocasión, en menos de un año, en que de nuevo chocarían guantes por la posesión del título.
En el pesaje –o antes o quién sabe cuándo, la verdad ya no importa el momento– Kid Paret le dijo una palabra en castellano a Griffith, que por la sonrisa burlona era en realidad un insulto, del calibre más grueso.
Por esos días de Dios, en los corrillos pugilísticos la gente cuchicheaba sobre los gustos de Griffith, pero todos guardaban el secreto porque nadie se metía en los asuntos personales afuera del ring .
Eran los años 60, si bien se vivía el amor libre al humo de la marihuana, era mejor visto ser un gangster o un asesino de niños que un homosexual.
Ante la prensa, Paret se pavoneaba como una mariposa, contoneaba las caderas y se tocaba con impudicia el trasero. Su lengua susurraba... Maricooón, maaaaricón, mariiiiicón.., sin saber que Griffith masticaba su venganza.
Cuando ya tenía 67 años, Emile estaba convertido en un fantasma, misérrimo, sin más bienes que un viejo colchón; y abrió su corazón a la revista Sport Illustrated para explicar por qué vapuleó hasta la muerte a Kid Paret.
“Sigo preguntándome lo extraño de todo esto. Maté a un hombre y la mayoría lo entendió y me perdonó. Sin embargo, amo a un hombre y esa misma gente lo considera un pecado imperdonable. Aunque nunca fui a la cárcel, he estado en prisión casi toda mi vida”.
El seis veces campeón del mundo, en varias divisiones boxísticas, salió del armario y se atrevió a confesar su homosexualidad. El boxeo es un deporte de machos y, en esos años, su “pecado” era imperdonable.
Tanto así que The New York Times cambió, en la noticia de ese día, la palabra ‘maricón’ por ‘antihombre’, lo cual endiabló al reportero Howard Tuckner, ya que ese término cambió todo el sentido a la crónica de la pelea.
El escritor Ron Ross, en su libro Nine, ten…and out. The two worlds of Emile Griffith , repitió lo que le dijo el pegador: “Me gustan tanto los hombres como las mujeres. Pero no me gustan las palabras homosexual, gay o maricón. No sé lo que soy. Amo por igual a hombres y mujeres, pero si me preguntan cuál es mejor… me gustan más las mujeres”.
Para disipar los rumores, Emile decidió casarse con la bailarina Mercedes –Sadie– Donastrog, a quien conoció en su natal Saint Thomas. Cuatro horas después de compartir en una fiesta, el boxeador le pidió que se casaran. Ella lo trató de loco por apresurado, y dos meses más tarde pasaron por la vicaría. Se divorciaron a los dos años.
Los chismes siguieron y era bastante morboso ir a las peleas del campeón gay asesino, como le apodaron. Emile solía frecuentar los bares de homosexuales en Nueva York y, en 1992, a la salida de uno de ellos, una pandilla lo molió a batazos y patadas. Estuvo cuatro meses en el hospital.
El box le cobró caro sus 19 años de carrera. Padecía de lagunas mentales, vivía en la extrema pobreza, era guarda en una correccional y ahí conoció a su último amante. De sus glorias pasadas no quedaba ni el recuerdo. Hecho un vegetal, murió a los 75 años, el 23 de julio del 2013.
La noche en que mató al Kid se convirtió en un fantasma, que lo asoló el resto de sus días. A veces veía a Bennie sentado a su lado en el autobús; en otras, lo miraba con la cabeza colgada de las cuerdas.
Pasaron más de 40 años y un día, cuando en el cementerio donde yace Paret, se encontró al huérfano que creció sin conocer a su padre… Se abrazaron y lloraron.