Un suspiro es un suspiro… mientras el tiempo pasa. A los 58 años le llegó la hora del último martini. Murió, como muere un hombre, con un gesto de desdén, sin dolor ni victimismos.
El cáncer lo consumió, veloz y letal. Siempre recibió a sus amigos, a veces en la cama o postrado en una silla de ruedas; bien vestido y afeitado, con un cigarrillo en una mano y una copa en la otra.
De niño padeció abusos de su padre; algunos atribuyen a eso su infelicidad. Otros dicen que durmió con mil mujeres, pero solo amó a una. Mujeriego, fumador y juerguista, los existencialistas de los años 60 adoraron el tono sarcástico de su voz y sus aires humanos de héroe moderno.
Al principio era un intérprete pobre, con pésima dicción, aparatoso, afectado y testarudo. Tal vez, dicen sus biógrafos, fueron sus dos fracasados matrimonios los que le ayudaron a madurar, a calmar sus ímpetus y a mirar con serenidad a las cámaras.
Subió de rodillas cada peldaño hacia la cumbre. Durante 20 años vivió de las sobras, pero en un despiadado ejercicio diario de autodisciplina pasó del oficio a la maestría y de ahí a la leyenda.
Por muchos años merodeó entre los tobillos de James Cagney, John Garfield o Errol Flynn, encasillado en papeluchos de galancito de salón; hasta que le sonó la flauta con El bosque petrificado , de 1936, donde interpretó el asesino Duke Mantee, sin maquillaje y con el rostro lleno de verdugones.
La Warner Bros lo fichó por $550 semanales; pasó a ser el actor de reparto mejor pagado de la industria del celuloide.
Desde esa fecha y hasta 1941 filmó 30 películas; interpretó hampones y malvados, aprovechando aquella mirada perdida y los labios que le partió una esquirla de torpedo, fijando para siempre su destino.
Primero fue Raoul Walsh, con Su último refugio ; después John Huston, con El Halcón Maltés , quienes convirtieron la inexpresividad de Humphrey Bogart en uno de los signos más conocidos del cine negro y estallaron una estrella cuya luz –como la de una supernova– llega hasta el presente.
Detrás vino Casablanca hasta un total de 81 filmes, entre ellos: El sueño eterno , Cayo largo , Llamada cualquier puerta , El tesoro de Sierra Madre , La reina de África , El motín del Caine y Sabrina .
“Bogie”, como lo recordó su mujer Lauren Bacall, sigue vivo en la televisión, el cine, DVD o en fotos. Los besos que le plantó a Ingrid Bergman o Audrey Hepburn perviven en la memoria de los enamorados. Y, entre los políticos ingleses, Casablanca es su película favorita.
El sueño eterno
Del pobre “Bogie” han dicho de todo. Una reciente biografía se solaza en su voraz apetito sexual y de su crisis de virilidad a causa de unos lapsos de impotencia, sufridos con su segunda esposa Mary Phillips.
Llegó al punto de creerse gay y hasta pensó en el suicidio; aún más porque la bruja de Phillips lo ridiculizaba y lo amenazó con regar la especie por todo Hollywood. Un amigo confesó que Bogart estuvo a punto de cortarse la garganta con una navaja.
Por dicha se deshizo de ella y cinco días después del divorcio se casó con Mayo Methot, que le duró siete años; la cambió por la Bacall, a quien conoció en el set de Tener y no tener . El día de su boda ella le regaló un silbato de oro con la frase: “Si me necesitas…silba”.
Sin estrellas ni Reyes Magos, Humphrey DeForest Bogart llegó al mundo en la Navidad de 1899, al acomodado hogar neoyorquino del prestigioso cirujano Belmont Bogart –adicto al opio según los chupatintas– y la diseñadora gráfica y sufragista Maud Humphrey.
Era el mayor de tres hermanos; recibió una educación refinada y sus padres lo tenían destinado a Yale. Lo inscribieron en la Academia Phillips donde conoció a William Brady, que le llenó la cabeza de pajaritos teatrales y lo convenció de que probara con la actuación.
Con 16 años frecuentó lupanares y cantinas donde se metió en broncas continuas; lo expulsaron de la universidad y acabó con los perdederos de la marina. Peleó en las últimas batallas de la Gran Guerra y sufrió un accidente anodino, que le dejó su peculiar cicatriz en la boca.
Esa marca, unida a su breve estatura, una personalidad triste y desgastada lo llevaron de fracaso en fracaso; primero en el teatro, después en el cine y no fue hasta casi los 40 años que alcanzó el éxito.
¿Por qué triunfó? Representó al infeliz que sale de un pasado difícil con la dignidad intacta; al derrotado que permanece impasible ante un nuevo reto y al hombre duro pero tierno, cínico y con clase.
Áspero, rudo, bebedor y desaliñado Bogart se convirtió en el mayor romántico de los años 40, con sus personajes arrogantes, atractivos, dignos, turbios, amargos, individualistas, torturados, complejos y sombríos, pero traspasados con profundidad, ritmo, matices y verdad.
“En mis últimas 34 películas fui tiroteado en doce, electrocutado o ahorcado en ocho e hice de presidiario en nueve”, dijo.
Sam Spade, Philip Marlowe, Rick Blaine o Harry Morgan tendrán siempre el rostro de “Bogie”, su corazón de oro y el ánimo dispuesto para luchar por sus ideales.
El 14 de enero de 1957 el cáncer de garganta mató a Humphrey Bogart, pero engendró al mito. Un cementerio de Beverly Hills recibió sus restos y yacen ahí con un silbato de oro.
Nadie volvió a usar la gabardina ni el sombrero como Bogart; tampoco el cigarrillo colgado de su sonrisa triste, pero no vencida.