La primera vez que escuché hablar de Barack Obama fue a mis doce años. En el 2009, conocí la imagen del primer presidente negro de Estados Unidos, mientras yo apenas comenzaba mis estudios de secundaria.
En ese momento, empecé a preguntarme las diferencias entre uno de los hombres más poderosos del mundo y yo.
Estaba seguro que muchos años antes de cargar la investidura de presidente, Obama jugó algún deporte en el colegio, salía con sus amigos, tenía algún romance juvenil, cargaba con algún apodo y todo ese tipo de situaciones que llenan la etapa de la adolescencia.
Ahora, siete años después, he buscado más sobre sus primeras experiencias de vida para escribir este texto. Tremenda sorpresa me llevé.
En 1981, un joven Barack Obama fue trasladado a Nueva York para realizar sus estudios en la prestigiosa Escuela de Derecho de Harvard.
Fueron tiempos difíciles tras la explosión de peleas raciales y la proliferación del crimen organizado en la ciudad de Nueva York.
Dentro de su apartamento en la avenida 109, Barry (como le decían sus amigos) no podía dormir.
Le incomodaban las injusticias sociales y el efecto narcótico que veía en todo su vecindario, sobre todo por los insultos que recibía su madre de Kansas y su padre keniano.
Esta sería la etapa que gestaría al político elocuente, ese hombre que no se dejó amedrentar por los embates del racismo y la violencia.
Netflix ofrece esta historia mediante la película Barry , el apodo del joven que se convertiría en el presidente número 44 de Estados Unidos.
Este largometraje estará disponile el 16 de diciembre, durante los últimos días de presidencia de Obama. Han pasado ocho años desde que asumió la Casa Blanca como su hogar. Un mes después, será Donald Trump el foco de atención. Solo la historia dictará una película sobre el magnate. Por ahora, vale la pena recordar los antecedentes de aquel valiente Barry.
Véalo. Viernes 16 de diciembre. Netflix