Con la fuerza de la música, el jueves, los 70 músicos de la Youth Orchestra of the Americas derribaron fronteras, olvidaron conflictos entre naciones, e hicieron del continente una sola patria, durante un concierto que pocos olvidarán.
En un Teatro Nacional abarrotado de jóvenes músicos, cantantes líricos, experimentados maestros y un buen grupo melómanos, las ansias por escuchar a la agrupación erizaban la piel de los espectadores desde que entraban en el vestíbulo del lugar.
A las 8:10 p. m., las energizantes notas del Capriccio Espagnol , opus 34, de Nikolái Rimski-Kórsakov abrieron el concierto.
Bajo la batuta del experimentado director mexicano Carlos Manuel Prieto, la orquesta hechizó a los espectadores con las notas del fagot, el arpa y acentos de castañuelas que brillaron en las partes más fuertes de la obra.
Al cabo de 30 minutos de interpretación, los espectadores agradecieron con una gran ovación, que hizo que el director saliera a escena en, al menos, tres ocasiones.
Importante. El momento cumbre llegó con la participación de la pianista venezolana Gabriela Montero, solista invitada a este concierto. Ella aprovechó la ocasión para grabar parte de lo que será su primer disco con orquesta.
Para llevar a cabo este proyecto, se le pidió al público abstenerse de hacer ruido. Adicionalmente, el teatro fue cerrado completamente para no sufrir interrupciones.
La grabación se inició con la apasionante ejecución del Concierto para piano y orquesta N° 2 en do menor , opus 18, del compositor Serguéi Rajmáninov.
La interpretación mantuvo a muchos en el teatro pegados a su butacas, sin deseos ni de respirar para que los centenarios asientos no rechinaran.
Sin embargo, un par de atrevidas sacaron sus cámaras y tomaron fotos desde el segundo piso.
En la luneta, la disciplina también brillo por su ausencia entre un grupo de cuatro amigos que gozaron como niños cuando, a una de ellos, se le cayó el programa de mano al suelo.
Mientras tanto, en escena, Gabriela Montero, vestida de negro con violeta, parecía fundirse con el instrumento.
Su concentración y entrega fueron recompensadas con una ovación que se prolongó por varios minutos y que puso a más de uno de pie en los palcos y en la luneta.
Como era de esperarse, la pianista hizo una de sus famosas improvisaciones. Para esto, tomó el micrófono y le pidió al público que le cantaran cualquier tema.
El grueso de la gente soltó una risa nerviosa, pero entre los espectadores estaba el tenor Ono Mora, quien no perdió ni medio segundo cuando comenzó a entonar Luna liberiana , de Jesús Bonilla.
Del segundo piso, surgió otro cantante, un anónimo que lo acompañó en cada verso.
Montero oyó sus voces, tomó las primeras notas de la estrofa y se dejó llevar por su talento. Emocionados, los espectadores se enredaron en su magia y, cuando ella acabó , no solo la ovacionaron, sino que le gritaron “¡bravo!”.
El del jueves fue un concierto extenso, que se coronó con la Sinfonía N°1 en fa menor opus 10, de Dmitri Shostakóvich.
“Es una tradición en la historia de la YOA, la interpretación de las sinfonías de Shostakóvich. Ya hemos tocado la N°5, 6, 9 y 10. Hoy interpretaremos la primera, la más breve de todas. La razón es que esta es una obra portentosa de un joven compositor con un dominio de todas sus facultades”, le explicó Prieto a los espectadores.
Acto seguido, orquesta y director descargaron la potente energía de la composición sobre un Teatro Nacional que, luego de 28 minutos, parecía derrumbarse de tanto aplauso y emoción.
Tras de salir dos veces a escena para recibir el cariño del público, Prieto pidió un aplauso para los seis músicos costarricenses que integran la orquesta.
A cambio del cariño de sus compatriotas, los ticos tocaron una pequeña versión de música de cimarrona en versión sinfónica.
Los demás integrantes de la orquesta no se quedaron atrás y, de inmediato, tocaron sambas y hasta tamboritos (ritmo tradicional panameño).
De la formalidad vivida en las últimas dos horas, el concierto pasó a una gran fiesta latinoamericana llena de banderas multicolores y gente bailando por toda la luneta.
Entre el calor latino, la YOA le dijo hasta pronto a los ticos. ¿Cuándo volverán? No se sabe; puede ser pronto o pasar casi 10 años como en esta ocasión.