Momentánea, la perrita de la familia, estaba muy atenta a la conversación sobre música que el compositor guanacasteco Max Goldenberg y yo teníamos en el corredor de su casa, en Nicoya.
Estamos en una casa grande, muy grande, con techos altos y repleta de hermosos muebles confeccionados por él mismo en teca y melina, tan pesados como alzar un tronco en bruto y delicados como los finos acabados de la música que por más de 40 años ha escrito el pampeño.
La mascota Momentánea se llama así porque, según Max, los papás de la perrita la hicieron tan rápido que salió chiquititica. Ya es una perra vieja y tal vez es por eso que no se le separa ni un momento a su amo. Posó para las fotos, estuvo pendiente de seguir a Max por todos lados y hasta de acostarse a sus pies mientras hablábamos de ella, parecía que sabía que por un momento la plática se desvió hacia sus travesuras.
Después de explicarnos por qué Momentánea es el personaje más divertido de su casa, Max habló largo y tendido sobre su disco El ermitaño , disco que, aunque no es el primero con su música, es el primero que grabó oficialmente con la complicidad de sus sobrinos Fidel y Jaime Gamboa, los de Malpaís.
“Duré tantos años para sacar un disco porque se fue posponiendo y posponiendo con la esperanza de que iba a llegar el momento de que salieran las cosas. Fidel ya tenía todo eso en la cartera, había empezado a hacer los arreglos y eso duró más de lo que esperábamos. Pero por dicha ya salió”, explicó, describiendo este disco, una selección de 10 piezas entre más de 100 composiciones que ha hecho.
La muerte repentina de Fidel, en el 2012, frenó el proyecto, pero después de un tiempo prudencial fue Jaime quien retomó el proyecto del disco.
Hace un mes, Max presentó las canciones de El ermitaño junto a Malpaís, en un concierto en el Teatro Popular Melico Salazar, en San José. Las canciones son conocidas por su público, pero andaban solo de boca en boca; ahora, se pueden escuchar juntas.
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Su sello y mensaje. “El disco tiene, como diría Jaime, mucho balance. Tiene pinceladas de varios temas que he trabajado a través de mi obra, los más importantes son el compromiso social –o lo que antes se llamaba canción protesta–, política y hay muchas que tienen que ver con la naturaleza, la vida o Netflix. La temática es muy variada”, dijo.
“La humanidad desde sus inicios ha tenido una lucha constante y tenaz, muchas veces injusta, grosera y fea de la gente común y silvestre contra el poder desmedido del capital. Muchas veces ese pequeño grupo de gente ‘arriba’ está casada con las iglesias o el poder de turno para justificar de alguna forma esa dominación y el manejo de la masa campesina obrera para mantener privilegios”.
Esa relación intensa que tiene Goldenberg con el campesino, y su defensa de él, tiene una base muy sólida: Max es un campesino más que aró la tierra, arreó ganado y trabajó con sus manos en la naturaleza.
Pero también hay mucha fisga y buen humor. “Si las cosas que a uno le interesan se dicen con humor le llegan mejor a la gente. Eso tiene mucho que ver con el lugar donde vivimos, Costa Rica y Guanacaste sobretodo, son sitios alegres donde las cosas van pasando sin mucha seriedad. Es una filosofía de vida que se le mete a uno hacer. Hay que tener un pulso con la vida y buscar una solución sin pelearse con la vida misma y el planeta”, explica.
”El respeto a la naturaleza, a las aves, al entorno; todo te da una forma de ver las cosas con cierta esperanza y alegría”.
Max ha escrito sus canciones y su música inspirado por sus propias vivencias. “No hay nada inventado”, dice. Es un privilegiado porque sus musas son sus nietos, su esposa, los venados cola blanca que hay en la finca La Chorrera o los congos que gruñen enojados o enamorados, dependiendo de la época del año.
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Compone de una manera muy particular. Tal vez guiado por el canto de un pajarito que está en el palo de mango o por el olor de las orquídeas, Goldenberg silba una tonada y a partir de ella, escribe.
La idea de Fidel era que, con la publicación del disco de su tío, había que recuperar la canción tradicional.
Para lograrlo, decidieron darle un nuevo aliento a un concepto que se había dejado de trabajar en la provincia guanacasteca: la banda filarmónica.
“En contubernio con amigos profesionales de la música, Jaime y Fidel consiguieron canjear el trabajo profesional de grandes músicos como los de Trombones de Costa Rica, el piano de Manuel Obregón o la percusión de Carlos Tapado Vargas, para conformar un trabajo que representa a esa banda filarmónica, que en Guanacaste la llamamos La Espantaperros”, contó Goldenberg.
También fueron cómplices especiales los músicos del grupo Malpaís, quienes acuerpan las tonalidades del disco. Además, la mano y el talento de Bernardo Quesada hicieron posible pasar los arreglos que Fidel había hecho en formato digital al papel para que los músicos interpretaran las piezas.
Mucho tiempo. A Max le costó eso de decidirse por la composición ya que jovencillo estaba acostumbrado a replicar todo lo que otros creaban. “Antes fui cantor de pueblo y por eso me mal llamaron folclorista porque cantaba temas populares, pero para hacer folclor hay que estudiarlo”, agregó.
Decimos que la escritura de las obras llegó tarde a su vida porque, recuerda, que tuvo una juventud desordenada, muy de bar, muy de cantina. Para gracia de la cultura nacional, con ayuda de Alcohólicos Anónimos y muchos compañeros, Goldenberg entró a una fase nueva de su vida.
“Es una fase de sobriedad total, ahí fue donde me destapé y comencé a componer. Tuve una vida mucho más rica para mí, incluso en el aspecto cultural. Son dos etapas de mi vida, una de ellas como músico popular que me dio una gran experiencia y me sirvió para cuando entré en la composición”.
El autor confirma que ser guanacasteco ayudó en mucho para ser artista. Se nace, se trae y se cosecha el arte en la pampa, de eso no tiene ninguna duda, aunque al principio le costó subir a un escenario.
“Con un traguito de por medio uno se destapa y canta en cualquier lado, pero cuando comencé con mi trabajo en serio le tenía pánico a la tarima. Muchas de las negativas para cantar en público eran por el miedo escénico. Al principio me costó mucho, pero cuando logré encontrarle el sabor al público, al aplauso y al respeto, más bien ahora nadie me puede bajar de la tarima. Yo no quiero apearme nunca”.
En boca de Max, sus sobrinos Fidel y Jaime, más los músicos que lo apoyaron para hacer realidad este disco, son los que merecen más respeto y agradecimiento. “Han sido maravillosos, es lo único que se me ocurre decir, porque de no haber sido por ellos yo no hubiera salido de ese mutismo en el que estaba. Ellos y los músicos merecen todo el reconocimiento”.