Audaz, seductora, apasionada. María Conchita Alonso no ha perdido su magia, ni su buena figura, ni la potencia de la voz que suplicó caricias tres décadas atrás.
La dueña de la tupida cabellera negra lo sabe; empuña el micrófono con más seguridad que en sus años de juventud y se apodera del escenario con una verdadera actitud de diva. Hoy lo sabe también cualquiera que haya pasado con ella la velada del viernes en el hotel Herradura.
Una mujer como ella sabe hacerse esperar. Sus seguidores la aguardaron hasta las 10 p. m., cuando un pantalón azul de enormes campanas salió del fondo del escenario, mientras un ritmo tropical marcaba su triunfal entrada. Pronto comenzó a sonar Tómame o déjame , el tema de Mocedades que María Conchita eligió para entrar en intimidad con su público, una intimidad que, conforme transcurrieran las canciones y se fuera despojando de la ropa, se tornaría cómplice.
El sudor bajaba por la piel de la cantante y actriz de telenovelas mientras evocaba viejas épocas con temas como Entre la espada y la pared o Tú mi hombre .
María Conchita desapareció en un santiamén y dejó el espectáculo a discreción del tecladista venezolano que vino con ella a Costa Rica, que reunió a un grupo de músicos costarricenses y logró que, en dos días de ensayos, sonaran como si tuvieran años de agitar juntos los escenarios.
¿Donna Summer? Las manos del tecladista hacían sonar las primeras notas de Last Dance . Alonso, que por siempre será recordada como un emblema de la música plancha, quiso demostrar que el registro de su voz está tan intacto, que aún es capaz de alcanzar el de la reina del disco.
La carismática artista salió de la mano de la cantante costarricense Vanessa González, quien extrañamente esa noche había interpretado solo una de sus canciones como telonera. Entre las dos, hicieron que los cuerpos de quienes habían pasado más de dos horas en las sillas comenzaran a aflojarse.
Para cuando María Conchita terminó de cantar Y es que llegaste tú , ya tenía a todo el auditorio de pie, recompensándola con un sentido aplauso como si aquello fuera el cierre del concierto de su vida. Aún faltaba casi una hora.
Ella, que se había movido por todo el escenario, que se había cambiado de atuendo una y otra vez en los camerinos, en seguida notó que alguien había cambiado de lugar el pedestal con las letras de sus canciones. Para entonces, la noche se había tomado tal aire de espontaneidad, que la cantante no dudó en admitir, micrófono en mano, que no se sabe el primer “párrafo” de ninguno de sus temas, justo como le ocurría a Frank Sinatra.
Pero su público sí las conoce de memoria, nota a nota, verso a verso. Por eso, bastaron solo dos segundos de balada para que el auditorio completo se pusiera de pie y pusiera a grabar las cámaras de sus celulares. “Acaríciame, con manos locas enloquéceme...”, se replicó a viva voz.
Fue esa misma canción la que saxofonista Geovanny Escalante jamás podrá borrar de su mente. María Conchita puso el micrófono a un lado y, sin que nadie lo esperara, hizo recorrer sus manos por el cuerpo del instrumentista. Sus dedos tocaron, digamos, hasta la billetera que tenía en la bolsa trasera del pantalón.
Escalante no falló ni una sola nota pese a que se inmortalizaba como la envidia del gremio masculino. María Conchita siguió descendiendo hasta que quedó tirada en el suelo, con un cortísimo vestido negro que deleitó las cámaras de quienes corrieron a un lado de la tarima para captar en fotografías lo que había bajo la provocadora prenda.
“Tuvo a ‘la Concha’ a sus pies. Nunca lo va a olvidar ese mae”, susurró a su acompañante una mujer entre el público.
57 años han pasado por la piel de la exreina de belleza nacida en la tierra de los Castro, pero aún luce profundos escotes y exhibe unas piernas que habrán puesto a sudar a más de uno cuando pidió una silla para interpretar, a capela, Otra mentira más . Intencionalmente o no, evocó a la más famosa escena de Sharon Stone.
La noche había entrado en suficiente calor. No faltaba mucho para la medianoche. No pidió perdón, no pidió callar, no pidió olvidar. Aquella fue una noche de copas, una noche loca. Pero nadie, nadie, sus labios podrá olvidar.