En medio de altos edificios y del caos vial del sur de la capital, una pequeña casa de puertas blancas y verdes paredes es testigo del legado de la familia Prada, una estirpe que ha visto como cuatro de sus generaciones se han entregado por completo a la construcción de instrumentos musicales.
En sus adentros, la residencia es una fiesta de sensaciones, el olor de la madera se combina con la nostalgia de fotos de legendarios instrumentos, retratos añejos de familiares que ya no comparten el mismo techo con ellos. Ese es el taller de los Prada.
Cuenta Martín Prada, quien actualmente es el mayor de este linaje, que el primero en dedicarse a este arte fue su abuelo Jesús Prada, un español que llegó a Costa Rica siendo un niño que al cabo del tiempo terminó creciendo aquí.
De forma autodidacta, el abuelo se instruyó en la construcción de instrumentos, específicamente violines y mandolinas.
“Él comenzó a estudiar la guitarra, posteriormente alcanzó un nivel profesional. Al ver la necesidad de que conforme los instrumentos que venían de Europa, se iban a deteriorando, comenzó a tratar de restaurarlos y vio que pudo hacerlo”, contó don Martín, quien añadió que una de las habilidades de su abuelo era la talla de la madera.
Don Jesús Prada murió a los 47 años, su nieto no lo conoció personalmente, pero sí heredó su talento gracias a que el hijo de Jesús, Manuel Prada, decidió continuar la tradición de los lutieres. Fue él quien le enseñó a Martín los secretos de este arte.
Juntos además enfrentaron un importante desafío profesional, pues con la revolución musical de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), en la década de los 70, ambos se convirtieron en lutieres de referencia para los músicos de la agrupación.
“Mi tío era un hombre muy correcto, muy conservador. Recuerdo que él vivía en San Rafael de Desamparados y todos los días venía aquí ( a la casa de los Prada) con su vestido entero, se cambiaba, se ponía su pantalón y su camisa caqui. Conversaba muy poco y trabajábamos todo el día en silencio”, cuenta don Martín.
El sobrino acaba su descripción destacando los grandes valores y principios que lo caracterizaban.
“Él no era un profesor, era un formador y así fue como aprendí yo. Me enseñó que tanto en el trabajo, como en la forma de conducirse en la vida, siempre había que buscar la excelencia”, aseguró.
Al preguntarle sobre uno de los principales consejos que recuerda de don Manuel dice: “Aprendí a corregir lo que había que corregir, aunque el cliente no viera algo que había que arreglar al instrumento– porque quizá estaba dentro de él–. En mis 40 años, mi actitud siempre ha sido garantizar el trabajo, si tengo que repetir algo, lo haré”.
¿Entonces, usted es un perfeccionista?.
Lo piensa y aclara de inmediato: “No. Se trata de excelencia. No me gusta ser perfeccionista, porque el perfeccionismo nos lleva a esa vanidad, a ese orgullo negativo, donde lo que hacemos es glorificarnos a nosotros mismos”.
Sumado a la herencia de conocimientos familiares, don Martín complementó su formación con estudios en Cremona, Italia, un referente de este arte a nivel mundial.
Ahí tuvo la oportunidad de especializarse en la construcción de violines y arcos.
En esa localidad tuvo también la oportunidad de trabajar con maestros como Ricardo Bergonsi y Giovanni Lucchi.
A Martín Prada, de mirada profunda y una espesa barba, le tocó años después asumir el papel de maestro. Lo hizo con su hijo Francisco Javier, el segundo de sus retoños, quien un día apareció en su taller y lo sorprendió con la noticia de que dejaría su carrera para continuar con la tradición .
Hitos de familia. A lo largo de estos 106 años, los instrumentos Prada han sobrepasado nuestras fronteras llegando a manos de reconocidos instrumentistas.
Registros de la familia reconocen que algunas de sus creaciones se ubican en Honduras, Guatemala, Estados Unidos e Italia entre otros rincones del orbe.
Entre las agrupaciones extranjeras que han utilizado un Prada para sus interpretaciones figura Il Giardino Armonico.
En este ensamble de origen italiano, el violinista y gambista Enrico Onofri usó un instrumento de Martín Prada, construido en Italia en 1986.
También en una de las grabaciones del cuarteto italiano Di Viole Da Gamba, consta que el músico Rodney Prada utiliza una viola construida por Martín Prada, también en 1986.
En Costa Rica, instrumentistas como Alejandra Vargas, Orquídea Guandique, así como los hermanos Ricardo (Editus) y Gerardo Ramírez (OSN), entre muchos otros músicos han sido usuarios de los instrumentos. Ellos destacan la calidad del trabajo de esta familia.
“Yo tengo una viola hecha por Martín Prada, decidí pedirle que me la construyera luego de que escuché a una persona que, aunque no tocaba mucho, tenía un instrumento que tenía un gran sonido. Yo había pensado comprar mi viola en Internet, pero cuando escuché un instrumento con esa capacidad, le pedí que me la hiciera”, aseguró Ricardo Ramírez.
Otros, además de la calidad del instrumento, tienen vínculos sentimentales con ellos.
“Mi violín Prada es mi posesión más preciada. Es un instrumento hermoso por el tipo de madera con que está confeccionado, tiene un sonido dulce, pero contundente. Llegó a mis manos cuando cumplí 15 años, el mejor regalo de mi vida. Como tiene más de 100 años de tallado, debería ser como mi abuelo, pero en realidad yo lo veo como un hijo al que cuido con cariño”, manifestó Alejandra Vargas, quien ha tocado con agrupaciones como la Orquesta Sinfónica Juvenil y la Orquesta Filarmónica.
Los Prada saben que su oficio no desaparecerá, por eso ahora no solo trabajan en la conservación del oficio, sino que sueñan con perpetuar sus memorias en un libro y hasta desarrollar una exhibición que compile la historia de su familia. Para los dos proyectos sobra material y sobran historias.