Life in Color da pie a una serie de combinaciones curiosas. Se mezclan los colores de pintura en los cuerpos y ropa, se mezcla el sudor con la lluvia y se mezclan también las personas para crear una sola masa que salta y baila como si no hubiese un mañana.
La cuarta edición del festival en el país fue una demostración de los ambiciosos espectáculos que están logrando concretar los productores locales, pero también una cátedra de resiliencia por parte del público. Durante siete horas miles saltaron y cantaron en El Tajo del Parque Diversiones bajo la lluvia como si nada.
Expertos en mezclas musicales como los nacionales Disto, Tocuma y Jürguen Dörsam, así como los extranjeros Ale Q, Robin Schulz y Nicky Romero se encargaron de que ese público no tuviera descanso y que se fuera a casa con una experiencia inolvidable, un remix eterno de emociones, ideas y recuerdos.
Descargas coloridas
A las 7:15 p.m., el experimentado Dj guatemalteco Ale Q tenía cientos de personas bailando en frente y listas para una descarga de pintura. Varios personajes disfrazados y el animador tomaron mangueras en sus manos y rociaron pigmentos verdes y rosados sobre un público extasiado.
La cantidad de lluvia que caía en ese momento hacía del gesto algo casi inútil, pero, para muchos, ese fue el inicio oficial de la fiesta, el momento en que Life in Color dejó de ser una marca en el calendario y se volvió una realidad. 15 minutos más tarde eran miles los que estaban bailando bajo la lluvia.
“¿Están listos Costa Rica?”, preguntó Ale Q al micrófono. El Dj mantuvo al público moviéndose con EDM (electrónica pop) y tuvo uno de sus puntos altos cuando puso Don't Let Me Down de The Chainsmokers. Ale Q se paró en la mesa de Dj y bailó como si fuera uno más del público.
En la zona VIP, la fiesta se vivía con igual intensidad, pero con menos agua de por medio. La gente se paraba en el balcón a cantar, bailar y tomar fotografías. La sola presencia de una cámara causaba que todas las personas alrededor gritaran de emoción, posaran e hicieran movimientos de baile exagerados.
Organización
Life in Color es lo más parecido a un festival de música electrónica del primer mundo que tiene Costa Rica, con todo lo bueno y lo malo que eso implica. El escenario gigante y las pantallas deslumbraban, al igual que todas las instalaciones del lugar.
Los techos no faltaron (en la zona vip, el food court y algunos puestos de marcas), pero las filas en las comidas, en la entrada y el parqueo cansaron a más de uno. También estaba la actitud pedante de los que, armados con botellas de pintura se encargaban de pringar a los demás, pero eso pasa en todo lado (por supuesto, hay que salir del festival con una o dos manchas de pintura encima).
Hay que volver a decirlo: ni la lluvia torrencial, ni la pintura, ni los gestos de los desconsiderados cansaron al público de Life in Color.
Fiesta musical
En lo musical también hay que celebrar las decisiones de la organización. A eso de las 8 p.m. apareció Disto en el escenario. En los últimos 12 meses Disto ha mezclado en Los Ángeles, Las Vegas y la India; por eso, el público estaba ansioso por su presentación.
Johnny Rodríguez fue el Dj con menos miedo de salirse del guion durante la noche. Empezó su set con Duel of the Fates, uno de los temas de la banda sonora de Star Wars, y luego puso varios remixes de dubstep (Bad Man de Skrillex, entre ellos).
Del dubstep pasó al trap y de ahí al house, al moombahton y luego al reguetón. Cuando el público oyó las primeras notas de Gasolina, de Daddy Yankee, la euforia fue colectiva. Frente al escenario, un joven usaba un selfie stick para sostener una bandera de Costa Rica y una cámara GoPro que captaba el clímax.
Disto supo que se había ganado al público con la variedad y el cierre fue una mezcolanza de lujo. Puso un remix EDM de Rude a Sweet Dreams de Eurythmics, luego a Bad and Boujee de Migos y hasta su propio remix de Heathens de Twenty One Pilots.
Un Dj menos experimentado se habría tropezado entre tantos cambios de ritmo, pero Disto no estaba tenso: bailaba, animaba con el micrófono y también se puso de pie en la mesa del Dj. En 45 minutos hizo lo que solo hacen los más grandes: hacer ver fácil lo que cuesta años de trabajo.
El cierre fue también de lujo. El alemán Robin Schulz se presentó a las 9 p.m. acompañado de otra buena descarga de pintura desde el escenario. Schulz mezcló house y techno, dos géneros menos cantables y con piezas menos reconocibles, pero no por ello bajó la energía.
El alemán dedicó pocas palabras al público pero nadie se resintió: miles bailaron frente a él y le dedicaron gritos de “eeeeh, ooooh”, como los que suenan en un cypher de hip-hop. La misma fuerza tuvo la presentación de Nicky Romero, mucho más enfocada en EDM.
En el EDM, las canciones están hechas para tener un segmento “calmado” que augura que una canción va a explotar y, de pronto, cuando lo hace, el público enloquece. Una y otra vez repitió la fórmula sin que eso mermara las fuerzas del público. Todos sabían que era la última oportunidad para crear recuerdos.
De la mano de Nicky Romero se escuchó música electrónica hasta pasada la medianoche. Fue el cierre intenso que el festival merecía, el clímax que solo Life in Color podía ofrecer.