H asta hace 15 años, por la música se pagaba (y era cara). Si uno se enamoraba de un tema de Britney Spears o de Smashing Pumpkins, debía ir a una tienda de discos y gastar unos $13 en promedio para comprar el álbum completo. En el 2014, eso es historia antigua. Como bien sabemos, nos gusta que nuestra música sea gratis y la industria lo resiente.
Este año, dos lanzamientos remecieron el alicaído mercado musical. Uno fue un fracaso y el otro, un éxito (a su modo). U2 , aliada con Apple, hundió su disco Songs of Innocence en el olvido inmediato, tras regalarlo a 500 millones de usuarios de iTunes que no lo solicitaron .
Thom Yorke, líder de Radiohead, refrescó la imagen de BitTorrent , una plataforma asociada popularmente con la piratería, al publicar un bundle (paquete) que ha sido descargado 4,4 millones de veces. ¿Su título? Adecuadamente, Tomorrow’s Modern Boxes (Las cajas modernas del mañana).
¿Por qué deberíamos fijarnos en estos lanzamientos? Porque hoy, como nunca, la industria discográfica se encuentra en una encrucijada definitiva.
Este iba a ser el primer año, desde 1976, cuando ningún disco publicado en el periodo ganara disco de platino Estados Unidos –es decir, que vendiera un millón de copias–. En 1998 o en el 2001, múltiples artistas populares lo conseguían con relativa facilidad. Fue hasta noviembre, cuando Taylor Swift lanzó 1989 , que se pudo hablar de esa cifra en ventas.
En los años 90, algunos de los artistas más populares (Mariah Carey, Alanis Morrisette, Celine Dion...) vendían cada vez más millones de copias. Varios discos de la década superaron los 20 millones de ejemplares. Este año, ni los álbumes de Lorde ni de Beyoncé (de fines del 2013) superaron 800.000 ventas, lo cual no parece indicar que sean menos populares que aquellas divas.
De hecho, 1999 fue el pico de ganancias para la industria: $38.000 millones en el mundo. Pudo haber sido un pico artificial: morían el casete y el vinilo y millones de fans volvieron a comprar sus álbumes en CD, lo cual elevó las ganancias de la industria. Un fenómeno similar (aunque no en volumen de ventas) ocurre hoy con el retorno del vinilo como producto de lujo. El formato ha aumentado sus ventas en más de 49%con respecto al 2013, hasta alcanzar 8 millones de despachos en Norteamérica.
En el 2013, la ganancia de la industria musical rondó los $15.000 millones; de ellos, $5,9 mil millones correspondieron a ventas digitales. Las ventas de formatos físicos siguen representando poco más de la mitad de las ganancias (51,5%).
1999 también fue el año de Napster, servicio que permitió, por poco tiempo, que los melómanos compartieran archivos de ordenador a ordenador. Atrajo a 70 millones de usuarios y la ira de la industria del disco.
Aunque las corporaciones discográficas acabaron con la empresa, no murió la “cultura de lo gratuito”. La abundancia de la piratería, las tiendas digitales (con iTunes a la cabeza), y el streaming gratuito y pagado de música han provocado una presión por innovar sobre los artistas. Todos requieren seguir dándose a conocer, aunque el sistema para lograrlo se transforma.
Trent Reznor (Nine Inch Nails) ha luchado contra las discográficas, pero se alió con Apple y Beats Music para apoyar el streaming . También Moby ha lanzado proyectos en formato de torrent . Radiohead lanzó In Rainbows directamente, sin intermediarios, en el 2007. La apuesta fue: “ Paguen lo que deseen ”.
La banda británica y Beyoncé, entre otros, se han saltado incluso el proceso del mercadeo, lanzando sus discos sin aviso y en formato digital. Con su fama, es obvio que los medios les darán cobertura, con lo cual deja de parecer tan relevante el mercadeo de una discográfica. La mayoría de bandas, incluidas algunas populares, no puede darse ese lujo.
La consigna es matar al intermediario: el artista quiere llegar directamente a su público. El poder de estas industrias era el control de la cadena de distribución: si las compañías no llevaban el disco a las tiendas, nadie podía comprarlos. Hoy, los artistas recurren a plataformas como Bandcamp, donde suben álbumes y sencillos en formato digital y la paga al artista es casi directa.
En 89Decibeles.com, Manfred Vargas estima que la industria, como la conocemos, podría no tener solución, y que los músicos volverán a depender de conciertos y mecenazgos. Es posible, explica , que “la era de la música como objeto tangible y mercantilizado (...) simplemente fue un accidente histórico que respondió a ciertas condiciones económicas y tecnológicas”.
Sin embargo, incluso servicios como YouTube Music Key , Google Play Music , Pandora y Spotify han sido criticados ampliamente por la escasa remuneración para los artistas (un máximo de $0.0084, menos de ¢5, por reproducción en Spotify).
La sonora disputa entre Taylor Swift y Spotify, cuando la diva retiró su música del servicio , apunta a una sencilla idea: al hacer imposible llegar a su música por streaming , forzó a 1,28 millones de fans a comprar el álbum digital y físico. A la fecha, Swift es una de las tres merecedoras de un disco de platino por un disco lanzado en el 2014, junto con Ariana Grande y la estrella country Jason Aldean. El año pasado fueron diez. Aldean, por cierto, retiró su álbum de Spotify. “Quiero que se les pague justamente a los involucrados en hacer mi música”, dijo.
Ante tal debate, sabemos que el futuro está allá afuera; por el momento, no le creamos a quien nos diga que ya lo encontró.