La obra de Beethoven se caracteriza, entre muchas otras cosas, por contener casi siempre grandes disparidades. En el caso de la Obertura Coroliano , la contradicción se manifiesta entre los motivos trágico-dramáticos del inicio y el lirismo melódico de la segunda sección, así como en un sinnúmero de cambios abruptos de carácter e intensidad.
Como en ocasiones anteriores, Carl St. Clair demostró este viernes que es un experto en sacar provecho de la dinámica, las posiciones encontradas y el color, pero no así del detalle, en lo cual notamos que la Sinfónica no logra dar ese paso adelante para alcanzar el nivel de acabado que tanto se valora en la música del genio de Bonn.
Solistas. Precisión y dominio total de la partitura caracterizaron la interpretación del Concierto triple por parte del experimentado Trío Eroica. Sin embargo, un vibrato demasiado intenso y poco expresivo por parte de la violonchelista Sara Sant’ Ambrogio me pareció más apropiado para la interpretación del Oblivion , de Astor Piazzolla en el bis, que para el estilo beethoveniano, al que tampoco favoreció el excesivo uso de glissandi . En general, hubiera deseado además que la sonoridad del violín y el chelo se mezclaran de manera más armónica.
Segunda parte. Al lado del formidable aparato orquestal y las magníficas proporciones empleados por Respighi en Los pinos de Roma , la Gran fantasía sinfónica se reveló modesta en términos de orquestación y estructura formal. Sin embargo, esta composición de Julio Fonseca de 1937 tiene sus méritos de originalidad en cómo se engarzan una decena de piezas tradicionales costarricenses, que van desde el Himno Nacional hasta De la caña se hace el guaro .
La versión de St. Clair, una de las mejores que he escuchado, rescató muchas de las virtudes de esta música, especialmente al destacar la presencia de fragmentos de algunas melodías que sirven de acompañamiento a otras o de motivos que cambian de carácter en los momentos de transición.
Me encantó el contraste logrado entre la naturaleza melódica de las canciones, los ritmos de las danzas y el entusiasmo guerrero de himnos y marchas. Lo cual es quizá el trasfondo general de esta música, que pretende transmitir una imagen del costarricense pacífico y trabajador ( Caña dulce ) que sin embargo es capaz de manifestar arrojo y determinación ( Himno a Juan Santamaría y Marcha de Santa Rosa ) Todo esto muy en línea con el concepto de identidad costarricense fraguado desde finales del siglo XIX y que, en alguna medida, ha perdurado hasta nuestros días.
Igualmente interesante es el uso del Punto guanacasteco asociado al Himno Nacional como concepto dual que unifica la partitura, lo cual manifiesta el deseo de otorgarle una posición de centralidad a la cultura guanacasteca, otro componente del imaginario identitario de la Costa Rica de la primera mitad del siglo XX.
Música de contrastes también, en Los pinos de Roma , St. Clair se mostró muy a gusto coloreando las escenas que la componen: luz y brillo para la algarabía inicial de niños jugando en un parque, sombras en los ecos de cantos gregorianos en la profundidad de las catacumbas, reflejos plateados de la luna en los solos del clarinete y el violonchelo del movimiento central y finalmente todo el colorido y majestuosidad de los instrumentos de metal de la orquesta en un gran desfile en la Vía Apia.
Siempre favorita, la música de Respighi obtuvo una sonora ovación por parte del público asistente, que escasamente superó los dos tercios del aforo del Teatro Nacional. Estoy seguro de que, en 1940, Hugo Mariani tuvo una mejor convocatoria en el primer concierto de la Sinfónica Nacional.
Tan magra asistencia en un aniversario de tanta relevancia debería finalmente hacer saltar todas las alarmas en la Sinfónica, el Teatro Nacional y el Ministerio de Cultura, si es que estas existen.