Sin lugar a dudas, la participación de Irwin Hoffman en el segundo concierto de temporada ha demostrado de lo que es capaz la Orquesta Sinfónica Nacional cuando tiene al frente un director de alto nivel, que sabe trabajar y quiere dedicar el esfuerzo necesario a una minuciosa preparación de las obras.
Desde el inicio de la Suite Pélleas y Mélisande, de Gabriel Fauré, la orquesta exhibió un delicado balance entre las secciones dominado por una sonoridad cálida y expresiva, que hace tiempo no le escuchábamos a la cuerda.
En los movimientos sucesivos, las sorpresas siguieron apareciendo: exquisito solo de oboe sobre filigrana precisa de los primeros violines en la Hilandera , sugerente sonoridad de la flauta y el arpa en la Siciliana e impecable intensidad expresiva de los vientos en el final.
Alguien podría creer, sin cuestionárselo demasiado, que la música más difícil de interpretar es la más rápida, densa y ruidosa del repertorio. No obstante, piezas delicadas y transpartes como la de Fauré son las que revelan si una orquesta sinfónica logra su cometido de unir en perfecta concordancia la multiplicidad de ideas musicales que la componen.
Con la Sinfonía Clásica de Prokofiev el reto es aún mayor porque, además de claridad formal y pulcritud interpretativa, la obra exige un alto grado de virtuosismo en especial de los primeros violines, a quienes el compositor asigna pasajes muy agudos y extremadamente ágiles, en los cuales el director obtuvo un brillante desempeño de nuestros músicos.
Más que una sinfonía clásica esta obra es una parodia del clasicismo vienés a partir de las ideas musicales de inicios del siglo XX y muy especialmente de las el propio Prokófiev.
Gran distancia entre los timbres agudos y los más graves de la orquesta, enormes saltos melódicos, repeticiones insistentes y sobre todo el uso del registro agudo en los primeros violines –impensable en el siglo XVIII– son algunos de los recursos que emplea Prokófiev para hacernos comprender que estamos ante una obra original suya llena de gracia y buen gusto. Así mismo, el carácter jovial, algo estereotipado de la pieza, se consigue a partir del uso exagerado del modo mayor, lo cual llega al extremo en el cuarto movimiento en donde no aparece ni un solo acorde menor.
En la segunda parte del programa Hoffman abordó con notable éxito otra partitura de dificultad mayúscula, la Sinfonía Fantástica op. 14 de Hector Berlioz. No deja de asombrar como este director, quien realizó una magnífica labor frente a nuestra orquesta en los años noventa, logra obtener un formidable compromiso entre la precisión técnica de cada pasaje y un amplio e intenso fraseo en el que cada músico participa dando lo mejor de sí.
En el concierto del viernes pasado, desde la introducción hasta el tenebroso final de la obra, pasando por las sutilezas del Baile y la Escena Campestre , así como por la estremecedora Marcha al cadalso , la tensión dramática de la obra no cedió ni un instante pero tampoco mermó la calidad interpretativa: entonación justa de cornos, trompetas y trombones, hermosos solos del corno inglés y el oboe y sobre todo una sonoridad intachable de las cinco secciones de la cuerda.
En conclusión, solo resta decir que es un deber ineludible de la Administración y la Junta Directiva de la Sinfónica Nacional echar para su saco y tomar como modelo lo que nuestra orquesta puede lograr con un trabajo como el de Irwin Hoffman a la hora tomar decisiones sobre quiénes ocuparán el podio en el futuro cercano.
II CONCIERTO DE TEMPORADA
Director: Irwin Hoffman, director emérito
Repertorio: Obras de Fauré, Prokofiev y Berlioz
Espacio: Teatro Nacional
Función: Viernes 7 de abril, 8 p. m. El concierto repite el domingo 9, a las 10:30 a. m.