Tal vez la peor tragedia que tuvo que afrontar el compositor Gustav Mahler le sobrevino después de su propia muerte, con la obsesión generalizada por tratar de encontrar en sus composiciones, huellas tangibles de las no pocas angustias y decepciones que sufrió en vida.
Lugares comunes y forzadas analogías constituyen la base de una especie de psicoanálisis de partituras, que ignora el hecho más importante, el cual es que la música del compositor es fundamentalmente música, y debe de ser entendida como tal, antes de proponer cualquier otra interpretación.
Explicaciones. Es por estas razones que debemos alabar el esfuerzo del maestro Carl St. Clair, por tratar de explicar a Mahler a partir de conceptos musicales y de la íntima relación que guardan sus sinfonías con las bellísimas canciones ( Lieder ) que compuso durante toda su vida.
No obstante, es una pena que ese propósito se viera afectado por la manera en como se organizó la primera parte del programa del último concierto de la Sinfónica Nacional, la cual se alargó demasiado y en la que tuvimos de todo, como en una velada escolar.
Después de un discursillo del administrador de la orquesta, hubo comentarios a dos voces en mesitas y sillas de bar –al estilo de stand-up comedy –, la audición en inglés de una entrevista a la hija del compositor y, al finalizar, la proyección de fotografías de la vida de don Beto Cañas.
Sin embargo, a pesar de esa profusión de recursos, el público no contó con lo que, sin duda, era lo más importante para comprender las explicaciones de St. Clair, una traducción del texto de los tres Rückert Lieder , que ejecutaron Guido Le Bron y la pianista Scarlett Brebion.
Interpretación. Incorporar la 9.ª Sinfonía de Mahler al repertorio de nuestra orquesta es también un intento encomiable, el cual, lamentablemente, no dio aún los frutos deseados.
Las secciones de la orquesta se mostraron desarticuladas y gravemente inseguras en los pasajes complicados, que sonaron desafinados y turbios. Con tristeza, debo decir que, en este primer intento, la Sinfónica no clasificó para ese campeonato mundial llamado 9.ª. Sinfonía de Mahler.
Una de las grandes dificultades de esta obra consiste en que el autor, en sus etapas de madurez creativa, era muy prolífico en el uso del contrapunto.
Por esta razón, sus composiciones pueden sonar terriblemente densas si la abundante superposición de motivos, o la rápida secuencia en la que estos se producen, no se interpreta con la pulcritud debida.
Por otro lado, el aporte de numerosos refuerzos en la cuerda, que llenaron completamente el escenario del Teatro Nacional, no contribuyó en nada a ampliar la sonoridad de esas secciones, que en cambio se escucharon mucho más desentonadas que de costumbre.
Tampoco en los movimientos internos de la Sinfonía se logró la gracia y humor satírico que los caracteriza, para lo cual la orquesta tendría que haber estado mucho más segura y el director tener más control de los tempos.
Dicen algunos que las butacas del Teatro Nacional son el mejor crítico que hay en el país, ya que traquean cuando el público está incómodo, lo cual era obvio hacia el final del concierto del viernes.
Esto es una gran lástima porque el cansancio, producto de lo larga que se hizo la velada, pudo haber impedido el disfrute de una inspirada interpretación del cuarto movimiento de la composición.
Muy emocionado en los últimos compases, St. Clair transmitió una atmósfera de paz interior y tranquilidad espiritual inigualable.
En ese momento, al menos para mí, cobró total sentido la idea general del programa y del texto final de la poesía de Rückert, a la que el director aludió al final de la primera parte: “He muerto para el mundanal ruido, vivo solo en un lugar tranquilo, en mi amor, en mis canciones”.