El mérito de Richard Clayderman está en las ventas. Por eso debe ser que el montaje de su concierto parece diseñado para el pasillo de un centro comercial.
No se puede negar que el artista francés ha sabido presionar las teclas del éxito interpretando un repertorio repleto de melodías conmovedoras, nostálgicas y, a fin de cuentas, infalibles. Con esa fórmula (y todavía con Balada para Adelina como caballo de batalla) le ha dado la vuelta al mundo en más de 80 ocasiones (según su currículo) y ha vendido más de 150 millones de discos (según Guinness Records).
Sin embargo, Clayderman es arte kitsch , a ratos paródico y entonces hasta irónico. No calzan sus números tan rimbombantes y la calidad de su recital. Podrán ser hermosas las piezas que toca pero más allá de eso el francés queda debiendo en cada apartado. Su espectáculo no puede ser llamado tal.
Es cierto que causan risa sus recurrentes (y necesarios) gags visuales (efecto cómico inesperado), pero destacar eso al hablar de un recital de un pianista es mucho decir. Más allá lo que ofrece el músico es su nombre más que establecido en la industria comercial antes que en la musical, cuyo concierto se respalda en sobremanera en las pistas pregrabadas. Sin ellas quién sabe qué haría. ¿Más gags ?
Del sistema de sonido salieron solos de guitarra eléctrica, infinitas armonías de sintetizadores, acompañamientos de saxofón, arpas, órganos, y baterías electrónicas. A veces le robaban el volumen a la voz cantante del piano de cola; en otras ocasiones era más que evidente el divorcio sonoro entre el instrumento y las pistas, lo que generaba una situación incómoda.
La presencia de ocho músicos nacionales en el escenario era lo único en directo además del piano. Sus arreglos de cuerda aportaban al menos un poco de distracción. De no ser por ellos la atención hubiera tenido que concentrarse en la pantalla donde se pasaban las proyecciones que olían a guardado, o los juegos de video que parecían un descansa pantallas de Windows 95 o una conversación de Skype.
También nos recetaron fotografías del Clayderman de antaño hasta decir basta, vimos murales de flores, corrongos gatitos besándose e imágenes del París de los años 80... todas las secuencias fotográficas parecían sacadas de esa misma década.
Hasta el repertorio se sentía viejo pues no hubo obras ni tributos recientes en su playlist , menos innovación. Lo más nuevo en este concierto es que la caballera del artista ya no se ve tan brillante como en las fotos que lo promocionan. Eso también es una mala noticia.
Si al arte kitsch se le debiera asignar un vocero, este exitoso vendedor de discos atrapado en el tiempo debería dar el paso al frente.