Es indiferente si Fito Páez se presenta acompañado únicamente por su piano de cola, en un ambiente de intimidad, o con una banda robusta cargada de intensidad. Lo que cuenta es que sus obras siempre tienen la capacidad de sintonizar con el público tanto en la nostalgia, la felicidad y hasta en la ilusión de la fantasía.
En su más reciente concierto en Costa Rica, las melodías transitaron en ese vaivén de temas crudos de un rock potente y otros más reposados donde lo único a lo que había que prestar atención era a la delicadeza de las teclas y su canto, siempre directo y lleno de sensibilidad.
Fito es un artista que, en escenario, se presenta sin poses. Sus intervenciones entre un tema y otro no son tan recurrentes, pero cuando arriban, vienen acompañados de historias curiosas.
Son puertas que se abren para llevar a la audiencia a la razón del sentimiento que derivó en una melodía; para transportarla al momento en que se compuso un tema del que el público es capaz de apropiarse al hacer suya la lírica y la vibración.
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Sentimiento. La profundidad de sus temas se ve reforzada por la interpretación, que va más allá de ser convincente. Fito siempre da la sensación de estar dispuesto a dejar el alma en la tarima, cantando desde las entrañas y consiguiendo generar una conexión ineludible con la audiencia.
Su banda, integrada por cuatro músicos talentosísimos, respalda esos sentimientos que van trazándose con cada canción.
La energía inauguró el concierto, sin dar espacio a introducciones o a reflexiones. El enlace con el público fue inmediato y de ahí nada más siguió avanzando por clásicos del repertorio del argentino así como por otros temas que, aunque fueran menos conocidos, salieron victoriosos.
Es raro que eso ocurra, por lo que el mérito en este apartado es grande. Algunas canciones no habituales entre las predilectas de Fito, si bien pudieron haber contado con menor ayuda en los coros del público, cerraban con mayor energía y ahí, entonces, venía la ovación que se convirtió en regla a lo largo del concierto. El orden y la ejecución jugaron a favor del setlist de la noche.
El público se mostró muy bien receptivo, y esto fue evidente desde la participación del cantautor nacional Bernal Villegas, quien, con ocho temas, hizo suyo al Parque Viva, logrando incluso cederle la voz principal a la audiencia en sus piezas más conocidas, como Dime . Su capacidad para encantar solo con la guitarra y la voz impidió que el gigantesco escenario lo hiciera verse diminuto ahí en el centro.
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Hablando de dimensiones, fue interesante que el montaje para Fito no incluyera una sola pantalla. El público de más atrás de repente se quedó sin poder definir con la vista dónde comenzaban las canas del veterano artista o si estaba cantando con o sin lentes, pero sin lugar a dudas eso nunca fue una ruptura para la conexión a la que tanto he hecho referencia acá entre músico y espectadores.
El escenario más bien lució bastante sobrio, con torres y racks de luces que parecían presentarse casi desnudos. Los juegos lumínicos le brindaron mayor dinamismo a la velada y sirvieron para jugar con esa alternancia entre la nostalgia y la emoción.
Para encontrar algún punto negro en el espectáculo habría que rebuscar algo y no hace falta. No hay porqué. Si uno va a un concierto y sale con ganas de escuchar más música, de prestarle más atención a las letras y además de disfrutar todavía más la vida, entonces el balance no es solo positivo, sino también inspirador.
El concierto:
Artista: Fito Páez
Artista invitado: Bernal Villegas
Lugar: Parque Viva
Fecha: 25 de marzo
Productora: Move Concerts