Nadie dudaba que era un macho de buena pasta. Pero…¡Quéee orejas! parecía un taxi con las puertas abiertas; ¿Qué digo!, ¡Un mono!; ¡Peor aún! … aquellos dientes torcidos y separados.
Aunque creyó tener vocación de actor, porque de niño salió de osito Teddy en una obra escolar, su padre lo apartó del teatro porque –según él– era un oficio “para maricones”.
Subió de rodillas la cuesta de la vida y a los 21 años su capital ascendía a la fabulosa suma de 26 centavos de dólar. Había que ser muy cándido para creer que ese muchachote, áspero como una lija, llegaría a ser el arquetipo de todos los galanes, el cínico más deseado por todas las mujeres y el rey de Hollywood: Clark Gable.
Huérfano de madre a los siete meses de nacido; fue criado a las patadas por su padre en los campos petroleros de Oklahoma. Camuflado en un tren de carga huyó de la férula paterna y malvivió con lo que fuera: jaló troncos; vendió corbatas; limpió caballerizas y un día…la suerte le guiñó un ojo.
Uno de sus últimos empleos fue de reparador de teléfonos y en una ocasión arregló el de Josephine Dillon, una agente teatral 17 años mayor que él. Como Teseo, pero con un hilo telefónico, encontró la salida al laberinto de su infortunio.
Dillon decidió invertir dinero en el Patito Feo, que parecía un carro chocado. Le enseñó dicción, pulió su estilo escénico; le arrancó los dientes y le compró una reluciente dentadura postiza; lo conectó con sus amigos y lo mantuvo cuatro años, hasta que el muy chulo la dejó por otra. ¡Así paga el diablo!
Clark era un calavera, las mujeres le importaban un bledo y nada mejor que otra para trepar la gigantesca escalinata hacia las estrellas. Con la tinta del divorcio aún fresca se casó con Rhea Franklin, una encopetada tejana que le llevaba 17 años. El tenía 29.
Por esos días –y aún hoy– cualquier oruga que deseara ser mariposa debía pagar el óbolo de la ignominia. Según David Bret, en el libro Clarke Gable: estrella atormentada , este era un “bisexual reprimido” que sostuvo escarceos eróticos con reputados homosexuales del mundillo del celuloide, en los locos años 20.
Si bien Clark era una mezcla de Gary Cooper, Cary Grant, Gregory Peck y una pizca de George Clooney, las lenguas retorcidas de Hollywood aseguraban que Gable practicó el vicio nefando con Earle Larimore, Rod La Rocque y William Haines, que pagaban por aquel hombrón, de pícara sonrisa y bigotito pintado.
George Cukor –célebre cineasta– sabía del chisme porque era de los mismos y amenazó la honra de aquel paladín de la virilidad. Por eso, apuntó Bret, Gable presionó al productor David Zelnick para que despidiera a Cukor como director de Lo que el viento se llevó y mantener bajo candado su oscuro pasado.
Y como entre broma y broma la verdad se asoma, cuando el actor regresó de su luna de miel con Carole Lombard, esta declaró a la prensa: “Es un gran amante en el cine, pero un desastre en la cama.”
Alma libre
La historia de los galanes cinematográficos la partió por la mitad; después de él todos quisieron copiarlo, y si Gable no hubiera existido Hollywood lo habría inventado. Así lo sintetizó su biógrafo René Jordan.
Como suele ocurrir con la vida de las leyendas, la de Clark es una mezcla inseparable entre la realidad y la que inventaron sus agentes de imagen.
El hombre de las orejas “elefantinas” se abrió paso a este mundo cruel desde el vientre de su madre Adeline Hershelman, el 1 de febrero de 1901. Tras parir semejante niñote la pobre murió y el viudo –un tosco granjero de Ohio– William H. Gable decidió casarse pronto con Jennie Dunlap, una madrastra a la que el niño adoraba.
Como Clark soñaba con ser actor y era duro para las cuestiones académicas, decidió buscar fortuna en todo tipo de empleos.
Probó primero como recadero y hasta viajó con una compañía de saltimbanquis, donde conoció a Franz Dörfler, su primer amor y ángel de la guarda.
Las mujeres siempre fueron peldaños para Clark y de Dörfler subió –literalmente– a Dillon, la “robacunas” que lo “remodeló” y después él pateó. Esos son detalles. Lo cierto es que ella le consiguió un breve papel en Forbidden Paradise , obra clásica del cine mudo dirigida en 1924 por Ernst Lubistch. Representó a un soldado de la guardia de la Zarina Catalina y no salía ni en los créditos.
La ambición y la carrera eran lo único importante para Clark, según declaró Dillon, y por eso buscó a Rhea –una millonaria otoñal– que lo enseñó a vestirse y financió The last mile , pieza teatral que presenció Lionel Barrymore. Impresionado por el plante del novato, decidió llevarlo a una prueba actoral en la Metro Goldwyn Mayer (MGM).
Apenas lo vio Irving Thalberg, uno de los productores exclamó: ¡¡¡Pero mira qué orejas de murciélago tiene¡¡¡. Darryl Zanuck, otro santón del cine, lo “basureó”: “Hermano, sus orejas son demasiado grandes. Nunca serás una estrella.” Por esos años aún imperaba el estereotipo de Rodolfo Valentino, un guapo ambiguo que no se sabía “si iba o venía”; Gable era un macho, “de a de veras”.
Con orejas y todo lo contrataron para El desierto pintado , de 1931, gracias a las influencias de Minna Wallis, una agente artística.
Contra los augurios de los entendidos, ese año filmó 12 películas e impuso su modelo de virilidad; el de un depredador nato de hembras mandonas, devoradoras, hienas insaciables que deseaban ser sometidas por un hombre rudo, falso, irreverente…como Clark Gable.
Así fue como en Alma Libre , le dio tremendo manotazo a Norma Shearer, la dejó despatarrada en una silla y le rebuznó: “No tendrás tratos con nadie, más que conmigo. Eres mía y yo te quiero”. Nunca se había visto nada semejante en la pantalla.
Terenci Moix, en Hollywood Stories , comentó que Gable rompió con los mitos eróticos de los años 30; era un macho dominante, tosco, brutal, que nunca se sometía ni a la belleza ni al encanto de las mujeres. El culmen de este paradigma fue Rhett Butler, en Lo que el viento se llevó ; cinta que lo elevó al panteón galáctico.
Gable obtuvo el Óscar al mejor actor por Sucedió una Noche , recibió otras dos nominaciones más; dejó un legado de casi 80 filmes, y el último Vidas Rebeldes , lo terminó 12 días antes de morir de un infarto cardíaco el 16 de noviembre de 1960.
El rey
Más que actuar, lo que hacía Clark era ser él mismo; por eso siempre mantuvo su don de gentes; jamás fue un fatuo y dicen que regaló a Richard, el hijito de Walter Lang, el Oscar que ganó en 1934.
Gable permeó tanto la cultura popular que Friz Freleng, dibujante de Warner Brothers, vio a Gable comiendo zanahorias y hablando; de ahí se inspiró para crear a Bugs Bunny en esa misma situación. Aún más, Jerry Siegel –el inventor de Superman– llamó a este Clark en honor al actor.
Pero Clark era un caradura; durante la filmación de La llamada de la Selva , en 1935, compartió set con Loretta Young. Como el reparto eran ellos dos y un perro –que no era Clark– este hizo migas con la más mojigata de las actrices de aquellos días.
Al final del rodaje los productores anunciaron que la respetable señorita Young había tenido un “sourmenage”, y marchó a Londres para recuperarse. Nueve meses después regresó y la zafia de Louella Parsons difundió la especie de que Loretta había parido una niña divina…salvo por la enormes orejas.
La bebé fue recluida en un orfanato y dos años después Loretta la adoptó oficialmente. En 1940 –contó Kenneth Anger en Hollywood Babilonia – la actriz se casó con Thomas Lewis y la criatura pasó a llamarse Judy Lewis.
Para proteger su carrera Gable nunca la reconoció y esta, en sus memorias Uncommon Knowledge , contó que a los 15 años el astro la visitó por primera vez sin saber ella nada al respecto; la besó en la frente y se fue para siempre.
Clark y Loretta nunca hablaron del tema y el 25 de noviembre del 2011 ella murió a los 76 años, con una verdad en sus lomos que todo el mundo conocía, pero nadie aceptaba en público.
Además de Dillon y Rhea, Gable estuvo casado con Carole Lombard, a quien amó como un poseído pero esta murió decapitada en un terrible accidente aéreo.
Deprimido por la muerte de Lombard se enlistó en la Fuerza Aérea y encabezó misiones suicidas en la Segunda Guerra Mundial; ganó sendas condecoraciones, alcanzó el aire de un héroe guerrero y esto catapultó otra vez su carrera cinematográfica.
Reincidió maritalmente con Sylvia Ashley y fue un soberano fracaso. En su quinto matrimonio con la modelo Kay Spreckles engendró su primer hijo –John Clark–. Tenía 59 años y estaba ansioso por conocer al retoño tan esperado, pero un infarto lo mató antes. John –ahora de 52 años– fue detenido en abril por conducir ebrio; ya antes su hijo James Clark pasó diez días en la cárcel por apuntar con un láser a un helicóptero policíaco en Los Ángeles.
Solía fumar varias cajetillas diarias de cigarrillos y beber un litro de whisky. Tal vez por eso, dos días después de finalizar Vidas Rebeldes intentó cambiar una llanta de su jeep y sintió un fuerte dolor en el pecho.
Una semana más tarde volvió al silencio, como quiso grabar en su epitafio; aunque hubiera quedado mejor la última frase que pronunció en el cine, cuando le dijo a Marilyn Monroe: “Solo encamínate hacia esa gran estrella. Nos llevará a casa”.