31/8/13. Hotel Herradura, centro de convenciones. Los Chippendales en Costa Rica. foto: eyleen vargas (Credit Eyleen Vargas )
Cumplieron con lo prometido ... y más. Los bailarines de Chippendales ofrecieron erótico ensamble de adrenalina, músculos, coreografías, acrobacias, torsos descubiertos (y algo más), que hizo arder el centro de conferencias del Wyndham Herradura.
Siete seductores hombrones fueron los encargados, el viernes por la noche, de cumplir, al menos en parte, las fantasías de centenares de mujeres que se deleitaron a rabiar con la presentación de la compañía de entretenimiento femenino más famosa y longeva del mundo.
La noche del viernes hubo dos presentaciones, la primera, a las 7 p. m. estuvo a reventar; en la segunda, a las 10 p. m., hubo menos público pero el ambiente empezó a arder por igual desde mucho antes de que comenzara el espectáculo, sobre todo cuando las pantallas colaterales al escenario empezaron a ofrecer “probaditas” de lo que ya se venía.
El bailarín Bryan Cheatham fue el encargado de la bienvenida y, con la canción Tonight de Enrique Iglesias, demostró que aparte de su espectacular físico, también tenía una cadenciosa voz.
Los gritos ensordecedores de la fanaticada femenina se multiplicaron conforme los demás bailarines aparecían, uno a uno, en escena utilizando el tradicional traje de Chippendales: pantalón negro, pecho descubierto, corbatín y muñequeras.
Realmente, la noche prometía... y mucho.
Los muchachos protagonizaron sketches musicales de películas icónicas, desde Negocios riesgosos hasta Hombres de negro , parodiaron al menos 10 escenas temáticas vestidos de marineros, vaqueros, constructores, militares, bomberos, cowboys ... la emoción entre el público crecía hasta el delirio, como si no se supiera que el final era siempre el mismo: accesorios y prendas terminaban en el piso del escenario.
Evidentemente, los Chippendales saben muy bien qué botones activar y cómo hacerlo para despojar a la audiencia de casi cualquier pudor pero, hay que decirlo, lo hacen con el tino perfecto, pues una sutil línea separa el erotismo supremo de cualquier atisbo de vulgaridad.
Ni siquiera cuando los muchachos bajaron del escenario y empezaron a desperdigarse entre todos los rincones del lugar, con sus cuerpos cubiertos con minúsculas prendas, se sintió que alguno de los dos bandos cruzara la línea.
Las damas –de todas las edades, looks y contexturas– se dejaban “apapachar” y se prestaban para bailoteos sensuales pero, al menos hasta lo que vimos, ninguna se propasó en acercarse o toquetear más de la cuenta.
La empatía que despiertan los bailarines va más allá de sus aceitados músculos de acero, pues en todo momento dan la impresión de disfrutar al máximo la interacción, casi tanto como la gozaban las muchas afortunadas que recibieron sus besos, abrazos y contoneos cuerpo a cuerpo.
Dato curioso: a pesar de que entre los siete fantásticos quizá había alguno (s) más guapo (s) que Matt Marshall, fue este quien ya en la mitad del show cosechaba los máximos aplausos y la gritería, quizá porque entre tanta sensualidad era el único de los bailarines que, de forma natural, sonreía siempre, no importa lo que estuviera haciendo sobre el escenario.
De cerca. Unas cuantas asistentes se convirtieron en la envidia de la noche, pues fueron seleccionadas al azar por los mismos muchachos para subir al escenario con ellos y disfrutar de algunos concursos y bailes personalizados.
Una joven, que celebraba su despedida de soltera, tuvo la oportunidad de vestir a uno de los bailarines y otra sacó sus mejores movimientos de baile para dejarlos impresionados. Algunas de ellas fueron las pocas que lograron apreciar las anatomías de los muchachos en toda su dimensión, pues hubo momentos clímax en los que, todos en fila, de espaldas al público, se despojaron totalmente de sus prendas... solo la dama frente a ellos pudo apreciarlos totalmente desnudos durante los pocos segundos que demoraron en apagar las luces.
Cuando se pensaba que nada podría acallar a aquella jauría femenina, el californiano Kevin Cornell y el hawiano Matt, se ubicaron en los extremos del escenario y cada uno se fue desnudando hasta quedar, Kevin en una cama, cubierto solo con una sedosa sábana, mientras se contoneaba frenéticamente, y su compañero hacía lo mismo en un sofá. Aquel fue uno de los momentos clímax, no por los gritos, sino por el silencio y las respiraciones contenidas que se percibían entre las fans, quienes por lo visto y vivido quedaron literalmente sin habla ante aquella explosión de erotismo que, con la imaginación como cómplice, satisfizo las fantasías colectivas.
Por algo será que al final, entre todas las emociones desbordadas, lo que se percibía entre la mayoría era una suerte de estupor ante semejante espectáculo.