A finales de 1950, el gobierno de Costa Rica solicitó el establecimiento de una misión de asistencia técnica de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura (UNESCO). Acogida esa petición, un grupo de especialistas internacionales llegó al país en octubre de 1951. Algunas de estas personas terminaron su trabajo en septiembre de 1952 y fueron sustituidas por nuevos expertos; entre los reemplazos, figuraba el destacado reformador educativo estadounidense Marvin S. Pittman (1882-1954), quien fue designado jefe de la misión.
Pittman había sido presidente de Georgia Southern University (GSU) entre 1934 y 1941, y entre 1943 y 1947. Según estudios de Patrick Novotny y Pamela Frost Altman, Pittman había iniciado su carrera como un maestro de escuela en Louisiana en 1906. Posteriormente se doctoró en Columbia University en 1921 y se dedicó al estudio de la educación rural estadounidense, campo en el que publicó varios libros importantes.
Durante su gestión como presidente de GSU, Pittman se preocupó porque los estudiantes –en particular los de las carreras de educación– combinasen los conocimientos específicos de su futura profesión con el análisis de las condiciones económicas y sociales de Georgia, sobre todo las de las áreas rurales.
Debido en parte a esas iniciativas, Pittman fue acusado ya en 1940 por el gobernador de Georgia, Eugene Talmadge, de promover la igualdad racial y el comunismo.
Datos nuevos. En Costa Rica, Pittman quedó a cargo de analizar los problemas de la educación secundaria, tarea en la que contó con la estratégica colaboración del educador y poeta Isaac Felipe Azofeifa.
Con el fin de obtener datos nuevos para promover el debate sobre la secundaria, Pittman condujo en 1953 una investigación piloto en el Liceo de Heredia, que luego fue extendida a catorce colegios públicos. En este proceso participaron 457 docentes y 6.184 estudiantes (2.823 varones y 3.361 mujeres). Los jóvenes encuestados representaron el 74,1% de toda la matrícula inicial de secundaria en el año referido.
Acerca de los resultados de sus investigaciones, Pittman elaboró un amplio informe, que fue publicado en 1954. Poco conocido, tal documento raramente ha sido utilizado por los estudiosos de la historia de la educación costarricense.
Entre otros problemas, Pittman señaló que el plan de estudios de secundaria era muy rígido, que predominaba la enseñanza de tipo memorístico y que los alumnos dedicaban la mayor parte de su tiempo a tomar apuntes más que a realizar actividades.
Además, Pittman destacó que no existía ningún programa para asesorar a los jóvenes “a fin de ayudarlos en sus problemas personales y vocacionales”.
Padres y madres. De acuerdo con los resultados de la encuesta que abarcó los 14 colegios públicos existentes en esa época, la mayoría de los padres de los alumnos eran comerciantes (31,2%) y agricultores (23,6%). Los sectores profesionales (1,4%) y los nuevos empresarios industriales (3,4%) tenían una participación muy baja, un indicador de que la mayoría de sus hijos e hijas probablemente estudiaban en colegios privados. En 1953, de cada diez alumnos de secundaria, tres estaban matriculados en el sector particular.
Uno de los datos más interesantes aportados por la encuesta es que el 22,6% de los padres se desempeñaban como artesanos, trabajadores calificados y obreros. El 17,8% restante estaba compuesto por quienes laboraban como empleados públicos, dependientes de comercio, tenedores de libros y maestros.
En relación con las madres, el 84,6% se declararon amas de casa, el 8,9% trabajaban como maestras y el resto laboraban como empleadas públicas, enfermeras y servidoras domésticas.
De esta manera, pese a que en la composición del estudiantado predominaban quienes provenían de sectores medios y acomodados urbanos, para inicios de la década de 1950 estaba en curso un proceso de democratización, caracterizado por la creciente presencia de jóvenes de extracción popular y de áreas rurales.
De acuerdo con lo que expresó Isaac Felipe Azofeifa en 1951, la secundaria, que “empezó siendo una institución de clase en su nacimiento, ha llegado a ser hoy, con el desarrollo de la democracia, la continuación natural de la educación primaria […]. Llegan a los colegios jóvenes de los más diversos medios económicos y sociales, traen consigo diferentes bases culturales, y, lo que es decisivo para darle nuevo carácter al Colegio, los más diversos intereses, aspiraciones, capacidades y vocaciones”.
Aspiraciones. A la pregunta de cuál fue el motivo principal por el que ingresaron en el colegio, los estudiantes respondieron “para obtener un diploma” (52,8%), “para satisfacer a sus padres” (28,2%) y “para ganar más” dinero (19%).
De acuerdo con esos datos, padres e hijos establecían ya una clara relación entre el estudio, el ascenso social y el nivel de ingreso. De hecho, como lo indicó Pittman, “las investigaciones revelaron que un alto porcentaje de los estudiantes espera, después de completar la […] secundaria, entrar a la Universidad”.
La expectativa de seguir una carrera universitaria se manifestó con toda su fuerza en las respuestas dadas a las preguntas sobre su futuro ocupacional. El 62,2% de los varones indicó que aspiraban a ser profesionales (médicos, ingenieros, abogados, farmacéuticos, agrónomos y dentistas).
En contraste, otras opciones laborales basadas en el estudio tenían un atractivo menor: maestros (11,2%), trabajadores con una formación técnica (8,4%), aviadores (7%) y tenedores de libros (3%). El porcentaje restante se distribuyó entre quienes planeaban convertirse en comerciantes, agricultores, empleados públicos y periodistas.
En el caso de las mujeres, 40% planeaban laborar como maestras, 21,2% como profesionales, 15,1% como mecanógrafas y secretarias, 6,6% como enfermeras, 6% como costureras y 4,5% como tenedoras de libros. Apenas 3,4% consideraban desempeñarse como amas de casa, mientras que el resto correspondía a jóvenes que aspiraban a ser periodistas, actrices, aviadoras, monjas y músicas.
Rupturas. Los datos anteriores revelan dos profundas y decisivas rupturas. La primera, de carácter ocupacional, se manifestó en que, a diferencia de sus padres y madres, tanto varones como mujeres se identificaban con una inserción laboral que se alejaba decididamente de los trabajos en la agricultura y el comercio, y de los quehaceres domésticos.
De igual importancia fue la brecha que se abrió en términos de los valores tradicionales. La mayoría de las jóvenes manifestó interés por ocupaciones consideradas femeninas, como la enseñanza, la enfermería y los trabajos de oficina, pero quienes declararon que solo querían ser amas de casa fueron la excepción.
Además, la quinta parte de las jóvenes indicó que estaban dispuestas a competir con los varones en el mercado profesional como farmacéuticas, médicas, abogadas y dentistas. Por si esto fuera poco, algunas aspiraban también a ser periodistas, aviadoras y actrices.
Llama la atención que proporciones considerables de varones y mujeres aspirasen a ejercer la medicina –carrera que aún no se impartía en el país– y que, aunque en un porcentaje menor, manifestaran su deseo de ser periodistas, una ocupación todavía no profesionalizada.
Dada la expansión de la aviación comercial después de 1950 y la repercusión que tuvo el Teatro Universitario en esa misma época, poco sorprende que estudiantes de ambos sexos soñaran con ser aviadores y que algunas jóvenes consideraran dedicarse a la actuación.
Conocer acerca de esos sueños estudiantiles es posible hoy gracias a la iniciativa pionera de Pittman, quien falleció poco antes de que su valioso informe fuera publicado.
El autor es historiador y miembro del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (CIICLA) de la UCR. El presente artículo sintetiza aspectos de un libro en preparación sobre la educación costarricense.