Antes de hacerse mundialmente famoso como escritor, Umberto Eco era muy conocido en el ámbito académico por sus aportes originales en el desarrollo de la investigación estructuralista y semiótica. En Italia, era, además, respetado por la labor que llevó a cabo en la Universidad de Boloña: desde la década de 1970 y hasta hace poco, fundó en esta institución varias carreras y escuelas nuevas.
Era un profesor altamente comprometido con su trabajo académico, al cual vinculó inextricablemente sus publicaciones y la defensa de sus principios epistemológicos y políticos. De ese compromiso nació, por ejemplo, Cómo hacer una tesis , libro indispensable de muchos graduandos de todo el mundo y escrito a partir de sus propias vivencias de profesor y guía de trabajos de graduación.
Cuatro caminos
En el amplio mapa que trazan sus muchos libros, se podrían establecer cuatro coordenadas: la estética, la semiótica, la teoría de la literatura y la cultura de los medios masivos. En todos estos campos, sus contribuciones teóricas son ampliamente reconocidas.
Desde el inicio, la semiótica se propuso como una ciencia de los signos y la significación, y como tal podía plantearse el estudio no solo de las bellas artes y la letras clásicas, sino también temas y objetos propios de la vida cotidiana y la cultura de masas –las señales de tránsito, la moda, las historietas–. De esta tendencia surgieron en la bibliografía de Eco un estudio sobre James Bond, sobre la literatura kitsch , el mito de Supermán, la televisión, algunos de los cuales están en su libro Apocalípticos e integrados (1964), en el cual plantea dos posibles actitudes ante la cultura masiva contemporánea: la posición apocalíptica y la posición integrada.
Todo es texto
¿Por qué se introdujeron temas tan lejanos a las “bellas letras” en las viejas y tradicionales universidades europeas? En parte porque desde la perspectiva semiótica “todo es un texto”; es decir, todo se puede utilizar como signo de otra cosa; por lo tanto, significa.
En el Tratado de semiótica general se define la semiótica como “la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para mentir. Si una cosa no puede usarse para mentir, en ese caso tampoco puede usarse para decir la verdad; en realidad, no puede usarse para decir nada”.
En sus varios trabajos de formalización de una teoría general de la significación, Eco deslindó nociones claves; por ejemplo, la distinción entre aquello a lo cual se refiere un signo –su referente–, la significación y los objetos de la “realidad”. Un signo significa, explica Eco, independientemente de que sea verdadero o falso; o sea, que corresponda o no a la realidad. El funcionamiento semiótico de un sistema de signos, un texto, un discurso, etc., no depende de que corresponda al estado de cosas real pues puede corresponder a una falsedad y no por eso deja de significar, de producir sentido. “Por lo tanto, cada vez que se manifiesta una posibilidad de mentir estamos en presencia de una función sígnica. Función sígnica significa posibilidad de significar (y, por tanto, de comunicar) algo a lo que no corresponde ningún estado real de hechos”, detalla.
Esta distinción básica sirve como fundamento para otros estudios suyos como el que dedicó a las falsificaciones en el arte y, sobre todo, acerca del papel del lector o el receptor del texto en la construcción de la significación. Este asunto se desarrolló en el trabajo que publicó en 1979, Lector in fabula , pero, en realidad, lo había empezado a pensar desde 1962 con el libro Opera aperta .
Diferentes lectores
Al contrario de lo que se pensó durante siglos, Eco propone que un texto solo significa cuando un lector lo pone a funcionar. "Un texto siempre es, de alguna manera, reticente”; “es una máquina perezosa que exige del lector un arduo trabajo cooperativo para colmar espacios de ‘no dicho’ o de ‘ya dicho’, espacios que, por así decirlo, han quedado en blanco”. Desde su perspectiva, no existe un sentido encerrado u oculto dentro de cada texto, el cual debe de descubrirse o, peor aún, cuyo secreto sea guardado solo por el autor real, como se creía desde la perspectiva filológica.
Ahora bien, si los lectores posibles de un texto son teóricamente infinitos, ¿son también múltiples las interpretaciones? Eco explicaba, en Seis paseos por los bosques narrativos , que leer se puede comparar con un paseo por un bosque y los lectores pueden ser de dos tipos: quienes desean encontrar rápidamente el camino para salir, y quienes, en cambio, prefieren admirar los árboles, detenerse y disfrutar el paseo. No todos leemos el bosque de la misma manera, pero los caminos posibles para recorrerlo están prefigurados en sus senderos. De esta manera se entiende que hay un tipo de lector cooperativo –el lector modelo–, que es el que sigue el camino trazado dentro del libro.
Su posición sobre la interpretación se aleja también de la idea tan –desgraciadamente– extendida de que de un texto se pueden hacer muchas lecturas o interpretaciones. Por el contrario, siempre aclaró que la “semiosis ilimitada” –la producción de sentido teóricamente infinita– en la práctica está controlada por el contexto: un texto pone sus propios límites, explica, y no puede significar cualquier cosa. Por eso, en los años 90, participó en varios debates y polémicas en los cuales se enfrentó con algunos teóricos desconstruccionistas y sobre lo cual publicó dos libros: Los límites de la interpretación (1990) y Interpretación y sobreinterpretación (1992).
En Interpretación y sobreinterpretación , se analiza la idea de que el sentido nunca se puede alcanzar y la remonta al hermetismo griego, según el cual existiría una simpatía y una semejanza universales; es la coincidencia de los opuestos, de los distintos planos: cada objeto esconde un secreto, el cual a su vez remite a otro secreto, etc. El secreto último del hermetismo es un secreto vacío, detalló Eco; la verdad es secreta y se desplaza siempre a otra parte. Por lo tanto, el mundo es el resultado de un error del demiurgo y la interpretación resulta un proceso indefinido, que nunca encuentra un significado final.
Algo de historia
A mediados del siglo XX, a Umberto Eco y otros distinguidos investigadores de Rusia y Francia, sobre todo, les tocó participar de un cambio de época, una revolución de las teorías y los métodos de estudio de las artes, las letras y las ciencias sociales. Al redescubrir y editar los apuntes que dejaron los precursores –Ferdinand de Saussure y Charles S. Peirce, en la lingüística–, se crearon nuevos paradigmas teóricos: el estructuralismo, la lingüística generativa, la semiótica.
Se propusieron como partes de un proyecto general que pretendía sustituir el primado de la historia, del hombre, de la subjetividad de la conciencia, por la estructura. Los estructuralistas preferían tratar el mundo como un campo cualquiera de investigación, indagado por las ciencias naturales y descubrir, desde el exterior, cuáles relaciones sistemáticas y constantes (o estructuras) recorrían los fenómenos socioculturales.
De esta visión participó Eco en Italia, al tiempo que lo hacían Iuri Lotman en Rusia, Tzvetan Todorov, Gérard Genette, Roland Barthes y A. J. Greimas en Francia.