Los caballos aparecieron en el norte de América, donde –antes de que salieran del subdesarrollo– habían sido breves cual los ponis. De vez en cuando, la evolución de las especies abre una juguetería.
Un día de esos, motu proprio , los caballos se fueron al Asia porque les dijeron que era el continente del futuro, y todas esas bellas cosas que nos cuentan cuando nos venden un continente mediante hipotecas-basura, que se cobran menos que los penales en una final de la FIFA.
El problema de los caballos fue que, residiendo ellos en América, el Asia vivía en el occidente en vez de estar en el oriente, de manera que los caballos se desorientaron en el oriente y ya nunca jamás tornaron por su cuenta a estos pagos.
Algún tiempo después –que podemos medir en millones de años–, los caballos retornaron a América con los conquistadores españoles; o sea que se fueron a pie y volvieron en barco, como los grandes.
Los equinos no solo entraron en América, sino también en la poesía pues José Santos Chocano escribió un largo poema: Los caballos de los conquistadores , integrado por el mismo pie métrico de cuatro sílabas (peón tercero): ooóo: “El Centáuro de las clásicas leyéndas, mitad pótro, mitad hómbre, que galópa sin cansárse [...]”. Podríamos reducir sus versos a versos de solo cuatro sílabas, y todo –realmente todo – sonaría igual: ooóo: maravillas únicas del Modernismo...
Rubén Darío –heleno tropical– montó sobre las leyendas griegas y compuso su bella cantata muda Coloquio de los centauros; en ella, los centauros confirman su dominio de la mitología griega. Los centauros son los únicos caballos que pueden hablar en primera persona.
No embargante, como epicúreo-racionalista que era, el poeta latino Tito Lucrecio Caro rechazó el mito de los centauros pues afirmó que “en ningún momento pueden vivir seres de doble naturaleza y cuerpo doble” ( De la naturaleza , lib. V, v. 878; traducción del español Eduardo Valentí). Lucrecio explicó que el caballo alcanza su plenitud a los tres años, cuando el hombre todavía es un niño, de manera que sus timings son muy distintos –si hemos de expresarnos claramente en inglés–.
Aquel argumento no se nos ocurrió antes a nosotros –en gran parte porque Lucrecio vivió hace dos mil años–, pero es un lindo caso de cómo funciona la lógica ayudada por la observación: la ciencia.