Por el contrario, también se dice con afanosa insistencia que las salamandras andan por su cuenta, como diputados, hoy ya sin partido, que fueron descubiertos –en la panadería de la Historia– con las manos en la masa. Lo peor ocurre cuando la salamandra se mete en política pues su conducta siempre es entonces reptilínea.
Quizá todo sean calumnias y las salamandras hablen más que los ministros de Comunicación, quienes siempre dicen lo que los otros ministros hablan. Se demuestra así que, aunque no lo quiera, el ministro de Comunicación termina siendo un redicho.
En fin, nosotros y las salamandras nunca nos hemos conocido en persona. Tal vez habría que repensar (así decimos los popmodernos) nuestros prejuicios antisalamandrinos, y, si son infundados, cambiarlos por otros ya que eso de estacionarse en los prejuicios de siempre revela falta de dinamicidad.
Las salamandras afrontan las críticas con sangre fría.
Como fuere, las salamandras sí tienen mucho de qué enorgullecerse pues están presentes en versos escritos por poetas humanos, mas no ocurre lo contrario, lo que (aunque lo niegue) es un golpe semimortal al orgullo del Homo sapiens.
La salamandra es un locus poético, pero valdría aclarar que tal locus no se relaciona con la psiquiatría, sino con ‘lugar’ (locus, local, locación, colocar, dislocar, locomotora, luego, etcétera).
En su ensayo Adaptaciones de un motivo literario: la salamandra (no hay título si no hay dos puntos), la crítica literaria María Isabel Pulido Rosa nos historia la andadura de la salamandra por la poesía hispana como símbolo del “amor = fuego” ya que un mito imaginaba el privilegio de la salamandra (id est, el amante) de vivir en el fuego.
Escribe el magistral Francisco de Quevedo: “Soy salamandra y cumplo tus antojos; / y las niñas de aquestos ojos míos / se han vuelto, con la ausencia de tus ojos, / ninfas que habitan dentro de dos ríos”.
La salamandra nos hizo ciencia pues sirvió al neurólogo Roger Sperry para refutar una hipótesis. Injertada una pata en una salamandra, aquella funcionaba luego pues hacía crecer los nervios necesarios. Sí, pero esto solo ocurría en los vertebrados inferiores. Sperry probó que la regeneración del sistema nervioso es limitada en otras especies, y confirmó que hay zonas especializadas en el cerebro, no intercambiables.
De la salamandra, la poesía.