Johannes Brahms compuso sus sinfonías en dos pares. La Primera (cuya gestación tomó 14 años) fue terminada en 1876, y la Segunda en 1877; la Tercera y la Cuarta nacieron en 1883 y 1884, respectivamente. Entre ambos pares se cuentan grandes obras maestras. Pero, a decir verdad, ¿compuso jamás Brahms algo que no fuera una obra maestra?
Cuando consideramos la opera omnia de los grandes maestros, advertimos que son poquísimos quienes, aun dentro de su genio indiscutible, no produjeron obras débiles. Sin embargo, Brahms es un fenómeno inusitado: su legado es homogéneamente bueno, no hay en él ripio, no hay un solo género (sinfonía, sonata, obertura, tema y variaciones, piezas sacras, lied , música de cámara, miniaturas pianísticas, obras corales a capela) en el que no haya producido obras de inmensa dignidad estética.
¿Lo más “concesivo” que compuso? Las Danzas húngaras y algunos valses para piano, y aun ellos son, dentro de su relativa ligereza, joyas indiscutibles. ¿Cómo explicar tal uniformidad en la excelsitud?
El genio es, por definición, inexplicable, pero hay una cosa que sabemos con certeza: Brahms era implacablemente autocrítico: nunca entregó a sus editores obras que no hubiese revisado cien veces, y tuvo la previsión, poco antes de su muerte, de destruir toda pieza abocetada, todo proyecto abortado, cualquier cosa que lo subrepresentase para la posteridad. Un acto de responsabilidad y de respeto supremo con su público.
El asombro de un hombre
¿De qué huía Brahms? A los 30 años se colgó del rostro una barba inexpugnable, y asumió la pose de una deidad nórdica, una especie de Wotan, de ogro mitológico que sembraba el terror en torno suyo. Pero una tarde, frau Binden, su ama de llaves, lo sorprende sentado al lado de la vidriera de su estudio, con la barba pendiendo fuera de la ventana, llena de miguitas de pan que los pajarillos del jardín venían a picotear. Este gesto solo podía ser ejecutado por un hombre que ocultaba un filón virgen de ternura, de infantil capacidad de asombro. Toda esa ternura está en su música.
Aquel de la música severa
De manera eminente, en su Cuarta y última sinfonía. Es una obra otoñal, melancólica y, por momentos, francamente trágica, pero en ella asoma la sonrisa que despunta entre las lágrimas, como una flor en los abrojos.
Brahms eligió el celibato. Fue un solitario orgulloso de serlo. Su lema –que hizo inscribir en varios de sus bártulos– era “solo pero libre”. Su vivencia del amor fue atrozmente limitada. El abanico solo ofrecía dos posibilidades: la inmaculada e inalcanzable Clara Wieck (viuda de su amigo y mentor Schumann), o un catálogo de prostitutas escogidas según la especificidad de sus apetencias sexuales. Así, entre la Virgen María y las peores meretrices de Hamburgo y Viena, Brahms soñó su extraña, fracturada vida.
Alguien le preguntó alguna vez por qué su música era tan severa. “En Hamburgo, mi fría ciudad natal, las cerezas en primavera tienen un sabor ácido. ¿Cómo quieren que mi música sea alegre?” –respondió el maestro–.
Desentrañando la sinfonía
Sin embargo, hay alegría en su Cuarta Sinfonía : el tercer movimiento, un exuberante scherzo con jaspes de música gitana, es gloriosamente jubiloso (único número sinfónico en el que Brahms usa el triángulo, la “sonrisa” sonora de cualquier orquesta).
Es la alegría de un titán, la felicidad de quien se ha sobrepuesto a alguna tremenda prueba, con su irresistible ímpetu rítmico y sus heroicas fanfarrias de los metales.
La Cuarta Sinfonía es, por el itinerario espiritual que nos propone, hermana gemela de la Sinfonía Patética, de Chaikovsky.
Después de la embriaguez de triunfo del tercer movimiento, la tragedia secuestra el discurso musical, y el telón cae sobre un escenario desolado. A la espléndida marcha de Chaikovsky sucede el Adagio lamentoso , donde el timbal y los pizzicati de los bajos evocan el sordo palpitar de un corazón que se apaga. Y después del scherzo de Brahms, adviene la sombría chacona , que el compositor designó Allegro energico e passionato . Una chacona es una línea melódica de ocho compases en el bajo, que se recicla incesantemente, y sobre la cual Brahms va desgranando las más disímiles variaciones. La línea recurrente del bajo es la plataforma, la inmutable fundación arquitectónica del edificio sonoro: esa nunca cambia.
Las transformaciones advienen en la “superficie” de la música, la metamórfica sucesión de variantes que Brahms nos propone. Así pues, unidad dentro de la multiplicidad: unitas multiplex .
La chacona era una de las formas preferidas de los maestros barrocos (piénsese en la Chacona de la Segunda Partita para Violín solo de Bach), pero Brahms le da un acento profundamente subjetivo e intimista: es la oscura confesión de un alma que solo supo darse por entero a la música, y que al mundo dejó… las facetas menos egregias de su ser –digamos, para ser benévolos–.
Su triple soledad
No era un hombre sociable, Brahms. Después de una cena con amigos, se dejó decir: “Ha sido una noche muy agradable, gracias por todo. ¡Ah, y si hubo alguien aquí a quien se me haya olvidado insultar, le pido disculpas: no volverá a suceder!”. Y después de enterarse de que el joven Debussy había llegado a buscarlo a su casa, le envió un mensaje que rezaba: “Me dicen que vino usted a tocar a mi puerta. Por una vez pase, ¡pero que no se vuelva a repetir!”.
Bajo la rudeza de los gestos y la proclividad por el humor contusivo, se esconde el triple drama de la soledad física, la soledad social y la soledad moral: es un sentimiento que “salta al oído” en la Cuarta Sinfonía . La música de un hombre solo, que creó su propio universo sonoro para habitarlo, pero que también lo comparte con nosotros: era la única forma de la generosidad que conocía, y así debemos aceptarla.
La Cuarta Sinfonía es una obra testamentaria. Si exceptuamos el Concierto para violín, chelo y orquesta , fue la última composición sinfónica de Brahms.
Homo religiosus
Durante el invierno de su vida, se dedicó casi exclusivamente a la música de cámara. Se decía agnóstico y humanista, pero su Réquiem alemán y sus Cuatro canciones serias revelan un alma profundamente mística: son las plegarias musicales de un auténtico homo religiosus .
Todos los contrastes de su compleja existencia están en la Cuarta Sinfonía . El joven que debió ganarse la vida en su natal Hamburgo tocando en un burdel, rodeado de rufianes y de mujeres públicas, por una parte, y el lobo estepario que, durante sus caminatas por la campiña vienesa, compraba confites para regalárselos a los niños, por la otra. Es una obra crepuscular.
En ella siente Brahms que su siglo –el tardío romanticismo– se extingue, y un universo musical aterradoramente ajeno comienza a hacer de él el último representante de un linaje que comienza con Bach. Un adiós en Mi menor, donde Brahms encapsula todos los sentimientos concebibles de la experiencia humana.
¿Cuándo escucharla?
El viernes 25 y el domingo 27, la Orquesta Sinfónica Nacional interpretará la Sinfonía N.° 4 , de Brahms, como parte del último concierto de la temporada oficial del año. A la batuta estará Carl St. Clair y el solista de la noche será Benjamín Pasternack (piano).
Entradas: El precios de los boletos oscila entre ¢4.000 y ¢18.000, dependiendo de la localidad deseada.