Herberth Bolaños es un sobreviviente con treinta años de experiencia. “En 1985, mi cambio fue del barrio Corazón de Jesús de Heredia a Ósaka: un mar de gente donde apenas entendía el idioma”, dice el artista; pero no sucumbió; por el contrario, ha convertido la sorpresa propia en la de otros, admiradores de su obra.
Bolaños ofrece la exhibición Trama y urdimbre en el Museo Calderón Guardia: 70 pinturas que no son solamente cuadros, sino también estampados sobre telas: seda, lino, algodón y lana, con aplicaciones de oro, plata y de piedras semipreciosas. Los trabajos se inspiran en el arte tradicional del Japón, donde Bolaños ha vivido en varias oportunidades. El artista crea obras que aún sorprenden a sus maestros de aquel país por su convergencia de estilos.
En el proceso textil, la urdimbre son los hilos verticales, y la trama son los horizontales; al cruzarse crean el tejido. “La urdimbre es el sostén que permite hacer visible la fantasía de lo visual; la trama construye la fantasía que ilumina y da vida a la superficie de la tela”, dice Bolaños.
Podría añadirse que, en la obra de Herberth, la urdimbre son la estética y las técnicas occidentales, y la trama son los instrumentos y las imágenes del Japón. No puede separarse la urdimbre de la trama: juntas nos hablan a los ojos de su propia belleza.
Algunas de las técnicas que Herberth ha aplicado son katazome (estampado con goma de arroz), nikonga (pintura tradicional japonesa), washi (papel tradicional hecho a mano) y yuzen (pintura de seda con pincel).
El director del museo, Luis Rafael Núñez Bohórquez, afirma que ningún otro artista costarricense ha creado una obra sistemática vinculada a motivos y técnicas japonesas, los que Herberth ha aprendido y practicado durante los últimos 30 años.
En el 2014, Bolaños pasó una temporada en el Japón aprovechando la licencia sabática que le otorgó la Escuela de Arte y Comunicación Visual de la Universidad Nacional, donde él es profesor. Herberth residió en las ciudades de Kyoto y Kyusha, y produc-tos de esa residencia son las obras que ahora expone.
Metales y colores preciosos. “Yo tomé las técnicas que los japoneses usan en los estampados y las empleé en la pintura”, precisa Herberth y abre una bolsa casi mágica de la que va extrayendo papeles, telas, pinceles, polvos de esmeralda, navajas de bambú, láminas de oro...
El artista relata que los monjes budistas creaban pigmentos moliendo piedras semipreciosas de diversos colores y obtenían doce gradaciones de tonos según fuese la sutileza de los polvos. Antes, los polvos se mezclaban con cola (gelatina) hecha con huesos de conejo, pero hoy se usan compuestos químicos. El color blanco se obtiene de la valva de las ostras molida pacientemente.
El color del oro se aplica con láminas del metal. Antes de ubicarlas se les da forma cortándolas con un cuchillo de bambú sobre un tabla forrada de cuero de venado. Las laminillas se ponen luego con una pinza de bambú. El artista nunca toca el oro.
Ejemplos de la paciencia que exigen esos materiales son los cuadros Sol de oriente y Nieve de oro. Este último lleva láminas y polvo de oro sobre un papel de trama gruesa, de enérgico relieve, hecho por el mismo artista.
Palacio de plata se ejecutó con 140 láminas cuadradas de ese metal. Sobre ellas, Bolaños montó un esténcil troquelado y le pasó un pincel con goma; encima pegó láminas de cobre y oro. Retiró el esténcil y las láminas quedaron “dibujando” el diseño original.
Sobre la plata, el artista puso relieves de este metal. ¿Cuánto le tomó hacer este cuadro? “Unos tres meses”, responde el creador.
Estampados. Bolaños relata que sus maestros y amigos japoneses se sorprendieron al ver los bocetos que realizaba, pero luego aceptaron que todo era una experiencia nueva: vinculada con el arte japonés, pero distinta.
Políptico texturado se compone de cuatro piezas verticales de papel grueso, casi pulpa, sobre la que se han trazado líneas con hilos de papel. Los dibujos, abstractos, geométricos, se hicieron con laca natural y lámina de oro.
En Atardecer sublime, innúmeros hilos de papel sostiene esferas de papel forradas con láminas de oro. La obra evoca los quipus de la antigua cultura andina: hilos anudados que registraban información hoy ignorada.
El díptico El color de las estaciones sugiere el diseño de unos kimonos. Se ha pintado con la técnica yusen sobre seda natural. Para trazar los contornos de las futuras imágenes, se aplicó goma con un cono, al modo de una manga de pastelería.
Una de las pocas piezas figurativas –aunque siempre estilizadas– es Florecer el Japón (yusen sobre seda), alusión a una heliconia sobre fondo negro.
Los japoneses emplean esténciles para estampar diseños que se repiten a la manera de mosaicos de motivos iguales. Para esto, toman un papel y dibujan un objeto o una figura geométrica, que luego multiplican hasta llenar la superficie. Los esténciles se cortan silueteando las figuras con finas cuchillas apoyadas en un pómulo del artista.
El esténcil recortado se pone sobre un papel y encima se pasa pintura. Al retirarse el esténcil, queda el dibujo, pero en tantos colores cuantas pinturas se hayan usado. Obras hechas con esta técnica son Adulación de la luz y Lisonjas del viento. Cuatro esténciles se exhiben; se hicieron con técnicas modernas: el dibujo, en una computadora; el corte del papel (esténcil), mediante una máquina de láser.
Telas y dibujos. Bolaños expone otra técnica inusitada en Atardecer en el bosque: hizo pulpa de papel y la puso a reposar sobre una bandeja; luego tomó una manguera, la dirigió hacia arriba, y las gotas que lanzó cayeron sobre la bandeja formando pequeños círculos. El papel, ya seco, se colocó sobre una pintura y ofrece la apariencia de una gasa.
Algunas obras, como Mitosis de invierno y Eclipse azul, presentan un color índigo dominante, elaborado a partir de la planta del añil. Sucesivas veces, el artista sumergió la tela de lino en un colorante, y la lavó hasta lograr la degradación del mismo color en tonos muy suaves.
Un proceso sorprendente es el corrugado intencional de telas. En el Japón se pinta un lienzo y se lo envía a un taller para que lo pliegue en varias formas: como un acordeón, como círculos, etcétera. El artista debe imaginar cómo quedará el diseño de la tela cuando el espectador la vea plegada. Son, pues, dos diseños: uno, extendido; otro, plegado.
Las telas de los kimonos suelen ser largas (unos 25 m), y Bolaños se inspiró en ellas para pintar sobre lienzos de seda natural de unos 40 centímetros de ancho y de hasta siete metros de largo.
A fin de pintar aquellos “kimonos”, Herberth licuó frijol de soya, extrajo la leche y la impregnó en el lienzo para que la proteína de la soya absorba mejor los colores. Luego los aplicó con pasta de arroz sobre esténciles. Los delicados motivos solo pueden distinguirse desde muy cerca.
Tiempo y perfección. “Las técnicas del arte japonés son muy exigentes. Demandan tiempo y minuciosidad en la búsqueda del acabado perfecto. Es una forma de meditación pues hacer arte así nos invita a concentrarnos. Recordemos que mucho del arte japonés proviene de los monjes budistas”, indica Bolaños.
Herberth ha ganado el Premio Nacional Aquileo Echeverría en Artes Plásticas en 1996 y 2012. Desde hace 26 años enseña diseño general y diseño textil en la Universidad Nacional.
El embajador del Japón en Costa Rica, Mamoru Shinohara, expresa: “El ministro de Asuntos Exteriores del Japón ha conferido al profesor Bolaños un reconocimiento por su destacada contribución a través de sus actividades como profesor, como artista de renombre y como amigo en la promoción de la amistad entre Costa Rica y el Japón”.
Herberth Bolaños volverá pronto al Japón en busca de técnicas y temas. Hoy conoce el idioma japonés; Ósaka no le es un mar de gente, sino de amistad. Cuando se lo ama, ningún país es una isla.
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La exposición podrá apreciarse hasta el 25 de abril en el Museo Calderón Guardia de lunes a sábado de 9 a. m. a 5 p. m. Tel. 2222-6392.