En Paraíso: Amor, la verdadera víctima es el espectador. La película debutó en Costa Rica durante el Festival de Cine Europeo del Cine Magaly. Al final de la proyección, la sala estalló en aplausos: algunos, por admiración; otros, porque había que liberar la tensión. La primera parte de la trilogía del Paraíso, del austriaco Ulrich Seidl, se exhibirá a partir del jueves 14 de agosto en el Cine Magaly, distribuida por Pacífica Grey.
La cinta sigue a Teresa (Margarethe Tiesel), de 50 años, que viaja a Kenia como turista sexual. En la playa, mujeres como ella son conocidas como sugar mamas : extranjeras mayores que cazan a guapos en busca de placer. Teresa conoce a Munga (Peter Kazungu) y cree, con la audiencia, que la transacción se empieza a parecer al amor.
Quien afirma la condición vulnerable del espectador es John Waters (experto en incomodar, como en Pink Flamingos). “Las turistas sexuales de mediana edad pueden ser tan cochinas como sus contrapartes masculinas. Cuando los sexualmente explotados empiezan a explotar de vuelta, ¿quién es la víctima? La audiencia, esos somos, y nos lo merecemos”, escribió Waters en Artforum.
Fronteras morales. Amor forma una trilogía con Paraíso: Fe y Paraíso: Esperanza. Las tres películas surgieron de un único proyecto, para el cual Seidl filmó unas 90 horas .
Al principio, Seidl deseaba hacer una sola película con las historias entrelazadas de tres mujeres que buscan satisfacer sus necesidades, pero debió separar las líneas argumentales y reducir el material a cinco horas y media.
Seidl contó a The Guardian que no ensaya ni prepara a los actores para las escenas. Según el cineasta, él les explica situaciones y procura captar las reacciones naturales ante incómodos encuentros, como el primer contacto sexual entre Teresa y Munga. Ninguno de ellos sabe qué hacer, y nosotros estamos atrapados con ellos en la habitación.
El arte de Seidl consiste en difuminar los límites en todo sentido. En películas como la brutal Import/Export , sobre la migración precaria y el trabajo sexual, el cruce entre documental y ficción sorprende y angustia.
Amor consigue ese efecto con ajustadas y bellas composiciones que encierran a sus personajes sin posibilidad de escape. Sus planos son fijos y extendidos; hay poco movimiento interno, y los personajes casi nunca salen de cuadro. La imagen asfixia como el calor del ambiente y los espacios angostos.
Cuando Teresa visita un motel con su primer prostituto, la vemos sobre la pequeña cama mientras el muchacho se abalanza sobre ella y se desnuda. Ella se arrepiente, incómoda, e intenta escapar, pero no puede: él se aferra a ella vorazmente y la cámara inmóvil impide la salida del cuadro.
El romance que anhela Teresa (“un hombre que me mire a los ojos”, pide) no está disponible en el mercado. La condición de explotadora –europea, adinerada– vale poco cuando es despojada de su posibilidad de acción; la violencia engendra violencia, y la explotación, mayor depredación.
Mirada atenta. El francés Laurent Cantet había explorado terrenos similares a Paraíso: Amor en Vers le sud (Hacia el sur, 2005), en la cual tres mujeres viajaban a Haití en busca de sexo y se topaban con sus ansiedades usuales. En Seidl, el tono tiende a un melodrama macabro que condena y celebra a personajes muy sinceros.
Sin embargo, el resultado de Seidl flaquea cuando esboza débilmente los personajes africanos. Aún cuando se critica su explotación, en Amor los africanos parecen todavía desprovistos de agencia y simplemente acosan a las mujeres adineradas porque ese es su rol.
En algunas escenas, la mirada vacante y la inercia de las acciones de los kenianos subraya la violencia de clase, con resabios de colonialismo, de este sistema de turismo sexual tolerado en beneficio de la economía turística.
Así, vemos en el hotel que el entretenimiento para los aburridos turistas es una presentación de músicos locales que personifican todos los estereotipos posibles, con la frase cliché para turistas, hakuna matata , y las pieles animales.
La humillación es inagotable en Paraíso: Amor, así como las interpretaciones posibles del filme. Cuando la película se exhibió en el festival, las risas constantes parecían más adecuadas para una comedia que para el relato de la denigración de una mujer solitaria.
Esa es la magia oscura de Seidl: hacernos sentir como agresores y víctimas a la vez. No hay aleccionamiento moral, solo dudas. Al fin y al cabo, lo que todos buscamos es la felicidad, por más cruel que sea.