Dicen que Esopo no compuso las fábulas de Esopo, y en esto se parece mucho a Shakespeare pues se afirma que este no escribió las obras de Shakespeare. De ser ciertas ambas calumnias, no se sabe bien a qué se dedicaban Esopo y Shakespeare en su tiempo libre, que habría sido todo. Ambos habrían tenido tiempo libre en su tiempo libre, y su gran preocupación habría sido saber cuándo estaban de vacaciones.
Nosotros creemos que Shakespeare sí escribió sus obras, aunque él quizá no estaría tan seguro de esto si viera que, en ciertos montajes, el príncipe Hamlet es un pistolero del Oeste japonés encarnado por una malabarista del Nepal que recita en quechua.
En cuanto al buen Esopo, se supone que vivió entre los años 620 y 564 antes de nuestra era; id est , cuando la gente contaba al revés como si la hubieran convencido de que en el año cero se lanzaría un cohete hacia la Luna.
Al fin, nadie lanzó un cohete y nunca hubo un año cero: la confusión fue total, y, para resarcirse del tiempo perdido al revés, la gente empezó a contar al derecho. No puede negarse que, al menos en el contar los años, la humanidad ha avanzado mucho.
La vida de Esopo es incierta: su nacimiento se atribuye a cuatro ciudades griegas. Si Esopo nació cuatro veces, quizá se haya debido a que entonces había poca gente y no se había descubierto otra forma más rápida de poblar el mundo. En tal caso, Esopo no tuvo una partida de nacimiento, sino una partida de nacimientos.
Esopo es conocido por las fábulas de Esopo. Ya en su Retórica (II, 20), Aristóteles cita una fábula esópica y añade: “Las fábulas son adecuadas a los discursos políticos”. Ello está bien, aunque los tiempos modernos han obrado el prodigio de convertir los discursos políticos en fábulas.
En las fábulas hablan animales que nos dan buenos ejemplos, y en la antigüedad crearon una filosofía alternativa. Las fábulas son el comic de la filosofía. Para ilustrarnos, les basta media página de nuestra imaginación.
En una de las fábulas de Esopo, un ratón despierta a un león, y este, furioso, pretende comérselo; mas el ratón lo convence de que es indigno de la dieta mínima del león y promete ayudarlo en una futura desgracia. El león se ríe y libera al ratón. Más tarde, el león cae atrapado en una red, pero el mismo ratón lo salva royendo la red. Moraleja: No desprecies a quienes parecen insignificantes.
Bien por la fábula, mas lo que parece invención es un experimento realizado en el Instituto Max Planck, de Alemania.
Unos científicos aislaron un gen (una serie de “dientes” que forman los “peines” pegados del ácido desoxirribonucleico) y lo insertaron en el feto de un ratón.
El cerebro de los ratones es liso, pero el gen ARHGAP11B arrugó una parte de la corteza del cerebro de aquel ratón y lo acercó así a la forma del cerebro humano y a las de otros mamíferos.
A más arrugas (o giros), más superficie, más neuronas y más inteligencia. Entre otros, aquel gen hizo posible nuestra inteligencia, pero las fábulas de Esopo nos añaden la sabiduría.